En la casa de infancia

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Luego de 35 días de estancia en Matamoros, regreso a Villahermosa. A excepción de una noche en Reynosa, todos los otros días los pasé en casa de mis padres, en la populosa colonia Treviño Zapata, que está al oriente de la ciudad. Mi rutina era sencilla. En la mañana al levantarme escribir un texto de dos cuartillas, y subirlo al Facebook, para beneplácito de algunos pocos lectores, a quienes les agradezco. Luego sentarme en el patio delantero de la casa y mirar pasar personas, la mayoría desconocidas para mí, que si acaso se asomaban, era por curiosidad o esperando ver alguno de mis hermanos, uno de ellos fallecido en febrero de este año.

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A veces alguna persona se detenía a platicar conmigo para luego preguntarme si me acordaba de ellas. Y no, hasta que me decían su nombre. Ramón vivía de niño en una casa que colindaba con la nuestra por la parte de atrás. “Soy hermano de Esteban y Licha”, y poco a poco los rasgos actuales de él ante mi memoria iban reconociendo al niño de 10-12 años que conocí, junto con su familia, y empezamos a recordar algunas anécdotas de infancia. Otro de ellos, Rafa, “yo me juntaba con tus hermanos, me dice, y vivía en el callejón cinco, y estaba en varios equipos de futbol”. Y así con otras personas. 

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Cada vez que yo salía de casa y caminaba por el callejón iba recordando las personas que vivían en cada casa cuando yo estaba niño y joven. Un buen ejercicio de memoria con sus nombres. Mi hermano me ayudaba y me hacía referencia a algo de sus vidas, si vendieron esa casa, a quién le había quedado, y de alguna injusticia al respecto. Aquí vivía Doña Andrea, aquí estaba la tortillería, aquí Carmelita, la muchacha más linda del barrio, allá Doña Auroria y Don Emilio, y así por el estilo.

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Al lado de la casa vivía Don Tereso y Doña Margarita, con sus hijas Estela y Chela. Él se dedicaba a la medicina tradicional, y le decían curandero. Llegaban muchas personas de otras ciudades, incluyendo personas de Tejas, Estados Unidos. Y les encargaba un ramo de muicle para hacer parte de sus curaciones, lo cual pasaban a mi casa a comprarlo, que mi made ni les cobraba, “ai lo que quieran dar”, les decía, y siempre un dólar o unas monedas fraccionarias.

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De mi estancia en Reynosa, escribí Carta a Lucio, que incluiré en mi próximo libro (ya avisaré para que me lo compren los amigos). Lucio Almazán Olvera, y yo fuimos compañeros de secundaria y Normal. En 1979 dejamos de vernos y nos reencontramos por Facebook en 2019, cuarenta años después. Quedamos de vernos en un futiro viaje mío a la frontera. Falleció en marzo de este año y ya no fue posible. Su esposa me contactó para que cumpliera la cita en ausencia. A lo que gustosamente accedí y conviví con su generosa familia una tarde noche. Contamos muchas anécdotas, algunas las refiero en la Carta.

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El motivo del viaje a Matamoros fue por el fallecimiento de mi hermano en febrero de este año. Por la pandemia y por seguridad de salud hube de esperar unos meses hasta que estuviera vacunado. En esta estancia me permitió convivir un poco más con mis hermanas y hermano. Mi padre que en paz descansa nos dejó esta manera de ser, el visitarnos. Él acudía religiosamente una vez al año a Guanajuato a visitar a sus hermanas y hermanos. A veces me llevaba a mi, o a mis hermanos y hermanos. Así que con gusto mantengo esa tradición de unidad familiar hasta donde sea posible.

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Fue estancia de mucha nostalgia, de recuerdos, de alegrías y tristeza. Recordamos a nuestro hermano fallecido, y contamos algunas anécdotas. Varios de sus amigos se quedaban buen rato platicando conmigo y me platicaban de una vez esto, una vez lo otro, aquí se sentaba Mariano, fulanita lo quería mucho, como a un padre, etcétera. Recordemos que yo a los veinte años salí de Matamoros rumbo a Tabasco para trabajar de maestro. Y aún con un viaje anual, y por las prisas, conviví muy poco con mis hermanos y hermanas. Y a lo mejor menos con ellos. Por eso creí necesario este viaje con estancia larga. Y pudo ser más, solo que me llaman mis afectos en Tabasco. Así que una parte de mi corazón en Matamoros y otra parte en el sureste.

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Con quien platiqué en muchas ocasiones fue con Chayo, un amigo de mis hermanos. “Chayote, me decía tu papá”, me cuenta divertido. Fue jugador de futbol de primera clase. Anduvo en varios equipos y tiene una rodilla mal a causa de los tantos golpes. “Antes nos cuidábamos menos, había como más entrega”, se justifica de su mal. Pasa El Gato, un vendedor de pan, se saludan, y nos invita una pieza. Me da gusto ver personas adultas que se conocen desde niños y se saludan con mucho afecto.

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Caminé mucho en lo posible. Unos días 3 o 4 kilómetros. Otros días 9 o 10. Dependiendo de los trayectos. Cuando fui a un café con Caro, fue una de las caminatas más largas. Mas muy satisfecho con este mover mi cuerpo, con este respirar y con el sudor que me hacía sentir que se forma parte de la existencia.

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Espero volver pronto. Quizá en el próximo diciembre. Y visitaré a algunos amigos. La vida es de momentos, de circunstancias y de afectos. Y a las pruebas me remito. Ya no pude ir a ciudad Victoria para visitar a mi amigo y hermano Bogar. Sobretodo porque los primeros días de mayo llovió mucho y el tiempo estuvo muy cambiante. Y la verdad me entretuve en algunos quehaceres en esta casa de los abuelos que ya no están. Y que me tiene atrapado emocionalmente en los recuerdos, que forma parte muy importante en mi memoria, que al final de cuentas es lo único que somos.

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