Todavía cantamos

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¿Todavía canta? ¿Pide? Todavía sueña? ¿Espera? Son solo preguntas que se desprenden de una canción, que surca el aire y deben de llegar a todos los oídos. Precisamente porque se refieren a la actitud que asumimos en la vida. Sucede que a veces la persona, con las decepciones de los años, se cansa, apaga y pierde toda esperanza. Por eso las preguntas. Porque a veces se transita la vida como si ya no se existiera. La canción es una afirmación con garra para anunciar con energía que efectivamente: "Todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos..."  A pesar de todo.

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Ayer pasé por el parque Los pajaritos, de Villahermosa. Me detuve en una banca frente al árbol de hule, añoso, grueso, alto, imponente. Bajo su fronda una pareja se besaba. Yo quería tomarle foto al árbol, pero me detuve para que no malinterpretara la pareja que era a ellos. Hasta que en un descuido tomé algunas imágenes. No llevo sombrero, si no me lo quitara ante impresionante individuo vegetal e hincado y abrazado a él, le rendiría pleitesía. Por lo que ha vivido, visto, sentido. Hermano árbol, te pido perdón. Y agradezco tu sombra, tus abrazos, la paciencia ante los embates. Y la tranquilidad que proyectas. Como la puerta de Alcalá, árbol de Villahermosa, miras pasar el tiempo.

3

Un año yo trabajé por allí en unas oficinas de la alegría, camaradería y promoción cultural. "Si es en la mente del hombre donde se ha creado el concepto de la guerra, es en esa misma mente donde se ha de crear el concepto de la paz", así dice uno de sus postulados. Enfrente había una panadería y a eso de las 9 am y 4 om, se sentía el agradable y muy humano olor esperanzador del cocimiento del pan. Yo suspiraba, y siempre me decía dentro de mí mismo: "eres afortunado". Todo ello aparte de tener el vicio de comer pan dulce. Así que el amoroso café ya estaba listo, y mis papilas condicionadas a la espera de que el pan calentito saliera a la venta.

4

Yo canto en el baño y con karaoeke cuando estoy en mi reino de la soledad (no de sentirme solo). Y doy rienda a mis imposibilidades de ser interprete de canciones, aunque algún día, quizá mañana o pasado mañana, componga una. "Canto al café que me sublima e ilumina...etc". Me sé de memoria decenas de canciones, de tal manera que cuando escribo, de manera normal se escapa algún verso de Sergio Esquivel, Alvaro Carrillo, Juan Gabriel y de otros tantos. O cuando hablo, estoy atento para no responder con un verso hablado de canción que se acomoda a la pregunta. O algo semejante. Por ejemplo, cuando pasa el vendedor de naranjas, y grita frente a mi casa: "naranjas dulces..." mi mente responde en silencio: "limón partido". Y así por el estilo.

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Hay una estación de radio en internet, "radio Andrómeda" (así búsquela en google), que tiene una programación agradable y alegre. Uno de sus programas es el "Canta, Canta", los sábados de 8 a 10 pm, donde los seguidores y animosos cantantes anónimos, de closet y baño, mandamos una canción que grabamos con karaoke o pista. Se va a divertir si la escucha. Y de seguro se va atrever a mandar una. La dirige Patricia González, desde Chicago, Illinois.

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Volviendo. Por este parque Los Pajaritos,  había una fonda donde yo iba a comer para no ir hasta mi casa (a 17 kilómetros). La dueña y cocinera era Doña Carmen, originaria de Las Choapas, Veracruz, muy platicadora. Vendía de las comidas caseras más sabrosas que yo he comido fuera de mi casa. Luego de decirle qué quería, me preguntaba sobre lo que iba a tomar, entre agua de papaya, carambola, melón, piña o matalí. No tenía de todas, pero siempre le variaba cada día. Ya le decía de cual, y siempre le especificaba que "sin hielo. Por favor". La verdad soy de la idea que en cualquier lugar le ponen mucho hielo para que sea menos el agua de frutas. Y una vez me preguntó que por qué la pedía sin hielo, cuando había muchos días que hacía exagerado calor (200 días al año en Tabasco). "Es que canto". "¿Usted es cantante?". "Ajá", fue mi respuesta. Y ella se quedó sorprendida. Al día siguiente luego del ritual de pedir el agua sin hielo no se aguantó la pregunta: "¿Y ante cuántas personas canta?" "En lugares pequeños, de unos 12-15 personas", dije juguetón. Y ella exclamó con un dejo de decepción: "ahh". No estaba ante una estrella anónima. Ni modo. Ella siguió cordial y atenta siempre en su trato.

