Rounds a la sombra

 El olor rancio a sudor impregnado en cada centímetro del espacio. El equipo completo deteriorado por los años. Una perilla rota. Una cuerda del rin rota también. Bajó del cuadrilátero ayer o antier, él bien ya no lo sabe. Sí que fue derrota. Un silencio total. Un silencio fantasmal. Los golpes se le notan en ese caminar cansado y herrático. En esas ojeras de perro atropellado. O perseguido por perros de pelea. Y taciturno. Con esa parsimonia vieja de los viejos guerreros, sin señal en el rostro de algún gesto que lo delate, hace unos saltos con la cuerda. Luego mueve su cintura como evadiendo golpes del contrario. Calza al tacto los guantes de siempre. Y se pone hacer las fintas y tira golpes al vacío. Comprende bien. Sabe de su retiro. Sabe que nunca más. Escucha imperturbable los gritos de saludo. "Ese, mi campeón, felicidades". Le invitan a dar charlas sobre su experiencia en los golpes de la vida. El boxeador ciego no sonríe. Su momento mejor del día es ese, el de los rounds de sombra. Es entonces cuando evoca, cuando sonríe. Cuando recuerda los besos y abrazos que nunca más. Es su momento de gloria. Y sonríe para sus adentros. Y cree escuchar los gritos de apoyo y los aplausos.

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