La vida es más bella y sana en el campo

Campirana 

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Tengo tres árboles de mango. Altos, muy altos por su antigüedad. Benditas las personas que los sembraron quizá hace unos treinta o cuarenta años. Para cortarlos en su temporada, me es fácil los que están a la mano. Medianamente fácil los que logro bajar con una pértiga con canasta. Y hasta una silla utilizo para llegar medio metro más arriba y lograr una buena cosecha. Y muy apenas le llego a los mangos que están a la mitad. Los demás se desperdician. Los otros maduran en las alturas. Caen y se golpean. Y apenas el domingo vi en algarabía una bandada de cotorritos. Y otros pájaros disfrutando de los mangos que maduran en lo alto. Y los caídos eran saboreados por las gallinas y la vaca lechera de la vecina. "Necio y tonto que he sido", me dije. El fruto de los árboles no son solo para el ser humano, sino para la mayor cantidad de especies. A partir de ahora miro distinto el panorama.


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Yo nací y crecí en la ciudad. Así que todo lo del campo me llama la atención. Me agrada la paz, la tranquilidad, lo sano del ambiente del campo. Cuando estaba en la secundaria, el grupo se conformaba por compañeros del campo y la ciudad, que convivíamos en amalgama de conocimientos y experiencias. Era gran alegría cuando Clemente, un muchacho güerito, pelo ensortijado, del campo llegaba con dos piñas o una sandía y a la hora del recreo la compartía entre varios. Era chico el pedazo que alcanzábamos, pero él la compartía contento. Aún perdura en mi recuerdo su risa de satisfacción, y la de mis compañeros al debutar el delicioso sabor de los frutos del campo.


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Al estudiar para maestro, el destino laboral sería el medio rural, la plenitud del campo. Para prepararnos en ello, un maestro de la Normal nos pidió que leyéramos el libro "El llano en llamas", libro de cuentos de Juan Rulfo. "Porque ustedes son de ciudad y van a trabajar en el campo, allá la gente es muy pobre, y unos pocos ricos. Pero sus alumnos principalmente serán de los campesinos pobres. Y en esos cuentos van a aprender las preocupaciones, la tristeza, la impotencia, el hambre de ellos, y las injusticias que se cometen con ellos."


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En mi primer año como docente, en Benito Juárez, de Jalpa de Méndez, cuando no estaba Doña Carmela Suárez, que era donde nos albergaban y daban de comer, luego de la jornada laboral regresábamos a la 1: 15 a esa casa, a unos trescientos metros de la escuela. "¿Y qué vamos a comer, Lupe (compañero maestro qepd)?", preguntaba yo, recién llegado, él tenía ya un mes de experiencia. "Cocos", era su respuesta. Y con machete en mano nos íbamos detrás de la casa donde estaba un montón de cocos secos. Y él los partía e iba sacando la pulpa endurecida, y algunos hasta "manzana" tenían. Allí conocí ese centro del fruto. Que es como un algodoncillo dulce.


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Personas buenas y por tanto bondadosas hay en todas partes. Del campo me permito nombrar dos: Chilo Osorio, que ya falleció. Todo un personaje. Un hombre bueno a carta cabal. Su siembra de amistad fue tanta, que a su funeral asistió mucha gente. Tanto sus vecinos como de Villahermosa y Nacajuca. Era del ejido Chicozapote, de este último municipio. Fue regidor electo cuando el fraude de 1994 de Madrazo contra Obrador para las lecciones al gobierno del estado. Y no tomó posesión del cargo como parte de la protesta. Aún necesitando el dinero, que nunca sobra y a él le faltaba mucho. Me contaba que nunca accedió a que se dividiera en solares la parcela pública a como lo presionaban. "Nunca estaré de acuerdo, porque precisamente se deja en la creación de ejidos una parcela pública para cuando el gobierno vaya a construir un centro de salud, escuela, biblioteca o parque", decía ufanoso. 


