Lentes: Para verte mejor, corazón

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Para verte mejor uso lentes. Y no podría ser de otra manera. Fue a los 25 años que me di cuenta que la luna llena la miraba más grandota, como una pelotota, pero que también los anuncios publicitarios los veía con su fantasma respectivo, la mitad del letrero se le sobreponía. Acudí con una óptica en Villahermosa, y los lentes que me hicieron no mejoraron en nada mi vista. Veía casi igual. Tenían de gancho: examen de la vista gratis.

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Lo comenté con un amigo, de esos que te acompañan a beber cerveza los fines de semana, y con los que platicas de todo. Yo estudiaba Ciencias de la educación, en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Eran mis amigos Adrián Hernández Córdova, Antonio Gómez El flaco, Oscar Magaña, Hilario Feria Pérez, Teodosio García Ruíz, Saulo, y muchos otros. "Ve a consultar con el Dr. Morelos, en frente del parque Juárez", me recomendaron. Y fui una tarde de esas en que se piensa con claridad. Me atendió, platicamos mucho, y me adoptó como amigo joven.

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"Nomás no vayas a perder esta receta de medida para tus lentes, porque ya viste que me costó mucho sacarla", me dijo entre sonriente y fastidiado, luego de haber probado con decenas de combinaciones de lentes. Y nunca la perdí, hasta que un día finalmente la perdí. Claro, varios años después. Ya para eso yo no usaba lentes. había sucedido un caso entre diez millones, que de manera natural se me corrigió el defecto de los ojos. Pero nadie me creía.

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Los que me vieron a los 25 años, y luego me vieron 10 años después, aseguraban que me había operado los ojos. porque a partir de los 35 años ya no usé, aunque parezca increíble, y seguía leyendo más, usaba mi vista de manera natural, pero sin lentes. No me creían. Lo comenté con el Doctor Morelos, y me dice, con esa sonrisa de seguridad que le daban sus años de ejercicio oftalmológico en muchos pacientes del medio rural, de manera directa: "Lo más seguro es que ahora te alimentas bien, y antes era por debilidad que tu sentido de la vista, incluyendo tus ojos, tenían algunas deformaciones. Eres un caso entre millones".

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Hasta que a los 55 años, metido en actividades de efervescencia política, reuniones en comunidades, lectura de discursos en la semi oscuridad, que de nuevo empecé a necesitar lentes, pero ahora era por vista cansada. Miraba muy bien de lejos, pero para leer todo lo miraba borroso. Y volví a buscar mi graduación. El Doctor Guillermo Morelos ya no estaba. Ahora fue con su hijo Memo Morelos Villegas. Con modernos aparatos, sacó mi graduación que guardo como un tesoro. Astigmatismo e hipermiopía ( o algo así).

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De muchacho siempre soñaba con usar lentes Ray Ban. Los miraba en las películas y en las revistas, a las que me asomaba de vez en cuando. Y cuando me compraba unos lentes de ese tipo (aunque fueran clon), siempre alguien, una mujer, me decía: tú no necesitas ese tipo de lentes. Parece como que te ocultas de alguien. Y los volvía a dejar. Luego vi los lentes redondos y pequeños tipo de Jhon Lenon. Y a buscar unos parecidos. Y comprarlos. Bellísimos. Pues quien sabe por dónde quedaron. Hasta que me resigné a usar solo los que me recetó el Doctor. Para leerte mejor.  

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"Es por vanidad que no usaste de los 35 años a los 50 años", me dicen. Y yo juro que no, y lo pruebo porque seguí leyendo más. Eran los años que compraba todo libro que publicaba Milan Kundera. La broma; Los amores ridículos; El amor está en otra parte; El arte de la novela, etc. Empezaba a leer un libro una tarde, y lo terminaba de leer a las 4 o 5 de la mañana. Era como una fiebre la lectura en mí. Me interesaba saber lo que ocurría en los países del bloque soviético, y Milan Kundera, escritor checoslovaco lo retrataba a la perfección.


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Mis anteriores lentes de uso me duraron varios años. Los cuidé con mucho esmero. No eran de marca, ni mucho menos. Pero eran de un material que se caían, y no les pasaba nada, aunque a veces le saltaba un cristal, y se lo volvía a poner. Sucedió que en esa semana del 14 de febrero al 19, en los días fatídicos de recuperación por la bruta indigestión que me provoqué por tragón, me descuidé y les quebré una patita. Y ni cómo hacerle. Una madrugada se me ocurrió que podía unir la armazón del lente y la patita con un resorte de pluma, y al levantarme me puse a buscar un resortito hasta encontrarlo y logré unirlos, utilizando una pinza para abrir un poco mas el resorte, que permitiera unir ambas partes. Y listo. Me dice mi hija: "la Nasa no sabe de tí, sino ya estuvieras con ellos". Pero luego me acordé que tenía unos nuevos guardados, que son grandes, por eso no los había ocupado, y son los que traigo ahora.

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Y ahora, cuando me preguntan sobre qué libro me llevaría a una isla desierta. Vaya, boba pregunta, pero me gusta. Respondo que primero mis lentes, luego el libro. Sin ellos no soy nada. Aunque ver, lo que es ver, no es con los ojos, sino con el cerebro y el alma. Y a esa máxima expresión me someto. 




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