¡Tercera llamada! ¡Coooomensamos!

1

Nadie escapa a su personaje. Hay ejemplos muy destacados en los que se funden. Conocen más a Chabelo que a Javier López. A Cantinflas que a Mario Moreno. Y a Capulina más que a Gaspar Henaine. Y sin embargo logran convivir, seguramente con sus dificultades y así nosotros, desde otra perspectiva y distante nivel. Somos el personaje que las personas miran, escudriñan, aunque nosotros no nos identifiquemos con él. Puede parecer rara esta elucubración, pero es realidad. En qué momento del día, fuera de su trabajo, se comportan como el personaje. No los deja, no los suelta, y qué sucede en sus sueños cuando se sueñan: ¿son uno? ¿son otro?

2

Ya no será posible con ninguno de ellos, pero si me pusieran a escoger en esas hipotéticas realidades del pensamiento, entre platicar con unos y otros, yo preferiría al personaje, a ese peladito que habla enredado, de bigotito ralo en los extremos, pantalón en la baja cintura, y escucharlo para aprender a cantinflear. Y lo mismo con ese niño anciano, pantalón corto y voz chillona, con el que diversas generaciones crecieron, y a quien le decían inmortal. Somos así, preferimos al personaje, sin saber que la esencia verdadera es el otro, el que se enferma, tiene sus preocupaciones. Y peor, si son preocupaciones debido a esa doble personalidad, en la que la pública, se impone con saña al de la privada, con la que se levanta y se acuesta.

3

El día a día es de actuaciones. Diga si no. Va usted caminando. Y a lo lejos mira al tipo o tipa que le cae mal. Que trabaja o estudia con usted. Y ya no fue posible cambiar de acera o entrar a un centro comercial mientras pasa. Y se encuentra con él, ella, cara a cara. Y le saluda como si le estimara, con una sonrisa de oreja a oreja. Lo mismo hace él con usted. Y todavía se extraña a usted mismo cuando de su propia voz sale: "oh, que gusto de verte. Oye, a ver cuando nos tomamos un café para platicar". Cuando razonadamente nunca de los nunca le diría eso. Pero ya lo dijo. Es teatro.

4

El admirado actor estadounidense Robin Williams se suicidó. Lo vimos en varias películas interpretando a varios personajes. Con alguno él se sintió más cómodo. Los disfrutó o sufrió a todos. Cachó para sus hombros las angustias de ellos, personajes ficticios. Y a él le bastaban y sobraban, para sufrir, las propias. Se metía tanto en sus personajes que lo adoramos en casi todos. Porque se veía tan real, tan convincente. En todo y alto grado, un gran actor. Solo que todos los personajes residían en su alma. Y lo desbordaron. Logró mirar el mundo de otra manera. Y no le fue posible más. Y como si su vida fuera una película le puso el letrero "fin", él mismo.

5

O aquella actriz vieja, retirada del escenario, que salía a la calle, pasaba por lugares concurridos para gritarles que ella era actriz, que fue famosa. Y lloraba de alegría cuando algún viejo como ella la reconocía, se ponían a platicar y ya con esa sensación de reconocimiento público regresaba a su casa a enfrentarse con ella misma, en su soledad como martirio, como corona de espinas. Y al día siguiente hacía lo mismo. Era ella y no era. Le daba más importancia al personaje que a ella misma como persona. No tenía donde asirse más que en esos recuerdos del escenario, de las luces, de los aplausos. Pero irremediablemente se bajaba el telón. Y regresaba a su mundo, cerrado, cercado, reducido. Por eso salía a los parques, lugares concurridos a gritar a los cuatro vientos que ella era la estrella del cine nacional. ¿Su nombre? Que importa. Eres tú, soy yo. Pero lo mismo le pasó a Pita amor, la undécima musa y a Nahui Ollin. Pita declarando por las calles emperijoyada y super maquillada. Nahui vendiendo sus fotos desnuda de esa bella juventud en la que posó para los mejores pintores. Y subía a los camiones, decrépita, y les tocaba los genitales a los hombres. Teatro del absurdo. Teatro real.

