Con las luciérnagas

Reunión de luciérnagas

Hay muchas lucesitas que alumbran en la oscuridad común y casi normal de la sociedad en la tierra. Quisiéramos que fueran más  luces. Hagamos lo posible que poco a poco se vayan sumando otras. Porque  no importa si es de día o de noche, este tipo de lucesitas siempre alumbran, siempre son necesarias.

Hay un mito muy conocido con el nombre de La Caverna, del filósofo griego Platón (Siglo V y IV A C). En él plantea que vivimos dentro de una caverna, oscura, por supuesto. Y que estamos de espaldas a la entrada. Y entre la entrada y nosotros hay una hoguera. Y que esta fuente de luz al tocarnos proyecta sombras con movimientos sobre la pared -contraria a la entrada. Y que ese movimiento de sombras es la realidad en la que vivimos. Solo que en una ocasión uno como ustedes, quizá tal vez como yo también, se atrevió a voltear y vio la hoguera y sintió dolor en los ojos; vio que al fondo había una entrada, por lo que siguió caminando, pasó la hoguera y fue hacia la entrada, para asomarse afuera, y el resplandor del día le molestaba por lo entrecerró los ojos para poco a poco irlos abriendo; al ir acostumbrándose a la luz vio la maravilla de colores, formas, cielo, arboleda, flores y los pájaros en su vuelo. Y contento y esperanzador entró de nuevo a la cueva, a la caverna, a contarle la buena nueva a sus compañeros, a decirles que han vivido en la oscuridad, que las sombras en movimiento que consideran la realidad, no lo es. Que la verdadera realidad es afuera donde está la luz. Está por demás decir que lo tacharon de loco y lo amarraron con cadenas, a como estaban todos los demás y seguir en lo mismo.

Y mas allá de las interpretaciones que cada uno podamos darle, me atrevo a afirmar que la luz de afuera de la caverna son los libros, y que cada una de ustedes son ese, rebelde, inquieto,  que salió de la oscuridad de la  caverna, descubrió la luz del exterior en la lectura, y regresa al interior, donde están sus vecinos, sus compañeros de trabajo, y no les creen que hemos vivido y siguen viviendo entre y en las sombras. Y que la verdadera realidad, o mas bien para comprender cómo vivimos, y las razones de la existencia humana, están los libros. Pero esos libros no se abren ni leen solos. 

Quiero agradecer a ustedes a los organizadores de este festejo del primer aniversario, por invitarme a platicar, a pensar en voz alta, sobre el tema de la lectura y los libros, y la importancia que tiene esta actividad muy humana para el crecimiento y desarrollo interno. Otros somos, diferentes, cuando asistimos a la puesta en escena de una obra de teatro, cuando asistimos a una exposición, cuando escuchamos una canción no comercial o no tan comercial, y cuando leemos un libro. Sobretodo un libro que nos gusta.

(comentar del libro “Ellas hablan”, de la escritora canadiense Miram Toews)

Y antes de entrar a esos temas, que no lo haré como si diera clase, sino como plática en la sala de mi casa o en la sala de la casa de ustedes, permítanme que me presente:

 

Nací en Matamoros, Tamaulipas, hace ya 63 años. Hijo de padres analfabetas. Él ,jardinero de ojo alegre con las plantas y flores; ella amorosa ama de casa. Ellos no sabían leer, pero veían más allá del analfabetismo, y sabían que la educación es lo más importante para el futuro de las personas. Así que procuraron que sus nueve hijos vivos asistieran a la primaria. Siempre cuento de ese mi primer día rumbo a la escuela, la anécdota siguiente. Vivíamos a media cuadra de la secundaria, y a dos cuadras de la primaria. Entre mi casa y la primaria está la iglesia católica. El primer día de clases me llevaba mi papá, muy contento: su séptimo hijo le tocaba el primer día de clases. Y al pasar por el frente De la Iglesia se encontró a su tío Nacho otro analfabeta, este de barba larga, muy católico, a quien yo lo veía con mucho respeto porque en Semana Santa actuaba como uno de los apóstoles del Vía cricis, y tengo bien grabada la escena del lavatorio de pies, y tengo clara la imagen del cura lavándole los pies a él. Entonces se cruza mi padre y él frente a la iglesia. Mi padre lo saluda, y el tío Nacho le responde el saludo con una pregunta: "¿Y a dónde vas, Juan?" Aunque es de seguro que ya lo sabía por todo el movimiento que hay a esa hora y más en el primer día de cases. Y mi padre muy orgulloso le responde que iba a la escuela para llevar a Toñito a su primer día de clases. Y Don Nacho, burlón, le responde: "Y para qué lo llevas allí Juan; allí aprenden puras cosas del diablo". Mi padre no le hizo caso, lo cual le agradezco- y siguió su camino para llevarme a la escuela en el primer día.

