Un día común

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Un día común mío ahora es escribir y leer. Tengo 61años, luego de cuarenta en educación, me jubilé. Los primeros meses no sabía qué hacer. Los primeros días a punto de ponerme mi uniforme de maestro escolar, caía en cuenta que ya no era activo, y entonces me quedaba despierto, con los ojos pelones, me sentaba en la sala de mi casa, y escuchaba el bullicio de los vecinos entre los que se van a trabajar y las vecinas que llevan a sus hijos a la escuela cercana. Y salía a la banqueta a ver todo este bullicio. Algunos me saludaban. Algunas, y el día seguía su curso.

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Meses antes de hacer mi trámite de jubilación me decían algunos amigos y amigas: "tienes que prepararte para esa situación porque no es lo mismo y vas a extrañar el bullicio escolar". No exageren, era mi respuesta Y exageraban más: "algunos hasta se mueren de tristeza". Y claro que siempre me dije que eso no me iba a pasar a mí.

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Y en esa exageración por supuesto que no sucedió. Lo que sí es la reflexión que durante 40 años mi cerebro y todo yo, estaba acostumbrado a una vida acomodada a horarios rígidos. Despertar 6am. Salir de casa 7am. Entrar a grupo: 8 am. Recreo: 11: 15. Entrada de recreo: 11: 30.  Salida: 14:00 horas. Y cuando tenía otras actividades fijas en las tardes asimismo tenía horario. Pero más antes, los horarios fueron parte de mi vida. Desde niño cuando la primaria: de 8 a 13 horas. En la secundaria: de 7 a 13:30 horas. En la escuela Normal: de 3 de la tarde a 9 de la noche. Y así por el estilo, entonces desde niños nuestro pensamiento está a acomodado a la rigidez de horarios, y pasar a una vida sin tiempo de horarios, pues sí se resiente, y peor si uno no tiene otras actividades de interés relacionadas con aprendizaje y dedicarse a otras cosas parecidas o distintas del trabajo que uno tuvo por mucho tiempo.

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Así que lo primero que hice fue andar vagando como fantasma por toda la casa, reconociéndola, e ir registrando muchos pendientes que uno ha ido dejando para arreglar después, para el próximo fin de semana, y ese fin de semana se fue tan rápido que lo pendiente siguió en ese estatus. 

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Para no hacer largo el cuento al año aproximadamente de estar fuera de la escuela, ya sin compromiso de actividad laboral, se vino el arraigo domiciliario preventivo por la pandemia, y entonces se me complicó la cosa. Porque mi idea era irme a meter a un café todas las mañanas de 10 a 13 horas, y leer algún periódico, citarme con alguien para platicar, o hacer algún apunte para desarrollar como escrito. pero se atravesó la pandemia Covid, y la dinámica ocupacional tendría que ser dentro de casa. Y de eso ya he escrito que un tiempo hice pan, otro me puse de carpintero, otro de dibujar y pintar, y cosas así. 

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Pero el caso es que ya la pandemia y sus restricciones van por un año bien cumplido, y apenas tengo algunas semanas en las que considero que voy acomodando mi tiempo con mi pensamiento. Por lo pronto escribir y leer ya con horario fijo. Y no está mal para empezar.

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Ahora soy lector por horas, y me es grato. Vuelvo a aquellas tardes de hace 30 años cuando compraba libros de Milán Kundera (La broma; Los amores ridículos; La vida está en otra parte y otros) que empezaba a leer la novela a eso de las 6 de la tarde y no la dejaba hasta terminarla ya de madrugada, aún que fuera día de trabajo y con pocas horas me fuera a la escuela, pero alucinado recordando las peripecias y vicisitudes de los personajes de Kundera, y las reflexiones filosóficas que deslizaba el autor en las condiciones que pasaron como habitantes de la Checoslovaquia ocupada.

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Ahora no compro libros. Más bien, los regalo. Sin que suene a jactancia, tengo muchos para seleccionar y leer o releer. Y ahora que he descubierto la lectura digital, y la opción de "bajar" libros gratis, de tantos autores, de muchos que había querido leer, pues estoy leyendo a veces en papel y a veces en digital. Mínimo le dedico cuatro horas al día. Y tres horas a escribir (este texto diario es prueba de ello), aparte de algunos ejercicios con el tema de tomar café, o "tomarte", la taza distinta, etcétera.

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Un día en la vida de un servidor incluye aparte de leer y escribir como topo, por decirlo de esa manera, es regar unas plantas que he sembrado, salir a caminar cuando las condiciones del clima y la flojera lo permiten, abrir como zombie las redes sociales, y allí sí que a veces me pierdo, aunque me justifico que subo material para leer, a veces pequeñas y breves joyas de escritores o filósofos que en pocas palabras nos dejan un mensaje de vida muy importante.

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A manera de broma a veces subo videos promocionales de conozca Italia, Francia, Praga, Venecia, Guanajuato, etc, y de título le pongo: "Nomás que pase la pandemia", una manera de burlarme de mí mismo, porque no tengo dinero suficiente para irme un año a un país extranjero, europeo, asiático o africano, o mínimo americano. Pero sí viajar a varias partes de México por ahora está limitado por la pandemia, y aunque no esperaré a que pase el mal del bicho, porque según los conocedores va para largo, sí esperaré paciente a tener las dos dosis de la vacuna para poder viajar de inicio a mi pueblo de origen, Matamoros, y cumplir el rito del funeral con las cenizas de mi hermano pospuesto por esta situación de pandemia, mi hermano mayor que falleció en febrero. Y quedarme unos tres o cuatro meses, y tomar café con amigos y a migas a quienes tiene años que no los veo. Y aprovechar a hacer una lectura d obra y un taller literario con un sobrino que escribe.

 


 

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