Concebir futuro

El futuro es la manera de sabernos inmortales. A grado tal que prometemos amarguras eternas con disfraz de miel a cuenta excesos. Así transcurrió nuestra infancia. De mirarnos ignotos felices por siempre en el futuro. Y de soñar que vendrían golpes de suerte. Como el número en lotería. O paseos en luna montados en los versos. El futuro era la presentación de la obra luego de los tantos ensayos. Tanto en el odio, amor, alegría, nostalgia. Y esperábamos milagros durante años. Y no nos dimos cuenta que el paraíso era el futuro consagrado en el instante del presente: nieve de limón, sonrisas, aromático café, canciones nuevas, arroz con leche, besos, fricción de pedernal. Concebir futuro era transformarnos, como juego, en profetas. Y aparecían señales en contrario en el nada somos, apenas vacío, vacuidad. Y cabalgamos instantes de presente sin darnos cuenta. Porque enfilamos a un futuro que no es absolutamente más que premonición, si al caso. Atrapados entre paréntesis. Y entre ellos  la nada y la nada.

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