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Todavía soñamos, todavía cantamos, todavía esperamos, todavía jugamos. Entonces uno de esos días, como a las dos semanas, luego de ese citado ritual de cuál agua va a tomar entre melón y sandía, le dije "melón, sin hielo. ¿Y que cree?" "¿Qué?" "Ayer canté ante cinco mil personas".  Esa vez me puso doble ración. Andaba de una lado para otra muy orgullosa. Su cliente había cantado ante una gran cantidad de gente. Ya iba subiendo de categoría en los escenarios. El camino de la fama, seguro. Aunque no lo dijo así, hasta el final me preguntó si iba a querer otro poco de comida. "No gracias, ya estoy muy satisfecho", dije, para no decir "muy lleno", que ni tanque soy.

8

Hace como diez años un amigo tabasqueño fue a Matamoros. Iba a comprar un carro americano. Fuimos ambos, porque me pidió que yo fuera a acompañarlo. Yo, ni tardo ni perezoso, acepté porque visitaría a mis familiares. Uno de esos días, sábado, una hermana hizo la fiesta quincenal de carnitas asadas, cheves y karaoke. Mi hermana andaba mal fisicamente. Le habían aplicado cortisona en el tratamiento. Y de efecto secundario se le hizo una bola no pequeña ni grande en el cuello. Notoria, pues. Y cuando vino la sesión de karaoke pasaron casi todos, yo con el "Chulas fronteras del norte", de Piporro, incluido el movimiento de piernas del baile norteño, y además sin faltar mi canción nostálgica "Mi Matamoros querido". Mi hermana cantó una de Lupita Dalesio y otra de Paquita la del Barrio, esa que dice Sol cucaracho o rata de dos patas, ya ni sé. Y a mi amigo le rogaron y rogué que cantara una. No se atrevió.

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Ya de regreso, en el auto que él había comprado -mustang 2004- y en esas largas horas de viaje escuchando música, platicando, contándonos secretos, me dice: "me encantó este viaje. Me sorprendió ver la alegría de tus familiares. Y ver a tu hermana que, aún enferma, cantara con ímpetu esas canciones, con bastante pasión por la vida. Y solo me arrepiento de una cosa. "De qué", lo volteé a ver sorprendido, a riesgos e accidente porque yo iba manejando. "De no haberme atrevido a cantar en karaoke".

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Ayer me senté frente al árbol de hule, el añoso, el monumental, el generoso. Y recordaba mi paso en el 2014 por esos lugares. Allá abajo estaba Café La Antigua, donde Pedro Luis vende libros. Allí pasaba, luego de comer en la fonda, a tomarme un café americano, y a respirar libros de viejo, admirar un gato por allí, alguna sonrisa de modelo o guiño de anunciadora de dentífrico. Fue una maravilla ese año en mi vida. A Doña Carmen, la de la fonda, (que a partir de  que le comenté que canté ante 5 mil personas, me trató a cuerpo de rey, en lo que a comida y sonrisas se refiere) nunca le dije, que yo cantaba el Himno nacional mexicano, y esa vez lo canté en una asamblea multitudinario de partido, como de efectivamente 5 mil personas.

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De Don Víctor Heredia, cantautor argentino: "...Que nos digan adónde/ han escondido las flores/ que aromaron las calles/ persiguiendo un destino/ ¿Dónde, dónde se han ido?/ Todavía cantamos, todavía pedimos/ todavía soñamos, todavía esperamos/ que nos den la esperanza/ de saber que es posible/ que el jardín se ilumine/ con las risas y el canto/ de los que amamos tanto. Todavía..."


 


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