La banda sonora de nuestra película
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Las canciones son como una puerta y ventana que dan acceso a los recuerdos de la memoria en cualquier época de nuestra vida. Y van conformando la banda sonora (soundtrack) asimismo de nuestra propia película. Por empezar con las canciones de cuna que nos cantaba mamá o la nana, o las canciones de Cri Cri que en mi caso las cantaba y nos las hacía cantar mi maestro de primero de primaria, el recordado Carlos Martínez Cabello.
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Yo no conozco aún a nadie que no le guste aunque sea un poco la música. Y hay música que yo no escuché en ninguna de mis etapas. Es tanta y muy variado el universo y geografía musical que apenas una parte muy pequeña conocemos. Y esta va de acuerdo a la educación de nuestros padres y al lugar donde hayamos crecido y a donde hemos ido.
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Yo escucho cantar a Don Eulalio González "Piporro", y ya luego vienen a mi el conjunto de imágenes que conforman el Norte del país. Lo mismo me pasa con las canciones de Pedro Infante, Jorge Negrete, que hacen referencia a las películas que veían nuestros abuelos y padres, y nosotros andábamos por allí sin hacerles mucho caso, hasta que vimos alguna y sencillamente nos gustó.
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Yo que estudié en escuela Normal para maestro de primaria, y formé parte de la Rondalla del plantel, traigo en mí decenas de ese tipo de canciones que en su momento las grabó la muy conocida y romántica róndalla de Saltillo. Son tantas que menciono cuatro: El andariego, Wendolyne, El día de tu boda y Aniversario.
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Aun viviendo en la frontera norte escuché muy pocas canciones en inglés, apenas Hotel California de Eagles, y las de la película Fiebre de sábado por la noche. de Olivia Newton. Yo era más de la música regional norteña, entre ella las de Los Relámpagos del Norte, Los Bravos del Norte, de Ramón Ayala, la de Los Cachorros de Juan Villarreal, en los que los sonidos del acordeón y el bajo sexto son sus distintivos. Sí, claro, luego llegaron Los Cadetes de Linares, con su No hay novedad, y Los Tigres del Norte, con Camelia, la Tejana.
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Un buen día escuché canciones de la trova yucateca. Y me enamoré perdidamente de sus canciones. Menciono Peregrina, que es la historia de amor de la periodista californiana Alma Reed y el político socialista yucateco Felipe Carrillo Puerto. Pero hay muchas otras. como golondrinas yucatecas, Pájaro azul. Y las refuerzan el genio recién fallecido de Sergio Esquivel, con su Un tipo como yo, y San Juan de Letrán, y aún en otro sentido de composición Don Armando Manzanero, con Somos novios y Esta tarde vi llover y no estabas tú.
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En esa etapa de alegría con vorágine de la Normal conocí las canciones de Silvio Rodríguez, de la trova cubana lo mismo que Pablito Milanés de la trova, pero sumado al Feelings de la isla, coincidiendo aún con algunas diferencias con el bolero mexicano. Y de este ni se diga, todo el abundante repertorio de los tríos Dandys, Panchos, Los tres caballeros y muchos más. A Elvio y Pablo tuve la oportunidad de escucharlos en vivo en el Teatro Esperanza Iris, de Villahermosa, en 1981 o 1982. Esavez me dieron hospedaje gratis en un hotel, pero en caso que me lo negaran mi iba ir a dormir a la Central de autobuses.
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Yo traía en mis células las canciones de Rigo Tovar, y al llegar a Tabaso a los veinte años se les sumaron las tropicales y bullangueras de Chico Ché, entre Macorina ponme la mano aquí, y Quién pompó. Pero en esos años estaba en pleno apogeo el triunfo de la Revolución sandinista, y el grupo que difundía la música nicaragüense era Carlos Mejía Godoy y Los de Palacagïna, con Clodomiro El Ñajo y Son tus perjúmenes mujer. De ellos yo cantaba precisamente El Cristo de Palacagüina.
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Mi madre escuchaba a Los Churumbeles de España y a Roberto Carlos. Mi hermana Rosa compró el disco de Mikis Tehodorakis porque escuchó y le gustaba Zorba, el griego. Yo el primer disco que compré fue el de Los Yaki, donde viene Teresa y Cenizas. Cuatro años más tarde compré Beatles (Help, Something), Charles Aznavour (Venecia sin ti, La bohemia), Agustín Lara (María bonita, Farolito) y Nicola Di Bari (Mi corazón es un gitano, Sé que bebo, sé que fumo).
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Cuando me preguntan qué música me gusta, mi respuesta es toda. Porque me siento bien escuchando música de mariachi (Paloma querida), blues, jazz, clásica, corridos norteños (Laurita Garza, la maestra de escuela); trova; tríos (Piel canela); de marimba, las grandes bandas; Sinatra (my Way); Miguel Bosé (Linda) Raphael (Yo soy aquel); José José (Almohada); Napoleón (Vive, Hombre, Pajarillo), y muchos otros cantantes hombres y mujeres, que me han señalado caminos, sea por la melodía o por sus letras. Sin olvidar a Tania Libertad, Eugenia León, Luis Eduardo Auté (La belleza y Aleluyas), Serrat (la mujer que yo quiero no necesita bañarse con agua bendita), Alberto Cortés (Mi árbol y yo).
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Aunque el motivo de este texto no es hacer lista de mis preferencia musicales. Sino valorar junto con el lector que la música es parte de nuestra vida, y nos ha acompañado desde niños en esas sensaciones infantiles, juveniles y más grandes, para corroborar y constatar de que no solo de pan vive el hombre.
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