6

Se cuenta aquí en Tabasco que Javier López visitó la universidad local invitado por la mesa directiva de alumnos. Y luego de la charla general sobre su vida, la importancia de los medios de comunicación, y temas afines, vinieron las preguntas y respuestas. Los y las muchachas se referían a él como Chabelo. Y con razón, ¿por qué no? Si habían crecido con él en esas citas dominicales, y cuando ellos, los estudiantes crecieron, se miraban al espejo y se dieron cuenta que ya no eran niños, y Chabelo seguía siendo el mismo, sin que le cambiara la voz. Y estaban ante Javier López, pero ellos miraban a Chabelo, nostalgia por su niñez cada vez más lejana. Y Chabelo para aquí, para allá. Y es cuando entonces él, cansado de que le dijeran como el personaje, fastidiado o juguetón, quizá, les dijo: "recuerden que al que invitaron fue a Javier López. Si hubieran invitado a Chabelo les hubiera salido muy caro económicamente".

7

Cuando calificamos a alguien o lo juzgamos por lo que hace como persona, lo hacemos porque lo vemos igualmente como personaje. Al profesor en una comunidad rural cuando se lo encuentran como persona normal en la ciudad, comprando en el supermercado como cualquier jefe de familia con sus necesidades, y peor cuando se lo encuentran todo acalorado tomándose una cerveza en un bar o cantina. "Profeee, que gusto verlo". O ahora con las redes sociales cuando se miran las fotos que sube, sea a él o a la maestra en la playa con sus trajes minúsculos de baño. Y esas imágenes las relacionan con la que tienen de él, ella, en el salón de clases. Hay casos extremos donde las han corrido (ojo violencia de género) porque subieron a su red social una foto dándose un beso con alguien, o con ropa breve o pose sensual.

8

Puede ser, quién sabe, a lo mejor. A veces me sucede que estoy tomando un café en lugar público. Y se me acerca alguien, me saluda, y me pregunta que si soy yo, el profe que publica todos los días en Facebook un texto extenso, y que si lo copio de alguna parte, que si yo escribo todo eso, que si sé todo eso o lo invento. Y luego de que me invitan un café con pan, o solo pagan mi cuenta, me dicen que me imaginaban distinto: más viejo, más joven, delgado,  gordo,  platicador, brillante, sonriente, mejor vestido, con la camisa por dentro, con los dedos amarillos de tanto fumar, más ojeroso por tanto café consumido o tanto amor hecho. Y me quedo callado. Y ellos esperan que diga algo. Solo les digo gracias, que la vida me ha tratado bien o mal, depende a quién tenga enfrente. Y se despiden, decepcionados, "chao, bye". Y a otra cosa mariposa.

9

Yo necesito un personaje que me represente, que vaya por mí al taller literario, a las compras al mercado, que se tome café en lugar público y que hable, sonría, pose para la foto. Que responda bien a las preguntas. Que salude con abrazo fuerte bien actuado. Y como no lo tengo, tengo que realizar yo todo eso, que no me incomoda, pero no me salen bien las actitudes y gestos que esperan de mí. ¡Vaya!, ni tarjetas de presentación tengo. Y ni pluma traigo. Tengo el temor de que alguien me diga que soy un usurpador del Antonio que escribe todas las mañanas como un esclavo al servicio de ese otro que no sabe decir te quiero o amo si no lo siente. Tan fácil que sería mentir, de palabra y pensamiento. 

10

En esta guerra fratricida de egos, nada es verdad, nada es mentira, todo es de acuerdo al pensamiento con que se mira. Y como cada cabeza es un mundo, cada quien es personaje responsable de su propia obra. ¡Viva el escenario de la vida! ¡Viva el teatro! 











 





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