Otras divagaciones (soy Cornelio Reyna)
1
Ha cantado el gallo las tres veces de rutina. Y Pedro está escondido luego de negar también por tres veces. No aparece. De reojo miro el amanecer. Es 13 de junio. Y es San Antonio. Este negar y los cantos del gallo representan en mi memoria por dos veces, tanto la traición como “el amor de mi vida”, la canción bella de Pablo Milanés.
2
Ayer imaginé otra vida. Una muy distinta. De oficio actor, faquir o caminante. Es raro eso. Si fuera el destino el que decidiera entonces a lo mejor andaría de sol a sol, con el sudor a causa del calor calcinante. Esclavo en las Antillas, obrero en París, recolector de frutos en la prehistoria o en los campos de tomate o papas en California. No de otro modo. Y si fuera de elección entonces actor de plazas que representa un monólogo como este, al que se acercan diez, quince personas, y aplauden al final como pidiendo que sigas con otro monólogo porque se van encontrando en lo que dices. El teatro es el espejo en tecnicolor que representa la vida misma en todos los escenarios posibles.
3
Y faquir que se acuesta en cama de clavos y espinas, que cruza con un picahielo las vísceras para espanto de las personas de bien, para encontrarse al final que todo es parte de alucinaciones provocadas por algo así como hipnotismo. Y el faquir representa a todos los hombres de la tierra que tienen hambre y sueñan con alimento sabroso todos los días y vasos de leche con miel.
4
Ser mago es otra cosa bien distinta, señores y señoras, señoritas, y niños que están presentes en este acto de magia en las alturas, van a ver cómo me elevo diez centímetros sin trucos ni engaños, vengo de la madre tierra y a la madre tierra he de regresar, mientras tanto en este transitar del viaje, he venido a este precioso y mágico lugar para demostrar que la mente es la que domina todo, al final voy a hacer pasar este camello por el ojo de la aguja.
5
Esa vez subí los diez centímetros, pero las personas iban gritando que más, porque había una regla de medición de los diez centímetros, y cada vez que subía un centímetro, las personas gritaban “más”, y ai me ves subiendo otro poquito en la concentración posible, luego al rebasar los mentados diez, seguí subiendo alentado por el público que siempre quiere más, y acá ando también entre las nubes a veinte mil metros de altura, sin haber leído el manual del truco para bajar, y no sea que caiga abruptamente de la nube donde andaba. Sí, ya sé que saben mi nombre, y para los que no lo escucharon l principio soy Cornelio Reyna.
6
Ser otro es fácil. Una vez se es estudiante, profesor, padre de familia, funcionario público, retratista, cantante en camiones, chofer de taxi, cantante de ranchero. Y tantas otras cosas más que se puede ser si se tiene el valor de salir a escena en este teatro del mundo y ser amo o sirviente, estafador de a mentiritas, físico constructivista, no, porque no me sale, pero camarero o barman, sí, porque el ser de oficio es más fácil. Una vez tuve hambre. Y así salí a escena, como menesteroso. Y le di al clavo. Pero lo que más me gustaría es ser lector de oficio con el beneficio de ir viajando a través de las novelas o relatos de intrépidos piratas cojos que traen siempre en el hombro un cotorrito que habla esperanto o italiano.
7
Redactor de cartas, ¿por qué no? Ya me vi con un escritorio en una esquina de calle, junto al bolero y a la espera de que llegue una novia o novio o amante que sabiendo leer, busquen que le eche crema a los tacos de la redacción de cartas a sus respectivos o respectivas contraparte, y de vez en cuando unos versos personales como si fueran ellos los que lo hubieran sentido, pensado y escrito. Que más quiero verte que escribirte. Qu estando lejos te quiero mucho más, y etcétera. Serían cartas no cobradas, sino lo que guste dar el caballero o la dama. Y si no hay pues ni modo, que de palabras también se come, como ya he dicho en otras ocasiones.
8
De paso en la vida, solo fluir, sin mayor interés que tener los ojos abiertos y muy atento al devenir de las cosas, circunstancias comunes, alegatos sin ruta, vidas vacuas, existencias sin fin ni metas, solo por la existencia misma, adentrado en las rutinas del día, como números de feria o circo. Eso sí, cómo no, ser parte del circo y andar de pueblo en pueblo, conocer cada vez más nuevos lugares hasta llegar a la última estación y gritarle al maquinista que aquí me bajo en este fin circunstancial. Conste. Y firmamos al calce.
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