La vida toma conmigo café

1

Escriba su nombre completo. Mírelo bien. Imagine que va a estar en la página de un periódico o libro. Se miran bien su nombre junto con los apellidos. Llena de orgullo. O imagine que a su muerte quedarán veinte o treinta cuadernos con todos sus textos. Y luego vendrá el interés de que publiquen bien una selección de esos textos o todo completo. No está mal. Pero mejor en vida, en vida, hermano. 

2

Viendo su nombre, leyéndolo en voz alta, piense en la razón que pudo haber tenido su padre o madre para ponerle ese nombre sonoro. Decía un gurú de la autoayuda que nuestro nombre al ser pronunciado suena a nuestro oído como un canto celestial. Así lo dice. Y yo lo creo. No es lo mismo cuando una amiga me saluda con un "hola" seco, a agregarle el "hola, Antonio". Pues así nos pasa a todos. Y no quiero imaginar la furia de mi madre (furia cariñosa de madre a hijo) cuando decía mi nombre hasta parecía que lo deletraba: "An-to-nio ya te dije que no te juntes con las malas compañías como..." Y allí iban otros nombres de amigos o amigas. Me pusieron el nombre que ostento gracias a que antes de registrarme por poco me muero de bruta gripa, y me encomendaron al santo de la iglesia de la colonia, solo que me pusieron el nombre incompleto, sin anteponerle el "San". Eso en su momento se lo reclamé juguetonamente a mi madre.

3

Con explicar por escrito lo de las razones que tuvieron para ponerle ese nombre, ya tiene usted escrito un texto de unos diez renglones. O algo más. Muy bien. Al día siguiente puede escribir alguna anécdota agradable o desagradable que ha tenido en relación con su nombre. Ejemplo: cuando yo estaba en la secundaria había un personaje de radionovela, creo que era en la de Porfirio Cadena, de nombre Antonio De la Rosa y Flores. Y allí estaba jorobando un compañero que se llamaba Casiano, y me decía el nombre completo de ese personaje. Me lo encontré cuarenta años después. Y nos reíamos de esas tonteras.

4

Muy serio me cuenta que se cambió el nombre. Que él me hacía fastidiaba con ese apodo porque a él también lo burlaban con su nombre de Casiano. Yo no sabía por qué, pero en ese momento me lo explicó. Y me reí de tal manera que se me salían las lágrimas de tanto reír y me dio dolor de barriga. Lo veía a él serio. Y me cuenta que cuando empezó a trabajar empezó a juntar dinero para  contratar un abogado que le llevar el juicio para el cambio de nombre. Y luego de dos años al fin ganó y se lo cambió. ¿Y cómo te llamas ahora? Próculo, me dijo riendo. Estaba vacilando, por supuesto. No se había cambiado el nombre, sino que se había habituado a él, de tal manera que hasta inventó ese chiste para reír junto con las personas a quienes se lo contaba.

5

Pero se trata de escribir. Y este texto sirva como una especie de sugerencias. Recuerde a un maestro o maestra de la primaria o secundaria que le impactó con su forma de ser, de hablar y de tratar a los alumnos y alumnas. La manera como contaba algo, si hablaba de las mariposas, hasta las manos se le movían como si fueran las mismas mariposas las que volaban dentro del salón. O cantaba canciones para que lo siguiéramos en coro. Yo tengo anécdotas de casi todos mis maestros y maestras, tanto los del preescolar hasta los de la universidad. Héctor Urbina, de 5o grado me motivó a seguir estudiando. El maestro Nacho, de 6o, me seleccionaba para decir concursos de oratoria que nunca ganaba. Carlos Martínez Cabello, de 1o, cantaba canciones de Cri-Cri. Y así con todos ellos. Toñita Correa Vera, de 2o grado, siempre jovial, radiante, nos alegraba todas las mañanas con su voz y sonrisas, con ella mejoramos la letra y empezamos a hablar en público. Porque nos motivaba a contar frente a todos.

