Había una vez
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Había una vez una casa vieja en el centro de la ciudad habitada por Alebrijes. Y estos hablaban y reían de manera muy alegre que generaba curiosidad en todas las personas que caminaban por su frente y volteaban a escudriñar para ver lo que pasaba adentro, qué magia aplicaban, qué fórmulas secretas hacían, qué brebajes preparaban para esa magia de eventos, sobretodo sin dinero, ni cacao.
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Y cada semana se veía movimiento inusitado personas que entraban y salían. Y quienes se asomaban veían que movían mobiliario de un lado a otro, y transformaban en minutos el espacio, y utilizaban la palabra de distintas maneras, con las que hacían llorar, sentir nostalgia, reír de manera bajita o abierta, y salir transformados en otras personas.
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Se cuenta que el sábado pasado hubo algo inusitado, aunque otras veces lo han hecho. Dos Alebrijes, descendientes de quienes vienen recorriendo los tiempos, de generación en generación, trasladando la llama de la palabra, manteniéndola viva, con reconocimiento de lo humano, entraron por la puerta, de manera discreta, y se metieron a prepararse para continuar con la misión que tienen en la vida.
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No espero a mañana si hoy es el Día de los cuentacuentos para escribir sobre el evento de ayer en Casa Alebrijes. Cuenta, contador lo que te han contado los cuentacuentos antiguos y han traído hasta nosotros la palabra antigua siempre nueva.
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Anunciado días antes, el público empezó a llegar desde minutos previos a las 6 de la tarde con el temor de que empezará puntual y se perdieran el inicio de los cuentos por contar. En el cartel anunciados Gibraham Delfín y Matilde Pacheco, ambos con amplia trayectoria en esta actividad considerada de las más antiguas del mundo.
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