Cuando el futuro nos alcance
Cuando el futuro nos alcance
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El futuro nos alcanza poco a poco sin siquiera imaginarnos de qué manera. El presente se nos diluye como agua entre los dedos, pensando en lo que debe ser y no en lo concreto del instante que es. Y el pasado está allí manifestándose en recuerdos que nos hablan desde el fondo de la memoria para que los traigamos a la superficie. Y en eso se nos van los días, meses, años. Pero disfrutamos todo ello quienes sabemos que las cosas son así.
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Hay quienes viven, ¡oh!, solo en el pasado y hay quienes están instalados, ¡oh!, solo en el futuro. Ambos están desconectados de la realidad. Los que están en el pasado añoran todo lo que les sucedió antes y tienen la expresión bastón que repiten en todo momento: “todo tiempo pasado fue mejor”. Siempre se lamentan y el presente es poca cosa ante ellos. Y quienes andan volando en el futuro, puede que sean genios inventores de lo que no existe, o locos desquiciados que no encuentran suficientes motivos en el presente para vivir.
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Y los que andan en el presente son de dos tipos: los que no les interesa el pasado ni el futuro, y viven la vida como una noche de juerga, indiferentes a lo que sucede en derredor. Y quienes viven el presente equilibrando el pensamiento entre lo que hay, lo que hubo y lo que habrá. Estos saben de historia. Y saben que hay que asomarse a ella para no cometer los mismos errores y tropezar con la misma piedra.
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Recuerdo que cuando era niño escuchaba decir o leía en las revistas futuristas que llegaría el día en que cada quien iba a traer un teléfono portátil. Yo no lo creía. Y decían que algún día no se iba a pagar con dinero en efectivo sino con tarjetas de plástico. Tampoco lo creía. Y eso del internet y las compras en tiendas en línea, también escapaba a la imaginación de lo posible de un niño de 10 años de 1970.
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La realidad supera al futuro, que llega lentamente pero llega. Y la realidad supera a la ficción. Y aquí andamos entre nuevos inventos, sorpresas de nuevos artefactos, muñecas que copulan, lentes que desnudan, corazones de aluminio, operaciones a control remoto, aviones sin tripulación, coches que se estacionan solos, noviazgos por internet, personas que juegan virtualmente con otras al otro lado del mundo, riñones de plástico y una inteligencia artificial que domina parte del mundo, entre muchas otras cosas.
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El teléfono que usamos es a la vez cámara, reloj, procesador de textos, cámara de video, laboratorio de fotografía, grabadora, despertador, tienda on line, caja de música muy variada, tocadiscos, maestro a distancia, archivo, cancionero, cuaderno, pluma, televisión, escritorio, mapa, enciclopedia, guía de turistas, agente de ventas, lámpara, brújula, ojo electrónico, espía, almanaque, y tantas otras cosas que la imaginación de hace 50 años no lograba a llegar a entender todas las posibilidades de la electrónica y del internet.
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No sé a hasta dónde llegó, si tuvo éxito o no, una especie de mascotas o muñecos bebés electrónicos, a los que había que alimentar, bañar, levantar su excremento y asearlos. A mi se me hacía exagerado y poco probable el éxito comercial de esos inventos. No sé si eran tamagochi, o algo así, el caso es que de pronto alguien serio, respetable, de pronto te salía conque ya tenía un tamagochi.
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A los que nos gusta escuchar música basta con teclear el nombre del cantante o grupo, para que al instante se nos desplieguen en la pantalla táctil del teléfono, decenas de opciones de sus discos o listas de canciones hechas por fanáticos, y nos disponemos a escuchar hasta la saciedad y el cansancio esas canciones. Mas la nostalgia anda siempre en la parte humana de tal manera que hay de vuelta en moda retro los viejos discos de acetato que solo algunas personas pueden darse ese lujo.
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Pero es el mercado, ese conjunto de fabricantes y proveedores, los que son dueños de los medios de producción, quienes tienen a su servicio a los científicos de alta tecnología urdiendo en las catacumbas de Silicon valley, california, qué nuevas variantes de la tecnología nos las van a presentar como necesidad insoslayable para que todos andemos como locos comprando lo último de la moda tecnológica.
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He visto filas largas antes de abrir las tiendas donde van a vender por primera vez el nuevo iphone (ayfon) que habla solo, el balón de futbol que mete goles solo, el muñeco que juega solo, la muñeca que copula sola, el muñeco que se satisface solo, el auto sin tripulantes, el ajedrez que mueve sus piezas en automático, los libros que no necesitan leerse, el cuadro con aditamentos de colores que pinta solo, la máquina que escribe poemas y novelas sin necesidad que haya un escritor, las urnas electorales que se llenan solas, etcétera.
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La rebelión en la granja y 1984, son novelas futuristas que pintan y anticipan un crudo porvenir. En la primera, publicada en 1945, el británico George Orwell, a través de la una variante de fábula, retrata satíricamente el gobierno de Joseph Stalin, quien en la Unión Soviética pervierte el gobernar en el socialismo. Y el mismo autor escribe "1984", cuyo tema central es la vigilancia que el estado totalitario hace sobre el ciudadano, e incluso vigila el modo de pensar, para saber cómo controlarlos. Esta novela fue escrita entre 1945 y 1947. En la novela 1984 su punto central es el totalitarismo.
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En el gobierno de 1984, el Big Brother es el líder oculto y al que todos rinden pleitesía y aman. Este gobierno tiene cuatro Ministerios: El del amor, encargado de la Ley y el orden. El de la Verdad, encargado de la propaganda del gobierno, por medio de noticias, arte, educación y entretenimiento. El de la Paz, que organiza la guerra, cuya estrategia es tener un enemigo exterior para distraer a los ciudadanos, culpar a causas externas los problemas interiores. Y el ministerio de la Abundancia, encargado de racionar la alimentación.
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Julio Verne también escribió novelas futuristas: Viaje de la tierra a la luna; 24 leguas de viaje submarino; La vuelta al mundo en 80 días y muchas otras.
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