Lagartija

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A veces en mi sueño -valga la redundancia- sueño toda una vida. Literalmente desde el nacimiento y muerte. Es quizá un tiempo acelerado ene estado porque me sucede todo en un lapso de seis horas que es lo que regularmente duermo. De hecho todo lo que sucede me parece que pasa no como resumen sino como en el tiempo real de la vida. Como si en esa otra dimensión el tiempo fuera corriendo de otra manera. ¿O sería otra vida? Porque lo que me sucede, en ese aveces que sueño toda una vida, no es precisamente la mía. O sí es mía, pero es otra, no esta que me pone a escribir a dirio y en la que fui trabajador de la educación y ahora jubilado.

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Empecé por estos días a leer el libro de Rosa Montero "El peligro de ser cuerda". En él relata situaciones por las que ha pasado como ejemplo de que la mente es poderosísima y prodigiosa,  Y que al tener millones de neuronas, y que estas se comunican entre sí a través de impulsos eléctricos para que realicemos y nos comportemos de una manera específica y diferenciada de uno a otra persona, es que entonces se entiende lo de "cada persona es un mundo". Y que esas son las razones por las que unas personas son rutinariamente cuerdas y otras sean consideradas sencillamente enfermas mentales. Somos olvidadizos o distraídos, pensamos regularmente en la muerte, en el origen de la vida, en el sentido de esta, tenemos ansiedad, pánico, timidez, depresión, y muchos otros comportamientos.

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Algunas personas son serias y otras son muy alegres. Algunos son mentirosos, muy mentirosos y otros no o no tanto. Algunos son muy creativos y otros son muy limitados, hay quienes son muy imaginativos y otros nada, otros son zurdos otros derechos, y tantas otras diferencias más del comportamiento humano. Todo ello tiene que ver con los hemisferios de nuestro cerebro, qué parte trabaja más que la otra. En resumen forzado: unas son más sensibles que otras. PAS, lo que significa personas altamente sensibles.

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Aquí recuerdo un cuento-chiste de una pareja de enamorados que va caminando por un camino rural. Ella, altamente sensible le dice: "mira, amor, la luna y la fortuna que tenemos de verla, ¡cómo brilla!". Y él voltea a verla y responde parco y terrenal: "Sí, dá mucha luz, está como para matar puercos". 

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En el libro, Rosa Montero pasa lista de muy conocidos escritores que o bien tenían problemas mentales que los orillaron a recluirse en su habitación y desde allí escribieron su obra, otros quienes se suicidaron, y los que en un conjunto de todo ello ingerían drogas como expansores mentales para sentirse en mejores condiciones para lograr que su cerebro extasiado creara la obra por la que se les conoce.

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Y muchas situaciones personales que le pasaron a la autora (ciertas o friccionadas) de cuando iba rumbo a un evento y que su mente iba imaginando otras cosas, y que antes de llegar a dicho evento, se regresó a su casa porque precisamente lo que estaba imaginando era más poderoso de lo que le estaba planteando la vida "real". U otras ocasiones en las que le decían que ella no era Rosa Montero, que conocían a la verdadera, que por cierto era muy bella (la suplantadora). Y que a veces le llegaban ramos de flores enviadas por una señora de nombre como ella, Rosa Montero. O cuando al estar escribiendo una novela sentía tanto que la vida real era lo que sucedía en su imaginación para plasmarla en la obra en proceso, y que solo regresaba a la realidad, esta, la que conocemos, para comer, asearse y dormir.

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Nuestro mismo cuerpo crea inhibidores químicos. Solo que en unos se pasa. De allí la timidez extrema. Y de alguna manera en la "normalidad", cualquier cosa que ella sea, permite que el comportamiento general se ajuste a formas sociales ya probadas y aceptadas por la mayoría. Solo que a quienes esos inhibidores no son ni suficientes, o hay ausencia total de ellos, entonces los siquiatras les recetan medicamentos que cumplen esa función, para que no se salgan de sus roles sociales. Precisamente los artistas, los creativos, no se ajustan a "esa normalidad" y es por eso que su imaginación y necesidad de crear siempre está a la orden del día.

El libro de Rosa Montero nos permite entendernos más en lo particular y crear empatía con los otros. Cada uno tenemos nuestro comportamiento de acuerdo a nuestro campo neuronal y su desarrollo, y la forma como se comunican los millones de neuronas. Y siempre será distinto o muy distinto de persona a persona. Y entonces sí viviremos una nueva etapa interna conciliados en principio con nosotros mismos y con los demás.

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Quizá uno ya lo intuía, pero ahora con la lectura del libro (que me recomendó Carolina Cisneros) ahora entenderemos por qué unas personas se detienen ante la majestuosidad de un árbol y hablan con ellos, ante la belleza inaudita de una flor, y la acarician, se solazan con el celestial canto de los pájaros, y le encuentran belleza extrema al conjunto de luna redonda o con sonrisa y las rutilantes estrellas que están adornando la bóveda celeste, y que alguno de ellos, con los pies en la tierra y desde el corazón y su cerebro deshinibido escribe aunque lo juzguen loco (o poeta): "puedo escribir los versos más tristes esta noche, escribir por ejemplo la noche está estrellada y titilan los astros" (Neruda) . O. con un ¡oh!: "La luna se puede tomar a cucharadas/ o como una cápsula cada dos horas./ Es buena como hipnótico y sedante/ y también alivia/ a los que se han intoxicado de filosofía./
Un pedazo de luna en el bolsillo/ es mejor amuleto que la pata de conejo:/  sirve para encontrar a quien se ama...". (Sabines)

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Solo recordad que todos los adelantos científicos, la obra artística que perdura, o los conceptos de avanzada fueron creados o concebidos por personas que en su momentos se les consideró locos, dementes, chiflados, y a algunos los mataron, los encerraron en cárceles o psiquiátricos, los quemaron en la hoguera, los ignoraron, los confinaron en casuchas miserables. Locos que estaban, gracias a un Dios que lo vemos y no lo vemos.

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A veces yo sueño con una vida mía entera, pero que es otra muy distinta a la que vivo en esto que llamamos realidad. En solo seis horas sucede todo desde mi vida, amores, locura y muerte. Y es en una ciudad donde el único color que existe es el rojo. Pero esa es otra historia.

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A manera de posdata. En el pequeño jardín que tengo en esta casa donde vivo, que es de interés social, habita un sapo viejo de edad, grande y negro. A él casi no lo veo porque de día se esconde. Pero el caso es que también habita una especie de lagartija. Esta sale, y cuando la veo me pongo a silbar y se queda estática escuchándome. Paso junto a ella y no se mueve. O cuando de repente salgo se mueve y a cierta distancia me mira y me escucha silbar. Esto es cierto. No lo supongo. (foto)




 

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