Todos queremos a Julieta

Queremos mucho a Julieta

Julieta Campos De la Torre, ante, y por sobretodo, fue una mujer humanista. Quienes sabemos de ella la queremos. Recordándola y reflexionando sobre su paso por Tabasco, por comparación nos podemos explicar lo que ha pasado después en esta entidad, porque se nota la diferencia. Sin que resaltar esa diferencia sea el fin de este conversatorio, y en particular de esta intervención personal. Llegó Julieta de Cubita la bella a México allá por 1956, luego de haber pasado por la Sorbona de París, a donde fue becada, y donde conoció al joven intelectual mexicano Enrique González Pedrero. “Tan diferentes y tan parecidos”, comentaba ella. Hasta decían que “parecíamos hermanos”. Llegó pues de Cubita la bella y la fue a esperar el futuro porque ella también traía entusiastas miradas de futuro.

Recordandola por la fecha de su nacimiento un 8 de mayo, en ella rendimos homenaje a las mujeres en general, y en particular a las que dan la batalla en lo cotidiano, sin simulación, aspavientos ni medias tintas, por una sociedad más justa, más libre, con enfoque hacia el crecimiento humano. O dicho de otro modo, como resistencia tipo Sísifo para mantener lo humano.

Con ella, con Julieta Campos, me atrevo a pensar en las parejas de gobierno, como una especie de alianza (recordemos que así se le llama también al anillo de matrimonio) en el que se promedia entre dos lo que cada uno aporta en esa dualidad, que sin que esté escrito, determina el accionar hacia las responsabilidades que tienen nuestros hombres de gobierno. Las parejas como tal son una mezcla de visión, misión, pasión, amor, conocimiento histórico de los pueblos, deseo de acompañar a la población, deseo de elevar la calidad humana, conocimiento de la antropología, de la ciencia, y de la imaginación en el crear, que refleja la obra propia. 

Y esa suma de números de ambos, en el que el de calificación más alta, para el promedio matemático baja al del más bajo, aseguro que ambos, el de Doña Julieta/ Don Enrique, promedian cien en la suma de 200 para dividirlos en dos. O siendo críticos, quizá unos 95. Con ese ejercicio podemos imaginar el número del promedio de las anteriores y cada una de las siguientes parejas en el gobierno. Porque ambas determinan con acción u omisión, con visión amplia o miope o sin visión de futuro, lo que se hace y sobretodo lo que no se hace en todos los ámbitos del gobierno.

Ante este planteamiento suigéneris, nunca podremos determinar qué parte le corresponde en ideas a cada uno en lo que conocemos como distintivo de ese quinquenio (de 1983 a 1987), tanto en los programas de letrinas, fogones y piso de cemento para las familias más pobres como mínimo de bienestar, así como puentes que unen geografías y culturas, camellones para disminuir el riesgo de inundaciones, creación y remodelación de centros culturales y actividades al por mayor de conciertos, obras de teatro, el Laboratorio de teatro campesino, talleres literarios, asamblea de cuenteros, exposiciones, conferencias, edición de libros, autosuficiencia alimentaria familiar con animales de traspatio, etc. Nunca sabremos que parte en ideas corresponde a cada quien, lo que sí es que la obra, tangible e intangible, queda en el recuerdo -aún hoy es visible- y resalta por el abandono posterior en varios rubros.

Resalta la figura de ella, de Julieta Campos, como escritora, como intelectual, como promotora cultural, como generadora de procesos cognitivos, no solo de las personas en lo individual, sino sobretodo en lo colectivo. Por eso su obra toda resalta, y continuará en esa tesitura mientras haya memoria, mientras tengamos memoria. 

En una entrevista que le hace Silvia Lemus, a la pregunta sobre el Laboratorio del teatro indígena y campesino, ella responde que fue creado dentro de una estrategia general para reactivar la vida de las comunidades. Parte de lo integral contemplaba: salud preventiva, educación tipo Montessori, proyectos productivos, autoconstrucción de vivienda; además de muchas cosas más, y en conjunto como impulso al municipio como promotor del desarrollo social y el fortalecimiento de los centros integradores. Todo ello está planteado en el libro "La organización de lo pequeño, una estrategia viable".