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Y acabo de conocer a María Epifania, luchadora social. De ella escribiré un texto especial. Adelanto que es e origen poblano, radica desde hace muchos años en Tabasco. Solidaria, en su lucha ha encabezado ocupaciones de tierras ociosas por y para quienes no tenían un pedacito de tierra para vivir. Habla náhuatl, pero no tiene con quien platicarlo. No pararía de hablar, sonriente, si no hiciera pausas para respirar. De rostro moreno, afable. Pero ya les contaré. Es una gran mujer.


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EN el campo se amplió mi conocimiento de los sabores. Lo guisado y cocido a la leña adquiere otro sabor. Las aguas frescas de frutos para mí desconocidos, como carambola, matalí, o el tradicional pozol. ªEn México probé agua de lavanda y de bugambilia. En las tardes en ese primer año de mi trabajo docente, cuando yo tenía apenas veinte años, me metía a cortar cacao con algunos campesinos padres de familia, vecinos de la casa donde vivíamos. Y nos invitaban a probar el sabor del cacao en baba, que le llaman mucílago. Un sabor dulzón y poco ácido. Así que ellos reían al ver que mientras ellos partían cien mazorcas de cacao, nosotros, el profe Lupe (le decíamos Lupillo) y yo apenas cinco, porque nos entreteníamos con el sabor del cacao. La hija de la maestra Carmita nos levaba en ocasiones agua fresca de cacao. O pozol blanco con mucho hielo. Delicias de ser forastero.


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Mis cumple de los veinte años me los celebraron en la ranchería Benito Juárez. Fue una sorpresa muy agradable. Lupillo me entretuvo en la casa de los Xicoténcatl. Tenáin rezo. Al segundo rosario yo ya estaba cansado. Ya había comido dos o tres tamales y café con leche. Yo insistía en irme a la casa a descansar. Lupillo insistente en quedarnos otro rato más. Hasta que ya anochecido salimos. Me dijo que quería ir un rato a la casa donde se quedaban las maestras (en una los maestros en otra las maestras, (como diría Chico Ché, los nenes con los nenes...). Ya estaba cerrado y oscuro. Abrió una de ellas (Carmita León, Gilda Mena Criollo, Martha o Margarita). Y nos invitaron a pasar. En ese momento encendieron la luz. Y allí tenían pastel, comida, globos y regalos. Creo que hasta una botella de medio litro de Presidente, pero no estoy seguro.


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El domingo pasado fui al terrenito. Me dieron la bienvenida dos maravillosas flores, una que me dicen se llama Flor de sangre, y la conocida como lirio o azucena. Realmente una maravilla. Yo me quedé extasiado realmente ante esa maravilla. Cuento que cuando la pandemia Covid andaba en su apogeo, antes de las vacunes, me enfermé y tardé como cuatro meses en ir. Y luego de ese lapso fui una tarde para quedarme.Al momento de mi llegada las flores del naranjo y de la gardenia se unieron para soltar su perfume, tan intenso y suave a la vez, dulzón, como una bienvenida. Nunca lo habían hecho antes. de tal manera que antes me acercaba para sentir su olor. pero esa vez, pero esa vez, comprendí tantas cosas, del misterio de la vida de las plantas y los animales, y su estrecho vínculo.


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Mientras escribo me habla Nacho, ("Buenaaaaas, buenaaaaas") que es el plomero y albañil de cabecera, que por cierto anda algo enfermo. De él escribiré asimismo en otra ocasión. Como no puede trabajar porque está en recuperación (solo trabajos de asesoría en plomería, albañilería y electricidad, me dice riendo). Me trae a la venta unas guanábanas suculentas. Y como le había comentado que yo tengo dos árboles de ese fruto que apenas si acaso dan unas guanábanas pero se caen antes de madurar: "amárrele trapos y sartenes en sus ramas. Ah, y me acaban de decir que la fumigue con ceniza y agua, o con agua jabonosa con Zote, es muy efectivo. La ceniza hay que colarla", me sugiere e instruye.


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Si en el mar la vida es más sabrosa, en el campo la vida es más sana. Solo que el trabajo para hacer producir la tierra es arduo y poco remunerado, los precios siempre andan a la baja.

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