6

A la maestra Toñita hace como cinco años la saludé en un evento en la escuela Normal Mainero, a donde me invitaron a platicar sobre esto que hago de la importancia de leer y escribir como hábito. Hacía frío adelantado de noviembre. Ella dirigió el evento. Traía un hermoso abrigo color rosa Barbie. La vi igual de sonriente y encantadora. "Que gusto verte, Toñito". "Mi maestra querida", y nos abrazamos, luego de 50 años de no vernos. "Yo era casi niña cuando te di clases". Y me explicó que tenía 14 cuando llegó con nosotros a la escuela primaria Cuahutémoc. Pero no es mí, que trata este texto. Sino de invitar a escribir.

7

Anoche tuve varios sueños. De distintos temas. Increíble lo que sucede en esa otra realidad, virtual, por llamarlo de esa manera. Me dicen que no todos tienen esa dicha de mirar dormidos algo así como películas y sin pagar boleto. O más bien, que sueñan pero no recuerdan nada. El resultado es lo mismo. Ese es otro tema. Escribir sobre lo que se sueña es genial. Porque ya de manera normal se presentan como literatura. Solo se requiere pasarlos a una hoja. Yo he soñado que ando caminando por ciudades amarillas o rojas. O que vuelo como si fuera un dron humano y miro con mirada de pájaro todo lo que está abajo. O que existo en los años de 1940, y miro a las personas vestidos a la moda de ese tiempo, entro a departamentos vacíos y veo los muebles de madera, el altillo de cartas de amor y postales, una máquina de escribir Remington. Y cosas por el estilo. Los sueños son buena fuete para los textos.

8

Tengo sueños húmedos cuando sueño que nado en el mar o ríos. Estos son el Bravo de Matamoros o el Grijalva y Usumacinta de Tabasco. En la vida real una vez llevé de excursión a un grupo de alumnos y alumnas al río Grijalva a la altura de la Colonia Gaviotas sur. Un alumno llevó una lancha con remos. Y nos subimos a ella para pescar. Llegamos hasta la altura de la laguna La Mahaua. Y capturamos unos ochenta mojarras, que al final nos las compartimos. Yo llevé como veinte a casa. "Aja", me dijeron. Ahora alíñalas y quítale las escamas. Lo hice y salí con algunas cortadas luego de dos horas. "Mejor las hubiera comprado en el mercado", me dije refunfuñando contra mí mismo.

9

No pasa nada si no escribimos. Solo que en nuestro interior sucede que el pensamiento se ordena mejor. aparecen otras ideas. recordamos otras cosas. Miramos de manera distinto porque nos fijamos en los detalles. Sí, todos pueden. No porque vayamos a ser escritores. Sino por el solo placer de sentirnos en existencia plena. Sustancia de la historia, o de la microhistoria. Sí, todos podemos escribir, como todos podemos admirar las flores. Y todos podemos ver las estrellas de noche. Y todos podemos pensar sobre lo que significa la existencia human en particular, y la vida en general en todo el universo. ¿Habrán otros seres en otro planeta? Y afirmo como lo dijo alguien: "si no la hubiera, entonces sería un gran desperdicio de espacio y tiempo".

10

No, no pasa nada si no escribimos, si no leemos por hábito. No, no pasa nada. Solo que la persona es distinta cuando lee, cuando escribe, cuando ve una obra de arte, una puesta en escena. Es distinta cuando se detiene y mira extasiada el crepúsculo. Cuando mira el volar de los pájaros. Y los escucha cantar. Y de pronto, sin que se de cuanta la personas está cantando, silbando una canción. O es capaz de reír sola. Diría Serrat: De vez en cuando la vida/ Nos besa en la boca/ Y a colores se despliega como un atlas/ Nos pasea por las calles en volandas/ Y los sentidos en buenas manos/ Se hace de nuestra medida/ Toma nuestro paso/ Y saca un conejo de la vieja chistera/ Y uno es feliz como un niño/ Cuando sale de la escuela/ De vez en cuando la vida/ Toma conmigo café/ Y esta tan bonita que da gusto verla/ Se suelta el pelo y me invita/ A salir con ella a escena..."




  

  






Comentarios

Entradas populares de este blog

lecturas 20. Poemas de Carlos Pellicer Cámara

Rigo Tovar y Chico Ché

Max in memoriam