Marisa, arrivederchi

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Marisa fue un sueño tan real, o fue real pero en su desaparición abrupta pareció un sueño. A lo mejor como la vida misma. La recuerdo muy bien como si ahora yo tuviera la edad que entonces tuve y la veía a diario subirse al autobús de nombre 2 de abril que daba el servicio público de transporte. Para entonces ella tenía catorce años, yo doce. pero yo estaba muy enamorado de ella. Era lo que podría decirse sobretodo en esa edad el amor de mi vida.

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Para ese entonces yo había entrado a estudiar inglés en esos engaños de publicidad de media beca, en lo que te dicen que te ganaste el cincuenta por ciento y el otro es el pago para que asistas a aprender el idioma tan necesario en todas partes, pero más en la frontera. Allí estudiaba Marisa, allí llegué yo también. La maestra se llamaba Alicia. El grupo era de unos veinticinco alumnos entre hombres y mujeres de todas las edades entre doce y cincuenta años.

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En el salón semioscuro, la clase nuestra era de cinco a seis de la tarde. A la salida ya estaba oscuro. Y en esa clase Marisa con su presencia iluminaba la estancia y mi corazón. Yo abordaba el autobús a dos cuadras de mi casa. Y ella dos cuadras más adelante, y yo siempre en lo posible le guardaba un lugar para que fuéramos sentados juntos. Y en ocasiones -yo no sabía por qué- ella lo abordaba antes y cuando yo subía ella estaba en un asiento asimismo la mayoría de veces como guardándome el espacio, para lo mismo, irnos juntos.

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Era la muchacha más bella del mundo. Yo sentía maravilloso tan solo verla. Y mucho más ir sentados juntos en el trayecto. Un "hola" y sentarnos me era suficiente. Acordémonos que yo a esa edad tenía tartamudez. Así que no me animaba a hacer plática y apenas monosílabos en mis respuestas. Y el autobús al frenar de manera repentina hacia que nuestros cuerpos se movieran, y reíamos como si anduviéramos en la ruleta rusa, y en las vueltas yo aprovechaba para pegarnos un poco y ella reía. Oh, Marisa, cómo recuerdo esos meses como mis días de gloria amorosa (en mis pensamientos)

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Yo en la mañana, en mis clases de sexto grado esperaba que pasaran las mañanas de lunes, miércoles y viernes porque eran días de nuestras clases. Y por supuesto que esperaba que pasaran rápido los martes, jueves y el fin de semana, porque Marisa era como una razón de vivir Y era solo verla sonreír. Y ya cuando iba caminando esos días de clase rumbo a la parada de autobús, era emocionante verla subir o verla que ya estaba sentada. Y en el momento que nos mirábamos entre ambos parecía que se componía el universo entero. El ruido del camión ni lo escuchábamos. ¿¿Co, como te llamas?"  "Maris", respondió. "Ma, Marisa. Que lindo nombre" , dije por decir algo, pero con un temor gigante por mi tartamudez. Seguíamosel trayecto sin hablar. Ella volteaba a verme. Yo ya la estaba viendo y reíamos. "Me gustan tus ojos. ¿De qué color son?". Y yo no respondía para que no me saliera lo "ver verdes. Solo a manera de juego le acercaba mis ojos para que los viera más de cerca. Y reía como luna creciente.

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Yo aprovechaba, y quiero creer que ella también, los movimientos bruscos del autobús. Las vueltas en curva y la inercia de nuestros cuerpos se juntaba, leve sí, pero suficiente para mis emociones de sentirla cerca. ¿Cómo era Marisa? Era de mi estatura. Una piel canela clara. Una sonrisa como la de la Mona lisa (luego lo supe). Miraba sus manos con dedo largos como de pianista. Y en un arrebato se lo dije. "Ojalá que estudiara piano", me dijo resignada. Y asomó un gesto acomode tristeza. lanzóó su mirada más allá, Como si quisiera regresar el tiempo de su niñez. No sé por qué. Nunca lo supe.

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Solo una vez le tomé la mano. Y fue precisamente porque la curva fue muy pronunciada y llevaba velocidad el autobús. Entonces yo estiré mi mano adrede para tomar la de ella, como para evitar caerme. Y fueron como tres segundos, pero fue de las dichas más gratas que tuve con ella. Sí, era su sonrisa. Era esperar y verla subir o que ya estaba en el autobús. Pero tomar su mano fue como si hubiéramos hecho el amor en esos instantes. Para esos días ya nos habíamos hecho amigos de la maestra de inglés. Y a la salida la acompañábamos a su casa como a cinco cuadras de la escuela. Y de allí Marisa y yo caminábamos dos cuadras más para tomar el autobús. Y de ida nos bajábamos igual hasta donde vivía la maestra, nos pasaba a su casa. Nos sentábamos en la sala mientras terminaba de arreglarse y caminábamos hacia la escuela.

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"Mi papá me regañó y pegó porque llego más tarde. Y salgo más temprano", me dijo. Yo me quedé estupefacto. Nunca me pasó por la cabeza que ella en sus 14 años fuera golpeada por tener un amigo que la cuidaba acompañándola.  "Y me dijo que me va a sacar de las clases de inglés", dijo resignada. Yo en ese momento quise ser grande para defenderla. Quise tener poderes para enfrentarme a ese tipo mayor que le había pegado a Marisa. Dos o tres veces más lo mismo de verla subir al autobús, la alegría. Y ella estaba más seria desde esa vez. Ya su sonrisa había escapado dejándola con un gesto sombrío. Luego nunca más la vi.

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Yo desesperado recorría las aceras y me asomaba a las casas por donde ella abordaba el autobús, para tratar de verla. Luego me atreví a preguntar con algunas señoras que estaban sentadas fuera de su casa platicando, leyendo, o estaban regando las plantas. Preguntaba por Marisa. "No, no vivía por aquí". Y así todas las respuestas. Hasta que una señora me dijo: "sí eran mis vecinas. El papá les pegaba mucho a su esposa y a ella, Marisita. Muy bella. A Marisita la atropelló un camión de los dos de abril cuando ella tenía cinco años. Y la mamá separó del hombre que las maltrataba. Creo que se fue a los Estados Unidos. No sé bien. Desparecieron como si se los hubiera tragado la tierra o llevaron los marcianos. 

10

Es la frontera norte. La colonia era un caserío de construcciones pobres. Las calles de tierra con polvo en seca y lodo en lluvia. La mayoría eran obreros de diversos oficios. Las muchachas de catorce en adelante trabajaban en maquiladoras con horarios de diurnos o nocturnos. Con pocos permisos para ir al baño. Marisa una vez me dijo que quería entrar a una maquiladora. Pero su padrastro se atravesó en su vida sacándola de las clases de inglés. Todo fue tan rápido entre Marisa y yo, ilusiones, niñez entrando a la adolescencia. Y ella en una situación que nunca adiviné. No fue posible. Y yo nunca la olvidé. Oh, Marisa. Por otra parte lo que me dijo la vecina. Coincidencia en los nombres. Marisa, un ángel  fugaz en mi vida.


 

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