Cuando me muera dejaré de escribir
Sí. Cuando me muera dejaré de reír, de escribir, de soñar. Por eso río, sueño y escribo ahora. No sé que haya después de la muerte. Si el silencio o el verbo nuevamente. Imagino que no podrá escribirse después del último andén. Mientras eso suceda, más hoy, más mañana, de irme, escribiré sin mayor propósito que dejar constancia humo de este paso por la vida. Por ejemplo, miro una lámpara: luz. Un cable: algo pasa. Un cuarto de hotel: alguien sale, alguien llega. Y sé que afuera empieza el movimiento del día, e trajinar de la gente. Se que nada cambia si escribo o no. Sin embargo yo escribo, mientras pueda. Y resuena en mí el pasado. Reverbera en mí el pasado con sus olas, alas y mareas. Con ese caminar por calles, carreteras. Y escribo del amor que me encontró, nos encontramos. El azar. Y no me refiero a alguien o máscara alguna. Me refiero al olvido y al recuerdo. Sueños de infinito. Ah, por siempre.Y van de nuevo las historias reiteradas. Si escribo vuelve o llama, no es precisamente que vuelva o llame. Es que son tantas las posibilidades de la escritura como magia infinita tiene la vida. Allá un botón de tulipán se abre. Un hombre corre. Otro escribe una carta. Otro más aborda un avión o se dirige a una central de autobuses. Los niños están de vacaciones. Y alguien lee. O escribe. La vida es tan sencilla. Y la música tiene sus bemoles. No es fácil. Tampoco difícil. Irse es volver de nuevo a la nada, que es ninguna parte. Mientras tanto río, sueño, escribo.
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