Sobre el Laboratorio de teatro -que fue lo que más repercusión tuvo hacia afuera -dicho por ella misma- señaló que no era un movimiento artístico para poner obritas y entretener a las comunidades, sino parte de una estrategia educativa, donde se llegó a involucrar a cerca de 3 mil personas, entre niños jóvenes y adultos. Recordando que la primera obra que se montó fue Bodas de sangre, de Federico García Lorca, en Oxolotán, Tacotalpa. Y fue llevada a Fuente Vaqueros, Granada, Andalucía, España, lugar de nacimiento del autor fallecido en 1936. Y a Nueva York, en el Festival Latino de Teatro; dos contextos completamente diferentes.

Doña Julieta Campos nació el 8 de mayo de 1932 (91 años) en La Habana Cuba. Y radicó en México desde 1955 hasta el día de su muerte en 2007. Fue autora de una gran cantidad de libros (La forza del destino; ; Los límites del agua; Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina, Qué hacemos con los pobres; entre muchos otros. Y tradujó del francés e inglés otro tanto. Recibió el Premio Xavier Villaurrutia 1974. En un homenaje que se le hizo  en Bellas Artes en 2012,  se afirmó que su vida se dividía en cuatro tiempos: 1. La Habana, el encuentro con la literatura, el arte, la música, el amor; 2. El tiempo ocupado por la escritura, 3. Su experiencia social al estar en contacto con la gente del estado de Tabasco; 4. El tiempo, y la cosecha de conjuntar su escritura con su visión política y cultural.

Tengo la imagen muy clara. Habían pasado muchos años desde la última vez que yo había visto a Julieta. Ni había oído hablar de ella. Acaso alguna nota leída en La Jornada,  Proceso o Letras Libres. Y de pronto estaba allí entre tanta gente. Miles de tabasqueños en un mitin de plaza. Pero solo yo la veía a ella, como en el poema de Ernesto Cardenal. Estaba ella y, claro,  él, Don Enrique. Traían lentes que se oscurecían ante el intenso sol. Y el maestro de ceremonias fue nombrando uno a uno a las personas del primer presidium. Todos parados, sí. Nombre a nombre. Senadores, diputados. Candidato presidencial de izquierda. Hasta que llegaron a ellos, a las sílabas que integran sus nombres: Enrique Gonzalez Pedrero y Julieta Campos. Entonces se empezó a sentir como si entrara un viento fuerte del norte que refrescara el ambiente ante tanto calor, y todos los presentes empezaron a entrechocar las manos, y los aplausos se sintieron como un abrazo de corazones a los corazones de ellos. Y debía terminar el aplauso. Pero continuaba y continuaba, interminable, fuertes, emocionantes, pasionales, casi eternos: el reconocimiento de los gobernados y los descendientes y nietos de los gobernados, quienes, más que las palabras o discursos escuchados por ellos, discursos que tienen que ver con la política, con el quedar bien ante el poder, les aplaudían como el mejor gracias por haber estado para bien al frente de nuestro gobierno.

Era 2006. Era en Plaza de la Revolución, de Villahermosa, Tabasco. Y yo los miraba a ellos y escuchaba los aplausos interminables. Volteaba en paneo a ver a las personas, gente del campo curtida por el sol, y regresaba pronto a verlos a ellos, a ella y a él, cómo agradecían los aplausos con un esbozo de sonrisa, con una mano levantado, con un leve inclinar la cabeza y de pronto, ambos se quitaron los lentes, uno u otro, uno y otro, los cristales  seguramente empañados, y con la mano se restregaron alrededor de los ojos, tratando de contener, sin poderlo impedir, algunas lágrimas que se escaparon y se confundieron con el sudor. 

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