Les diré sobre mi nombre

Sobre mi nombre Antonio cuento que a veces, cuando me nombran en alguna presentación, le agregan el José o el Juan a mi nombre. Y no me desagrada. Dice mi madre que ella no sabía de los dos nombres, que ella consideraba que debía ser uno para cada uno. Si no después me iba a confundir, argumentaba, entre tantos hijos para llamarlos. Cuenta que al llevarme al bautizo el cura preguntó cómo se iba a llamar el niño. Y mi madre le respondió “Antonio”. Y el cura, le interroga “¿Antonio qué más?” “Antonio nomás”, responde ella. Y así quedó  mi nombre de pila registrado en la iglesia el nombre de “Antonio Nomás”. Aunque en el registro civil, la secretaria, luego de leer el acta de la bautizo soltó una sonora, festiva y larga carcajada, y fue más consciente. No me registró como en la iglesia. Puso Antonio y los apellidos de padre y madre.

Es curioso eso de los nombres. Cada quien tiene la historia propia. Yo nací en noviembre, en el norte. Frío de invierno adelantado. Infierno cruel con viento helado cauterizante. Se colaba el viento por entre las rendijas de madera de la casa. Y una buena parte de ese aire anidó en mi garganta de recién nacido. Mi madre que estaba atenta empezó a escuchar con mucho miedo un chillido de esos como de tos ferina, que así le decían. Y a punto de cerrarse ese canalito para el aire del respiro, me cobijó y, creyente católica que lo fue, me llevó a la iglesia que estaba más cerca, a una cuadra de la casa. Y ofreció nombrarme como el santo patrón de la iglesia si me quitaba ese mal a causa del viento del norte anidado en la garganta. Y sí, cumplieron ambos y yo quedé con el nombre que tengo por San Antonio. Yo le decía a mi madre que ella cumplió a medias, porque me faltó el San, para que fuera completo mi nombre San Antonio.  “Mira Antonio, -me dice seria-, para llegar a ser santo, y ganarse el San, hay que sufrir mucho”.  Le digo, para ver la expresión de su rostro: “madre, si es por sufrir, entonces todos los pobres del mundo, deberían de ser santos”. “No todos. No todos”, me responde rápido, sin dudarlo.

Fíjense que cuando más estoy entretenido en pensamientos oscuros, esos que atraen desesperanza y meten malas vibraciones, me entero de personas que se reúnen a leer, por gusto. No es casualidad. Es un llamamiento cósmico materializado en atracción que logra reunir a dichos participantes en buscar y esparcir luz. Sí, como luciérnagas. De seguro en sus reuniones hay muchas risas, mucho sentimiento de pertenencia, por una parte al grupo, y por otra, a la raza humana. Y este es uno de los logros más importantes.

Todo grupo que se reúne para leer periódicamente, están haciendo -callados-  por la humanidad, mucho más que otros.  Mi reconocimiento, siempre. Porque no es fácil ni difícil. Pero se quitan de sus habituales encargos. Se desplazan de sus casas al lugar de reunión, lo cual genera gasto y utilización de tiempo. Este, que bien pueden dedicar a actividades más redituables, más rentables, por decirlo así. O simplemente descansar. Pero no. Ellos, ellas, insisten en reunirse. Y cada vez que escuchan el cuento, el poema, la novela, crecen, en lo interno. Y en conjunto crece la humanidad. Cuando una persona ríe y aprende, es la humanidad que crece un poco más, cada vez un poco más.

