Venta de garage

1
Nomás era entrar a una librería en cualquier ciudad por la que andaba y, mínimo, un 10 por ciento de mi salario se iba entre 4 o 5 libros. Algunos eran importados de España o de Estados Unidos. Pero me salía caro. Hasta que tomé una decisión: entrar a mi bodega de libros -me gustaría decir bibioteca- ubicar una caja de cobro o cochinito de alcancía, entonces tomaba algún libro que iba a empezar a leer, le.fijaba precio, me lo cobraba y me lo pagaba. Y llevaba un registro administrativo.
2
Y esencialmente son libros que me he comprado ya los haya leído y los quiera releer, los  compré y no los leí. Y hasta hay en celofán algunos que compré pero lo olvidé. Otros han sido regalos. Y los hay con los cuales me hago el sorprendido cuando son de amigos, y hasta los tengo dedicados.
3
Pero lo mismo me ha pasado con otras cosas, objetos de gusto, que pasaron de época o moda, y quedaron allí en un rincón como la muñeca fea, que esperaba siempre. Por ejemplo con los discos, esos grandotes, de vinilo. Tenía allí a Tania Libertad, The Beatles, Charles Aznavour, Platters, Agustín Lara, por mencionar algunos. Se fueron acumulando, cuando de pronto llegó el CD, no sin otras innovaciones, y allí estaba el corazón y sentimientos con esos dispones y luego los pequeños. Mi hija andaba ya con los minúsculs USB con miles de canciones. Pero además sabía cómo seleccionar artistas y géneros. Yo no. Pero yo aún entraba a Discos Tere o Nopal, y recorría los estantes, mientras escuchaba la que tenía puesta. Y me compraba otro, inclusive discos que yo tenía. así que tomé la misma decisión que con los libros. Comprarme yo mismo de los que ya tenía. 
4
Carritos a escala empecé a comprar. Llegué a tener como 150, en una escala de 1000 a 1. Venían muy monos, de metal y colores como los verdaderos. Con sus puertecitas y cofre que se abrían con la uña del dedo chico. Hasta el tapón del tanque de la gasolina se le podía quitar. Y rodaban sus plantitas. Cada vez que llegaba una familia de visita con un niño o niña querían jugar con ellos. Y yo para no verme mal se los prestaba; hacían carrerillas, los chocaban, los empujaban para que recorrieran unos cinco metros. Y hasta los dejaban caer de la mesa como si cayeran a un barranco. Así que mejor los tuve qué esconder, pero aún así seguía comprando. Uno al mes.
5
"Cómprate camisas y coleccionaba. No sabes lo que se siente: como tener cientos de pieles" me aseguró un ex gobernador del estado. Y sí, yo lo veía en eventos, fuera en vivo o por televisión, y admiraba su buen gusto. Nunca repetía camisa en el año. Yo, si acaso, me compré unas días en las tiendas de segunda de Brownsville, eso sí, de la ropa seleccionada, lo que significa que estaba en mejores condiciones que la de las montañas de ropa que veía en los centros de los locales. Recuerdo que de niños allí jugábamos en esas montañas cuando mi madre nos llevaba de compras. Y ya con esas diez camisas, aparte las del uniforme laboral que tenía, ocupaban mucho espacio en el pequeño clóset que tienen las casas de interés social. Me decían en casa: "papá, las compras y ni las usas". Y era cierto. Así que abandoné esa coleccionistas de camisas de segunda o tercera mano.
6
Ya he comentado que me gusta ir a las tiendas de empeño, que por cierto se han abierto por todos lados. Y en Estados Unidos (Brownsville, Tx) soy afecto a ir a los mercados que les llaman "Pulga" (Flea market). Allí como si fuera un conocedor trato de encontrar objetos antiguos y baratos, que sean valiosos, tanto por su antigüedad o por su valor en reventa. Pero esto casi nunca sucede, como esa anécdota que se cuenta, de una pintura encontrado en un basurero, que llegó a las ventas de esos mercado de cosas usadas, y era un original de Renoir o Van Gogh. Se dice. Y fue comprado en 10 dólar (unos 175 pesos), y vendido en 1 millón de dólares. Yo solo encontré un libro de Augusto Monterroso autografiado, y con eso me he dado por bien servido.
7
Una ocasión compré un metate avejentado, una plancha a la que se le mete brasa de carbón, una cámara fotográfica alemana de hace como 120 años, algunos libros de entre 1920 a 1940. Tres tomos de una enciclopedia de fotografía en chino, que no entendía por supuesto nada, pero las fotos eran estupendas, incluyendo sección de desnudo artístico, no como las de esas revistas de loca juventud, unas tazas de cerámica china para café, un saco verde oliva de general de la segunda guerra mundial, y un microscopio micro que cabía en la mano.
8
Viendo en casa el conjunto de antigüedades, cachivaches y cosas de no uso, ni nunca, pensé de poco en poco en regalarlas, de empezar a tirarlas a la basura, aunque con dolor, como cuando nos extraen un diente. Pero me dijo un amigo: "pon una venta de garage, y ya verás que te vas a hacer de algunos buenos pesos, y más aún, ahora que andan ganándole terreno al dólar, te vas a rayar".  Y así anduve por días, dándole vuelta a la idea. "Estás loco, papá", me dijo una de mis hijas. "Yo te apoyo", me dijo otra guiñándome un ojo. "Tíralas a la basura", me dijo otra más. Y yo me dije "lo tengo que intentar, total nada pido, y al contrario, me entretengo y gano.
9
Reflexiono sí, que las cosas tienen algo de nosotros. Por ejemplo esos discos LP de vinilo, las tantas veces que escuché "Venecia sin ti", "Óyeme, mamá",  y esos versos para llorar de Juan Gabriel en dueto con Rocío Dúrcal, o "El rogón", de Ramón Ayala; y ni se diga "Ella se llamaba Martha", de Napoleón. Y no solo los discos, sino los libros que tantas veces manoseé; la silla poblana Luis X, donde se sentó; el desarmador Craftman 1950; el reloj Casio, de papá que, luego de cuatro años que él falleció, sigue dando la hora, como aguijón de la puntualidad; la armónica de la abuela; la guitarra que Rigo me regaló en 1979 (esa anécdota merece otro texto).
10
Entonces luego de imaginar que las cosas queridas llevan parte de nuestra alma, vibraciones, sudor, humor, quiero creer que son parte de uno, y sin ellas andaríamos faltos de algo, decidí sí, poner una venta de garage con carácter de particular, no pública, y entrar, como cuando entro a las casas de empeño o llego al mercado americano de segunda mano, o ventas de garage en barrios de Brownsville, con la emoción de encontrar algo bello, antiguo, raro, artístico, y empiezo a ver, y haré como que nunca las he visto, y las cosas harán como que tampoco me han visto, que no me conocen, y empezaré a seleccionar de nuevo, una guitarra, una mandolina, un libro, una cámara, y me pagaré por ello, para tener ganancia y ahora para seguir pagando mi estancia en el país de mis sueños. 



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