Había una vez...
Había una vez...
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“Había una vez…” ¿No les suena familiar este inicio? Por supuesto señala el inicio de una historia, de un relato, de un cuento. Y ha sido como una señal de identificación humana, y es a través de ese “contar” historias como la humanidad se ha desarrollado. En un principio era de manera oral, y luego con la invención de la escritura pudo hacerse por escrito quedando, de esta manera, como testimonio de esta actividad humana.
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¿Que todo lo anterior se ha ido perdiendo por el sórdido invento de la televisión? Es verdad hasta cierto punto. Y no tanto con el invento en sí, sino con el contenido que se transmite. Pero bueno, no es el espacio ni el tema de plática escrita, el criticar los contenidos de la televisión mexicana. Pero sí de anotarlo como parte del deterioro de esa capacidad humana de contar.
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Contar es innato en el ser humano. Los niños por lo general son dados a iniciar a contar algo inventado, y aunque sean a veces repetitivos, adquieren la facilidad de ir relatando hechos reales e imaginarios, una mezcla de ellos y nos tienen entretenidos hasta que lo dan por terminado, y nos dicen: “ahora cuenta tú”. Y nos quedamos perplejos, y no sabemos por donde iniciar ni cómo seguir.
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Renatita es mi sobrina nieta. Cuando ella tenía 4 años su mamá la llevó junto con dos hermanos más grandes a una tienda de abarrotes. "Agarren lo que quieran", les dijo refiriéndose a algunas golosinas. Ellos corrieron a sus páginas y fritos y refresco embotellado. En cambio Renata fue al área de frutas y verduras y escogió tres pepinos. "Ora tú, y eso por qué", le preguntó su madre. "Es que dijo la maestra que no debemos comer comida 'chatada' (chatarra). Me los preparas con limón y poquita sal en la casa", le dijo para sorpresa y enseñanza a la mamá.
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Decía que los niños tienen facilidad para contar, pero esa facilidad se atrofia cuando entran a la escuela y por desgracia les toca ese tipo de maestros cansados que confunden la buena disciplina con el silencio. Y quieren que todos los niños estén calladitos, y luego, por generación espontánea quieren que hagan buenas intervenciones orales en algunos temas, pero ellos ya perdieron esa facilidad.
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Al contrario, cuando les tocan esos maestros y maestras de vanguardia que alientan la oralidad de los niños, y les dan personajes para que ellos imaginen cuentos y relatos, y les piden que cuenten cómo fueron sus vacaciones, y no los interrumpen, y entonces los niños desarrollan una capacidad tremenda como contadores de cuentos. Luego cuando aprenden a escribir son los que llenan páginas de tanto contar con cualquier pretexto que haya en algún tema de la clase.
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Por supuesto que muchas de las habilidades de los niños provienen de casa, y de la capacidad lingüística de sus padres y abuelos. Pero precisamente la escuela debe compensar los altibajos con los que llegan de acuerdo a ese origen familiar.
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El niño o muchacho que sabe contar, enriquece su habilidad cuando adquiere el hábito de la lectura, cuando ve películas, cuando participa en diversas actividades, porque siempre tiene temas de conversación. Y eso encanta mucho a los demás. Yo realmente admiro a quienes cuentan y hacen reír, y siguen contando. Precisamente por eso es importante la contraparte de contar porque es preciso saber escuchar también. Como si fueran dos caras de la misma moneda.
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Generalmente se confunde y hace mucho daño en la enseñanza que el colectivo docente considere que corresponde a la materia del español exclusivamente todo lo que tiene que ver con el lenguaje. ¡Y no!, por supuesto que no. Cada una de las materias tiene sus objetivos y particularidades, es más, cada una de ellas tiene su propia didáctica, pero sin duda alguna tienen también su responsabilidad en el uso y manejo del lenguaje.
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Yo por ejemplo recuerdo mucho a mis maestros de español de secundaria que fueron muy buenos, oradores, declamadores, promotores de la lectura libre, pero asimismo eran cuentacuentos, aunque no se les denominara así antes. Sabían contar. Y nos entretenían con sus historias de vida, o relatos que sabían.
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Con nostalgia a veces decimos que extrañamos esas reuniones donde el abuelo, sentado en el patio y alrededor todos nosotros, escuchábamos relatos de su vida cuando la revolución, que conocieron a Francisco Villa y Zapata, que fueron de Los Dorados del General, que cuidaban los caballos de Don Emiliano, que se tomaron un cafecito con ellos. Y nada tiene que ver que fuera cierto o no (lo más probable es que no), pero eso es lo de menos. Lo importante es que nos transmitían cuentos o relatos orales, con esos inicios comunes de “había una vez”, y “en los tiempos de María Castaña…”
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Mi maestro de historia nos contaba sobre la mítica fundación de Roma, con los hermanos Rómulo y Remo, que fueron amamantados por una loba, y cosas así. Pero en el origen eran los juglares, personas que iban recorriendo los pueblos, quienes en una placita, en una esquina, acompañados de una mandolina o laúd, contaban cantando, sucesos que habían visto en otros lugares, y a su alrededor se iba reuniendo la gente, y al final le daban algún apoyo junto con los aplausos para que sobreviviera en su andar vagabundo.
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Así que cuando tengan oportunidad escuchen relatos o léanlos. Y asimismo cuenten o lean a sus hijos; la humanidad entera se los agradecerá.
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"El marido cumple años. Ella lo invita a tomar una copa mas botana adecuada al caso. Van a un restaurant. Él está algo inquieto. Ella adrede hace que tarden un poco más, pero no mucho. Al final, ya iniciada la noche, salen del restaurant y se dirigen a su casa. Llegan y estacionan el auto. Ella adelante, mete la llave a la puerta. Él atrás, le da un martillazo en la cabeza y mete la mano para sostenerla y no caiga, y gira la perilla, abre la puerta, y cuando enciende la luz, los invitados a la fiesta sorpresa gritan: "¡Felicidades!"
Fotos tomadas de internet.
*Me ayudas a difundir si lo compartes. Te agradezco de antemano.
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