Por tierras del faisán y del venado

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Entramos a desayunar en el mercado de Santiago, en Mérida. Queríamos algo tradicional: panuchos, salbutes, salpican de venado, que me dicen en secreto que es de res. Nos asignaron mesa. Leímos la carte. Pedimos. Y me dí cuenta que de .única ambie tal de fondo tenían sax, baladas conocidas. Usted me dice que nosotros dos fuimos amantes. Algo así. Y otras.

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Seguía soñado el sax acompañándonos en el rico desayuno saboreando la culta comida yucateca. Me causó sorpresa qué las mesas estuvieran rodeadas con cadenas. Cada puesto con su encadenamiento. Y pregunté. Me dijo la atenta y linda mesera que fue por las medidas de protección contra el covid. Antes teníamos más mesas, pegaditas. Casi el doble. Etc. Yo desayuné mondongo estilo Kabic. Carne y pata en caldo rijo. Sin más. 


Y la música de sax seguía en el ambiente moviendo fibras. La vida en rosa. Para volver a empezar. Y más. Yo disfrutaba la plática con mi familia. Y por supuesto el sabor de los platillo. Porque hasta eso, pedimos distintos para darnos a probar. Y mi antenita musical sintonizador siempre a la nostalgia seguía captando las notas magistrales del sax ambiente. Y no. Era de verdad.

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De pronto dejó de escucharse lo que yo creía era música ambiente. Y a un lado de mí un músico con su sax y bocina para la música de acompañamiento empezó a tocar. Era música en vivo. Y la verdad que era de primera. Siguió con unas de Armando Manzanero y otras de LARA, Solamente una vez amé en la vida. Somos novios. Etc.

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Me acerqué para dejar en su sombrero de donativos un billete de 50 pesos. Me quedé un rato cerca de él. Me ofrece en venta dos discos de su música. 100 pesos cada uno. "Soy yo de joven", me aclara al ver mi rostro de sorpresa. En las portadas un chavo de 30 años. En lo real 65. " dicen que me parecía a José José de chavo". Y él mismo responde con guasa: sólo que por borracho". Él es el gran saxofonista de Yucatán Álvaro Colli.

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"Cuando vayas a Yucatán no olvides pasar por kinbilá. Allí es el pueblo de las guayaberas. Es antes de llegar a Izamal. Es un pueblito chiquito. Allí todas las familias o casi se dedican a hacer guayaberas. Frente al parque está Kike May, tiene un local grande como boutique. Tiene lana. Es distribuidor grande. Sus guayaberas llegan hasta Dubai. Y al lado está el local de mi amigo roqueño (qué estudió para maestro en la Normal de Roque, Guanajuato) May, ni su nombre sé, yo solo le decía May. Dile que vas de mi parte y te va atender mejor. No te va hacer rebaja pero la atención es distinta". Palabra de mi amigo Federico Mapen.

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Y para desayunos y comidas, los mercados. Son muy limpios. De lo mejor de la cocina típica. Muy cierto. Solo que en Izamal no está demás ir a comer en el restaurant Kinich, de lo mejor en Izamal (1 de los diez mejores de Yucatán). Una casona típica, amplia, con buenas atenciones y cocina. Allí comimos papasdules, venado cola blanca desmenuzado con chaya y almendras y de tomar  agua limonada con habanero. El personal muy atento. Mi codo norteño estababa preocupado. No pasó a más. 

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Decir Izamal es llenarse los ojos de amarillo, porque realmente en su belleza confía. Es pueblo mágico qué está a 45 minutos de Mérida rumbo a Cancún. Es pueblo como de película monocromática. El 95 por ciento de casas y edificios son de color amarillo.

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Izamal tiene en pleno centro el viejo convento colonial el San Antonio de Padua. Todo él es una grandiosa mole de piedra de una hectárea y media. Su construcción inició a los pocos años de la llegada de Hernández Cortez. El atrio de la iglesia tiene algo más de 7 mil metros cuadrados, el más grande de América y el segundo luego del Vaticano. Impresionante sobre un cerro, que indica se construyó sobre una pirámide, sin duda.

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