La vida es más sabrosa en el mar
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La playa está cercana en Matamoros. Son 37 kilómetros de carretera. Es muy visitada sobretodo con mucho turismo de Nuevo León y de los municipios de Tamaulipas. Ciertamente no es una gran playa, pero cumple con lo básico, de sol, arena y agua salada. Yo la conozco como Playa General Lauro Villar, que así se llama la carretera. Pero ha cambiado de nombre de acuerdo a impulsos de los gobiernos municipales. De tal manera que a veces le dicen Playa Bagdad y Playa Costa azul, como homenaje al grupo musical de Rigo Tovar.
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Mi madre nos tenía prohibidísimo ir al mar. Siempre había algún vecino con camioneta que se lanzaba rumbo al mar, llevando a algunos amigos, entre ellos mis hermanos. Y ellos se hacían de la vista gorda cuando yo me les pegaba. Me gustaba sentarme en la playa y ver el incesante ir y venir de las olas. le teníamos miedo a los animales globos transparentes como gelatina que quemaban la piel. Y si acaso me metía en la orillita solo mojándome los pies. Yo tendría como diez, once años.
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Los maestros asesores de la secundaria tenían prohibidísimo organizar excursiones al mar. Pero no faltaba alguno que a escondidas y con complicidad y apoyo de padres de familia, se arriesgaba y llevaba a su grupo asesorado, bien a la playa, o a algún playón en el río Bravo. Para eso se firmaba un permiso de los padres, al que a veces yo le ponía una firma ilegible. pero nunca me arriesgaba, más que a mojar los pies, si acaso.
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Aparte de la playa de Matamoros, hemos tenido la oportunidad de la isla del Padre, ya en el territorio americano. A esta Isla se llega por un largo puente. Y para eso también algún maestro se atrevía a organizar la actividad como viaje de estudios, y nos llevaban. El requisito era tener la tarjeta de cruce y la firma del papá o la mamá. Nos organizábamos por equipo con nuestro paquete de sandwiches y refresco. Por supuesto que los maestros estaba muy al pendiente de que cumpliéramos las reglas de no meternos mucho, y sobretodo de organizar actividades de juegos en la blanca arenas que vigila la playa.
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Alguna vez nos quedamos a acampar en la playa cuando éramos estudiantes de Normal. Qué insensatez. Pero era la edad. Eran otros tiempos, quizá de menos peligro. Y siempre cuidándonos unos a otros. Y nos quedábamos viendo el mar como un imán, que luego buscamos explicaciones, de que era nuestro origen, que la vida nació en el mar. Además que en el mar la vida es más sabrosa.
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Al llegar a Tabasco, en las primeras semanas me dijeron que el mar estaba cerca, que había unas playas lindas en el municipio de Paraíso, de nombre Playa bruja y Playa Limón. Así que nos organizamos y un viernes por la tarde estábamos saliendo al poblado Chichicapa, de Comalcalco, para pernoctar allí, y al día siguiente sábado, muy temprano, con nuestros alimentos (una gallina asada) en morral y sus respectivos refrescos, salimos a paraíso. Y a meternos entre matorrales y disfrutar las playas tabasqueñas, que no tenían mucha diferencia con las de Matamoros: el mismo Golfo, algo de petróleo en las orillas, y ramas de palma, con algo de basura. Pero si eso lo notaba yo, nos divertíamos a lo grande como compañeros de la escuela: Gilda, Lupillo, Carmita, Margarita, Jorge y algunos compañeros más.
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De niños íbamos al canal Soliseño a mojarnos; estaba cerca de la casa. Yo veía que otros de mi edad (10 años) tenían habilidad para echarse clavados como si hubieran nacido para ello. Deshinibidos, seguros de sí, yo admiraba ese valor. Pero tenía clara la enseñanza de mi madre: "nadie los cuidará mejor que ustedes mismos. No se metan a lo hondo, no jueguen con los cables de la luz; no jueguen cuando suban a una parte alta. Ah, y si se ahogan, ya saben lo que les va a pasar".
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Pero aprendí a nadar. No sabía mucho a los 13 años. Pero me invitaba a ir a la alberca Chuy Rojas, compañero de grupo en la secundaria. A veces él me pagaba la entrada. Mientras él nadaba por toda la gran alberca del deportivo Chávez, yo me metía a lo bajito, donde me llegaba a la cintura. Pero poco a poco me iba animando a practicar hasta que ya podía igual meterme por todos lados. Al grado de probar lanzarme desde el trampolín y las plataformas de 3, 5 y 10 metros. Con todo el miedo posible, pero asimismo con todo el cuidado posible.
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No conozco mucho de playas. Alguna vez Cancún; Isla aguada, Campeche; playas de La Habana; playas de algún gran lago de Michigan, solamente. Importan los lugares. Pero más la compañía. Así que en lo posible aprovecho la menor oportunidad para caminar en la arena, mojarme los pies y ver el ir y venir de las olas, como una reiteración del eterno intento de la vida por seguir la misma ruta por la que hemos transitado. Además que es nuestro origen. Y bueno, comer mariscos es algo delicioso, que de vez en cuando nos podemos dar ese gusto.
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Mientras, por la pandemia, las playas de Tabasco estarán cerradas esta Semana Santa. Y además con razón preventiva. Y mientras tanto seguiremos recordando cuando éramos felices y no lo sabíamos. y a esperar mejores tiempos.
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