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Se conocieron hace como mil años. No es una exageración la cifra. Solo que es tan antiguo el dolor, la herida ya cicatrizada, que se han acumulado ya esa cantidad de años sentidos. Y se encuentran de nuevo. No justificaré nada. Solo que vivieron un tórrido romance, fatal a lo mejor, por las desdichas que acarrea, luego de las tantas dichas. El caso es que se encontraron, ya decrépitos. La mirada seguía teniendo el mismo brillo, de alegría, placer y dicha. ¿Sus nombres? Marietta y Julián. Dos nombres simples, evocadores de la nada. Se abrazaron al reconocerse luego de varios años, digamos cincuenta de no verse.

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Yo he soñado mucho. Si fuera posible medir en tiempo cada uno de los sueños más la suma, serían entonces como otra vida por el cúmulo de años. Los sueños han sido casi de todo tipo. Los padres muertos, la novia primera ya en su tercer matrimonio, los amigos en pendencias. Y todo ello como nuevas vivencias luego de la muerte de algunos de ellos, sobretodo el padre y la madre. Entre l neblina del sueño, por supuesto Julián soñaba a Marietta. Y hacían el amor como locos, bestias contumaces que no sabían existir de otro modo, más que montarse, descansar y montarse. Y hacer fricción embelesados como el ducal o el juguete para el niño de la calle que se asoma a los aparadores.



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