Peripecias de jubilado

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En un conversatorio reciente, cuando me presentaron, luego de mi nombre y generales, agregaron: "aquí dice que es maestro jubilado. Aunque más bien, sigue ejerciendo la docencia, solo que ya no en las aulas". Me gustó esa precisión que aclaró lo que uno sigue siendo y haciendo.

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Un buen día me desperté oficialmente jubilado. Y desde tres meses antes dejé de llegar a la escuela por una licencia que se llama prejubilatoria. Dejé de llegar y a los dos días una madre de familia me llamó para regañarme el por qué me había ido sin avisar, que eso no estaba bien. Que se iba a quejar con la Secretaría de Educación para que me regresara "por los pelos" a dar clases. Claro que yo había avisado a mis alumnos, la directora estaba enterada. Y yo tenía mi hoja oficial de salida. Pero eso no me quitó la regaliza y creo que hasta uno o dos insultos. Su niña había llorado porque el profe ya no iba a vovler. Y claro, al día siguiente se presentó mi reemplazo.

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Ese primer día ya sin asistir a la escuela me sentí raro. Y de diferentes manera lo mismo me sucedió como seis meses más: sin horario fijo de rutina laboral, sin brida ni rienda, más las propias. Una tarde frente a una jarra de limonada me dije: "algo tienes qué hacer, Antonio". No me di respuesta de inmediato. Andaba esos días entre ir a tomar un café, alguna lectura pública y a caminar como saltimbanqui por el centro de la ciudad, la biblioteca, librerías. Ya solo me faltaba andar levantando botes de aluminio para ganar unos pesos extra. El proceso para la redirección de pagos de activo a jubilado tarda tres meses. Solo que...

Solo que allí por el 20 de marzo iniciaron las restricciones a causa de la pandemia del COVID y el pago no es que se haya detenido. sino que ni siquiera había empezado el trámite. Así que me quedé mientras tanto en el limbo del pago. Y ni modo. Enero, febrero y marzo de 2020 fue mi prejubilatoria. Así que para entregar mis documentos para la jubilación las oficinas estaban cerradas por dichas restricciones. Pero bueno, uno creía (yo al menos), que esto tardaría un mes o cuando mucho dos. Y nada. Llegó abril y mayo. Y seguían cerradas las ventanillas. Y ni para cuándo iniciaría ese lapso de tres meses de trámite interno para mi jubilado en la institución de seguridad social.

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Así que a apechugar. Mientras estos días con restricciones de movimientos pasaban, me dediqué a hacer diversas actividades dentro de casa. Una de ellas fue hacer pan. Sí, pan, del que me gusta desde niño. Así que compré algunas bandejas para horno que no había en la casa; me puse a ver tutoriales de YouTube. Y a darle a la harina de trigo para hacer la mezcla con las medidas racionales correspondientes. No siempre me salían bien. A veces había que tirar todo por lo duro. Pero me gustaba el olor que se desprendía del cocimiento del pan. Hice donas, pan judío (de sal, trenzado), polvorones y cosas así. Pero el tema no es lo que hice en pandemia, que ese es otro tema, sino de mi vida como jubilado.

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He visto personas de edad muy grande que no se jubilan. En el caso de los maestros federales, porque como jubilados tienen por el ISSSTE un tope máximo de salario, y como activos ganan mucho más, entonces no les conviene. En el caso de los estatales de Tabasco, lo de la nueva ley del 2016 no la he revisado, pero me parece que la cantidad es el promedio de lo que gana en los tres último años. Es decir la suma de todo, dividida entre el número de quincenas correspondientes a ese lapso. Pero asimismo hay quienes no se jubilan porque dicen: "¿y qué voy hacer?" Y sucede que si no tienen otro tipo de actividades por realizar, en muchos casos estas personas mueren muy rápido tan pronto se jubilan. Así que...

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Me encuentro a muchos colegas jubilados. Algunos desde ya hace varios años. Y otros que aún no, por temores sobre lo que van a ganar como jubilados o por el miedo a andar sin brújula por la vida, sin horarios, sin responsabilidad de funciones laborales. Y claro que eso es peligroso. Sería bueno organizar grupos integrados por personas que están en la etapa prejubilatoria y trabajar con ellos en una terapia sicológica y filosófica de preparación para la etapa que sigue.

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Acabo de ver un video breve sobre una maestra de filosofía de la Universidad Autónoma de México (UNAM) . Su nombre Eugenia Revuetas Acevedo. Sí, de la familia de intelectuales, los Revueltas (Silvestre, José Rosaura). Comenta ella de cómo empezó a dar clases, recibiendo la responsabilidad por parte de uno de sus maestros quien salió de año sabático. Pero lo que me llama la atención es que dice muy convencida y sonriente que ella nunca se va a jubilar. "Mientras tenga el cerebro funcionando bien, voy a seguir dando clases". O quizá cuando deje de dar clases sea porque ya está "en otro plano", reafirma. Se le ve alegre, plena, entusiasta y sobretodo muy lúcida.

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Yo, como jubilado reciente, anduve como seis meses sin brújula. Explicaba a quienes me preguntaban, que mi cerebro estaba acostumbrado a los horarios. Y no solo por los cuarenta años trabajando, sino desde antes, desde la primaria, de 8 a 1; en la secundaria de 7 a 2; en la Normal, de 3 a 9 (vespertino).  Luego en lo laboral de 8 a 1 en primaria; luego en la telesecundaria, de 8 a 2pm. Un tiempo anduve en un horario loco. Luego de salir de la escuela telesecundaria, entraba a las 6 de la tarde en el periódico La Verdad del Sureste y salía a las 2 de la madrugada (Así por tres años). Luego comisionado en la SETAB: lo normal de 8 a 3 de la tarde. Pero de 2015 a 2018 a un horario sin límite de tiempo. Entraba a las 8 y salía a veces a las 10 u 11 de la noche. El último año laboral, volví a la telesecundaria, maestro frente a grupo, así que el horario era de nuevo de 8 a 2 pm. Entonces, al inicio de estar jubilado, mi cerebro pedía horarios a como estaba acostumbrado por más de 50 años. Y había qué dárselos.

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Y finalmente entre los 6 y 7 meses ya como jubilado le metí un horario de 7 a 10 de la mañana a escribir, todos los días, incluyendo domingos y días festivos, esté en casa o de viaje, llueva, truene o relampagueé. Así lo he hecho desde mediados del 2020. Y luego de ese horario me impuse a realizar algunas actividades para el bien de casa. No mucho, unas dos o tres, leves. Y ya después a "pajarear"- es decir andar haciendo nada, mirando, riendo, leyendo, y cosas así, de jurado, alguna lectura, café. Felizmente jubilado. ¿Y extraña la escuela?, me preguntan ex alumnos y amigos docentes. Sí, la verdad que sí me apasiona el trabajo permanente de diálogo con alumnos y alumnas, padres de familia. Solo que hay otras exigencias burocráticas que distraen. Por cierto en unas semanas más regreso a la UJAT como estudiante. Ya iré platicando.

 





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