Las muy extrañas vidas de Pachita y Jacobo

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En 1994 desapareció el científico mexicano Jacobo Grinsberg. Así como de la nada. Entre las hipótesis unas lógicas y otras fuera de nuestro campo de razones conocidas, está que lo secuestró la CIA, fue abducido por extraños seres intergalácticos; fue asesinado por su esposa; se fue de ermitaño a algún lugar como Tibet, Nepal, o algo así.

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Yo no sabía nada de ese caso propio de las revistas de esa época o de antes, como ¡Alerta!, ¡Alarma! o Duda. Yo por ese tiempo no leía ninguna de ellas, ni las volvería a leer ahora. La que sí leía allá por los años 80 del siglo pasado era la Selecciones del Readers Digest, a causa de una suscripción que me regalaron por cinco años. Solo que en 2019 salió un documental sobre ese caso, y me llamó la atención por el tema, que siempre anda rondando en las discusiones de mesas de los crédulos e incrédulos.

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ÉL era investigador de la UNAM, psicóneurólogo. Y andaba tratando de demostrar su teoría "sintecrata", que consiste -a riesgo de parecer simplista- en que todo en el universo está conectado entre sí, por tanto todos los cerebros humanos tienen la capacidad de conectarse. Para ello realizó algunos pruebas de dos personas conocidas entre ellos, separadas de lugar, digamos de una facultad de la UNAM a otra,  conectadas a esos aparatos que registran el movimiento eléctrico de las neuronas del cerebro, aplicarle un estímulo de luz a uno, cuya reacción es registrada en el aparato, y la otra persona asimismo registra la misma reacción, aunque con menos intensidad.

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Margarita fue hermana de José López Portillo. Ella era muy creyente a todo tipo de conocimientos que están fuera de los marcos rígidos de la ciencia. Recuerdo que por esos años fue mecenas de muchas personas con facultades sobresalientes. Uno de ellos era el británico israelí  Uri Geller, cuya publicidad decía que con la mente doblaba cubiertos, no sé si de plata o de los corrientes que uno utiliza en casa. Asimismo Jacobo, que andaba tratando de montar un laboratorio grande, de acuerdo a sus proyectos y teoría, acudió a Los Pinos, casa residencial de la familia presidencial hasta antes del actual paisano, y en la sala de estar se encontró con una chaparrita de nombre Pachita (no Paquita).

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Jacobo Gingberg y Pachita se sacaron plática en la sala de estar, se autopresentaron. Y ella le invitó a que la visitara en su casa, ubicada en un viejo edificio de la Colonia Roma. Al contar años después todo lo anterior, Jacobo contó en un libro de ese nombre "Pachita", que al llegar no le sorprendió ver varias personas esperando ser atendidos. Todos ellos evidentemente enfermos, algunos en sillas de ruedas y muletas. Al entrar vio una cama vieja. Y luego les cuento lo demás.

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Hay cosas de las que hemos sido testigos y escapan a nuestra comprensión. A veces soñamos con personas que viven lejos de nosotros. Y precisamente le llamamos por teléfono y nos cuenta que ese día o uno anterior le pasó algo. O pensamos en una persona y ese mismo día nos la encontramos. De niño recuerdo que nuestro vecino, el viejo Tereso, era conocido como curandero. Llegaban muchas personas de la región y de Estados Unidos a consultar con él. Un amigo de la normal, cuyo nombre no digo porque anda actualmente en la política, en esa edad daba funciones de hipnotismo en las que las personas que pasaban al frente las sugestionaba y hacían cosas que concientes no harían y cosas así. 

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Cuando llegué a Tabasco, de las primeras pláticas que escuchaba de las personas mayores, es de la existencia de los duendes, personajes chaparritos que jugaban haciendo trenzas con las colas de caballos, escondían cosas para que las buscáramos y luego nos dábamos cuenta que estaban en lugares muy visibles, o perdían a las personas en los caminos nocturnos. Yo siempre les preguntaba a quienes lo contaban que si ellos lo habían visto con sus propios ojos, y me aseguraban que sí.

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Yo no creo lo de Pachita. Jacobo Gingberg, Alejandro Jodorowski y Salvador Freixedo, estuvieron en su casa y dan testimonio público de que ella operaba sin anestesia, abriendo los cuerpos con un cuchillo cebollero, oxidado. Y que transplantaba órganos, y estos los hacía aparecer con su concentración. Y que no había saturación de los cortes que hacía para tal efecto, sino que ponía sus manos sobre la herida y automáticamente cerraban. Y que las condiciones eran insalubres. Por otra parte Pachita aseguraba que se posesionaba de ella el espíritu del "hermanito" Cuahutémoc, y este era quien curaba y sanaba. Sí el del último emperador azteca. Por tanto ella entra en trance, y luego de operar, vovl´via en sí. Hizo ver a ciegos, hizo caminar a personas que no tenían movilidad, curó cánceres, enderezó columnas vertebrales y otras cosas así por el estilo. Dicen.

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¿Ha escuchado usted, lector, lo de mala y buena suerte? ¿La Ley de la atracción y cosas parecidas? Pues bueno, sorpréndase: la teoría sintérgica, planteada por Jacobo Ginsberg, señala que cada cerebro tiene un campo neuronal, que es como réplica del universo todo. Y que al conectarse con el mundo exterior mediante la percepción de los sentidos, lo que sería con la "lattice", el ser humano puede modificar la realidad de acuerdo a los niveles de conciencia. De tal manera que entre más nivel de conciencia (comprensión) el individuo se puede modificar de mayor manera lo que existe fuera de nosotros, el campo exterior. Si una persona tiene un cerebro con mayores niveles de coherencia (alta sinergia) entonces podrá modificar la realidad y no ser solamente espectador de la misma. Interesante el asunto, ¿no?

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Yo siempre desde niño he escuchado que la gran mayoría de los seres humanos solo utilizamos una parte muy pequeña de la potencialidad del cerebro. Lo relaciono con el planteamiento del desaparecido Jacobo. Entre más utilización de las neuronas, se harán mayores proezas. Me sorprende por ejemplo que niños de tres o cuatro años toquen un instrumento a la perfección, incluso antes de leer o escribir. De niños nos sorprendía que el control de los aparatos, sin nada visible, activara el aparato correspondiente. O los miles de descubrimientos tecnológicos, por no decir el internet, las redes sociales, etc. 

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Pero vayamos a lo natural: lo mágico maravilloso de la vida misma: la formación de un individuo a partir de dos células complementarias, microscópicas, como el óviulo fecundado por un espermatozoide; la organización de hormigas, termitas y abejas; el recorrido de la órbita por los planetas alrededor de una estrella. Pero vayamos más cerca: el intercambio de gases por la respiración, el oxigeno que circula a través de la sangre, la formación de imágenes a través del rebote de la luz en los objetos y que llega a nuestros ojos pasando por el nervio óptico y luego siendo decodificado por ese campo neuronal al que refiere Jacobo y saber que vemos tales colores, tales formas e identificamos a las personas por sus rasgos. Ah, sin olvidar el misterio del amor, la atracción, la pasión, la poesía y demás artes, etc. Y millones de cosas más que suceden. Solo que todo esto es aceptado como normal por todos los normales. Y los otros andan en busca de ver más allá de los límites conocidos hasta ahora.

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Largo el tema. Yo, mientras tanto, tomaré mi café de esta mañana lluviosa de abril.








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