La rutina generalmente es de los cuerdos

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Las rutinas o lo rutinario es lo que hacemos de manera diaria. Sí, la mayoría, entre ellos yo. No sé usted. Lo peor de las rutinas, es cuando esta entre a los asuntos de amor, convivencia y amistad. Porque precisamente ese el mal va deteriorando las relaciones. La rutina es asunto de nuestra realidad y es criminal para el alma. Solo que nos acomoda a una maquinaria funcional productiva.  

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Con esos relojes modernos, cuando salimos a caminar y ya tenemos trayecto trazado, damos vueltas al mismo circuito, y la aplicación (app) del reloj la registra de manera dibujada. Si damos unos pasos fuera de ello, lo registra, si entramos a otra cuadra lo registra, lo mismo si elegimos otro trayecto. Si esa aplicación la utilizáramos todos los días, nos daremos cuenta que las actividades diarias que realizamos están en un marco rutinario ya definido.

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El cerebro se acostumbra a las rutinas en toda las actividades. Si empezamos por el baño, nos quitamos las prendas en el mismo orden, ya mojados empezamos a enjabonarnos por la misma parte, lo mismo al sécanos. El cepillado o peinarnos igualmente sigue el mismo orden. Ocupamos la misma silla en el desayuno. Y generalmente nuestra salida rumbo al trabajo sigue igual, los saludos si vivimos con alguien, y seguimos la misma ruta por las mismas calles. En el trabajo lo mismo. La salida y regreso casa la hacemos -salvo algofuera de lo programado- de la misma manera.

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La rutina viene siendo parte de nuestra vida. Yo cuento que antes de jubilarme me decían que era peligroso pasar del trabajo diario a levantarse y ver el día sin quehacer dentro de horarios definido. Y yo me reía, por supuesto. Me decía: "tanto por hacer y sin la presión ya de horarios". Pero llegó mi turno de jubilarme. Y cuando iba un año aún los amigos me preguntaban: ¿Qué tal la vida de jubilado? Y mi respuesta entonces sí era diferente. Quiero decir que salimos de nuestra vida de rutinas, horarios incluidos, y entramos al mar de la libertad de tiempo sin ruta, sin brújula y sin rumbo.

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Por la peligrosidad de los ambientes, muchas personas han decidido comprarse una caminadora o bicicleta fija, y le dedican allí su tiempo diario de ejercicio para mantener la salud en mejores condiciones. Y la rutina allí se queda más ejemplificada. Y para sobreponerse a ver la misma pared o espejo, se ponen unos audífonos para escuchar música, que sin duda alguna es la misma música todos los días: Bach, Bethoven, Los Ángeles Azules, Scoorpion, Beatles, etc.

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Hay quienes -me apuran- toman un libro y si lo empezaron a leer no lo dejan hasta que lo terminan, aunque este sea super aburrido. Lo continúan leyendo por disciplina. Y hay quienes revisan las llantas de su auto empezando por la del lado de piloto, luego las dos de atrás y al final la delantera del lado del copiloto. Y así lo hacen siempre.

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Mi explicación de mi caso como jubilado  es simple: somos animales rutinarios de horarios. Desde preescolar con un horario matutino de 9 a 12; luego de primaria de 8 a 1, así nueve años. Luego la secundaria de 7 a 1. Después la preparatoria y la universidad. En todos esos años hasta teníamos pegados nuestra hoja de nombre "Horario de clases" y era nuestra guía para orientarnos en ese mar abrupto de materias inconexas entre sí, inclusive. Todo ello en suma son 19 o 20 años en que nuestro cerebro se amoldó a moverse en base a esa rutina de horarios. Luego llegó lo laboral. Y lo mismo.

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En mi caso horario como maestro de primaria de 7:45 a 13:00 horas. Posteriormente en telesecundaria de 8 a 14: 00 horas. Luego en mis incursiones en la administración con horarios de entrada y no de salida, pero de todas maneras horarios. Así que el cerebro por 56 años (de estudio y laborales) acomodándose y respondiendo a  realizar actividades de preparación para una hora de entrada, realizar actividades dentro de ese horario, y prepararse para la hora de salida y de allí seguir la misma ruta para llegar a casa. Precisamente, aunque el individuo tenga muchas cosas que hacer ya como jubilado, su cerebro no se acostumbra en el primer año a andar sin horario fijo de entrada y salida.

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Así ya de jubilado, por más que le decía al cerebro que se desatontara (desapendejara), me traía como león enjaulado dentro de la casa, cada rato me topaba con mi esposa, al principio nos decíamos hola, luego el hola era un poco más serio, me la pasaba entre regando las plantas, acomodando libros, encendiendo la televisión para ver qué había para ver, lavando el auto, arreglando y desarreglando la bicicleta, entraba a estorbar a la cocina para hacer limonada o pan, y así todos los días. Hasta que me dije: lo que te gusta hacer, acomódalo en nuevos horarios. Y así le he estado haciendo. Y poco a poco fui elaborando y programando mis nuevas rutinas.

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El caso es atreverse a romper rutinas. No renegar de ellas, porque son las que nos han formado, y seguramente tiene que ver con la civilización (sin meterme a mayores explicaciones) con sus mitos y horarios; un sistema de producción, etc.. En lo general hay quienes se desprenden de dichos horarios y parecen como si fueran desadaptados, pero entre los pros y los contras de dicha vida con o sin horarios hay un equilibrio. El rutinario de los horarios quisiera vivir la vida sin horarios como muchos otros, pero sin dejar los ciertos privilegios; y lo mismo el sin horarios (llámese como se le llame) quisiera tener la seguridad del que se mueve con base a horarios. Así la vida.

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La rutina mata neuronas, las necesarias para que la sociedad funcione. Y los que no se acomodan con ella, entonces andan despistados, sin brújula, creativos, platicando con plantas y animales, sonrientes, de saltimbanquis, amando, sobre todas las cosas, en paz con la naturaleza y a buen fin un día el cementerio para ellos junto con los rutinarios, mismo destino: polvo.


 

 


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