A veces cree uno que son pocos y no, son muchos, en muchas partes. Solo que al no saberlo, nos quedamos con la idea equivocada que son pocos y demasiado pocos. Se reúnen en el llano, en la loma, en el bosque, en la explanada, en la falda de montaña, en las grandes y medianas ciudades, en el poblado, el ejido, la periferia, centro, en el margen. A veces con comodidad de casa y amplios jardines. A veces en bibliotecas grandes o pequeñas. Bajo un árbol. Y a veces en un centro cultural o cafetería sin o con wifi. No importa el lugar, sino hacerlo. Y no con presión. Sino con la seguridad que se está logrando un sueño que comprende paz, amistad, amor, solidaridad y el afán de ser mejores, no personas mejores que otras, porque no es competencia, sino mejores en sí mismos.

La persona que lee piensa mejor. Explica mejor. Expone mejor. Y va aprendiendo cuándo callar y cuándo hablar. Valora el silencio tanto como las palabras.

Así como caminar, correr, brincar, jugar pelota activa los músculos del cuerpo y los hace más resistentes y flexibles, y oxigena mejor todo su cuerpo, así la lectura ejercita los músculos del cerebro, construye nuevos vínculos en las neuronas, y por tanto piensa cada vez más y mejor, lo cual le beneficia en su vida interna y social; y se va encontrando con otros que realizan lo mismo.

Pero hay otras actividades para ejercitar el cerebro y pensar mejor, aparte de leer como hábito, son: escribir como hábito, hablar e ir pensando en lo que se está hablando, con filtros para no decir imprudencias, y escuchar atentamente a la persona que está platicando con nosotros. El cerebro va buscando las ideas previas, para entender lo que nos dicen, y buscar las palabras para comentar y responder.

Así que…

Miren, es tan importante lo que realizan, con círculo de lectura, lo que realizamos, que ese invento de la escritura logró el inicio de la civilización. Por si no lo sabían o no lo recuerdan, les comento que hay una linea que divide la historia de la prehistoria. En esta el hombre es hominido habita en cuevas, vive de la caza y recolección de frutos, y en la historia es el homo sapiens, el hombre de la civilización. Pues bien, este invento es el de la escritura, cuando ya podían dejar por escrito algunas cosas importantes para su vida, en tablillas, cuero, pergamino, hasta el descubrimiento del papel, luego la imprenta.

Y si es la escritura y la lectura el invento que logra el gran paso de la prehistoria a la historia, de la barbarie a la civilización, imaginen entonces lo que significa para el individuo en cualquier etapa del ser humano. Por eso es importante la lectura en silencio, en voz alta, en grupo, ahora en audio libro. E importante es la actividad de escribir. Hagan el intento si no lo han hecho. Hagan un hábito el escribir, así sean tres o cinco renglones diarios. Y poco a poco van a escribir una media hoja diaria, luego una o dos hojas diarias. Y en un año tendrán suficiente para un libro (no en función del ego, sino el de desarrollo humano pleno..

Para terminar:

Toc, toc. "¿Es aquí el club de lectura?", preguntaba una señora elegante al frente de tres más igual. Yo estaba solitario, como en pocas veces en el taller literario de El Jaguar Despertado. Leía para ocupar mi tiempo laboral. "No, no es de lectura", les respondí sonriente, y las invité a sentarse mientras ellas amagaban ya con irse, decepcionadas que no fuera taller de lectura. Luego supe que se llamaba Juanita la más aventada para preguntar y hablar. Quizá lea este texto. "Pero pueden ustedes escribir", les propuse, como anzuelo para ver si se quedaban. Yo necesitaba más tallistas, los otros no habían llegado esa ocasión, quizá se habían desviado al Submarino amarillo, restaurant bar. "Pero ¿de qué vamos a escribir?". "Uy, de tantas cosas. Y aproveché para exponerles lo que siempre digo como loro cuando alguien me hace esa pregunta.

Los clubes de lectura son aún más eficaces en el crecimiento personal. Y hay menos ego. Eso creo yo. Porque al terminar no se llevan algo tangible: se llevan -solo y nada más- imágenes de lo leído en la mente, mas el bienestar interior que provoca la sonrisa, el ver reír, y el platicar. A diferencia del taller de escritura o literario, que te llevas las hojas con sugerencias de corrección, y en el taller de pintura o fotografía, llevas una obra que otros pueden ver. En la lectura sin que se dé cuenta el lector en ciernes o avezado, se va viendo diferente, más seguro, más alegre, más consciente de lo que sucede en su alrededor, más tolerante y comprensivo.

 

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