Raskolnikov tropical

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El muchacho escucha la calificación: "Cinco". Lo siente como un mazazo. El maestro de preparatoria llegó a la escuela. Pasó por un grupo. Y como siempre en estos días de exámenes extraordinarios dio las calificaciones. Y precisamente el número leído junto con el nombre golpea figuradamente las sienes del muchacho que no piensa que él se reprobó, sino que fue su maestro. Y entonces su corazón palpita con mayor ritmo. La mirada se transforma en vidriosa. Y de su mochila saca un martillo. Y sin que nadie pueda alertar, porque nadie se lo espera, o hay miedo de quien lo ve acercarse a su maestro, y lo empieza a golpear.

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No es martillo de juguete. Es de carpintero. El que se utiliza para golpear clavos y hundirlos en la blandura de la madera. Y no lo saca para amagar, sino para golpear. Y empieza a golpear con toda su fuerza al maestro, al que ha visto en esa hora de clase, al que ha escuchado lejanamente con temas que no le interesan, por lo que se evade y piensa en otras cosas, en tantas otras cosas de disfrute, del problema con su madre, de la ausencia de su padre, de nuevo en el disfrute con la novia, y sigue dándole de golpes. La sangre ya está por todos lados. Y sigue golpeando, porque tiene fuerza. El maestro cae, y le sigue lanzando golpes de martillo, como si hubiera clavos para empujarlos a golpes, que vayan bien derechitos. Y ya en el suelo le da patadas, como si fuera el balón al que acerca a la portería. Y le sigue dando de patadas al maestro, como si fuera a meter gol.

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Es Raskolnikov, el estudiante enfebrecido que salió del libro Crímen y Castigo, del ruso Dostoyevski. Fastidiado del abandono por los libros, enojado porque nadie se acerca a darle forma a su personaje creado en la Rusia zarista. Ha salido, cambiando su hacha vieja  por un martillo nuevo, ergonómico. Y ha enfrentado a la furia de su vacío, de su ensueño, en la búsqueda del ser, al que no encuentra, porque no se encuentra. Y cambiando el plan original de enfrentar a una vieja avara, usurera, la que sangra a todos los pobres de los alrededores, con empeños leoninos de una joya, de unas escrituras, y la enfrenta como si enfrentara al mundo y sus contradicciones, enfrenta a un maestro.

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Memoria y ficción se funden en uno solo. Raskólnikov es ese estudiante con otro nombre, con otros apellidos, con otro pasado e historia familiar. El resultado es el mismo. Solo que a este estudiante moderno, el producto del abandono social, el producto de juegos y maquinitas, el de apuestas a ver quien orina más lejos, el de la apuesta a que no leo ningún libro y como quiera paso la materia. El que tiene sus amigos que le dicen, que así no es, pero es él quien gana las apuestas, el que encesta desde lejos, el que mete el gol vistoso, y eso que no entrena.

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Ponga atención al video. Es de apenas 5 segundos. ¿Lo está viendo. La ciudad es Brownsville. Es la parada de autobuses. Enfrente de esta parada es un centro de apoyo a migrantes. Mire bien: hay mínimo tres decenas de hombres y mujeres entre sentados y parados. precisamente van de gane porque ya están legalizados en Estados Unidos. Pernoctaron en ese centro, cuando mucho dos días. Y van a la Central de autobuses para tomar uno que los lleve a su destino, donde tienen familiares que firmaron por ellos, que se responsabilizan por ellos, mientras consiguen trabajo. Es el sueño americano. Charlan animosos. Ya falta muy poco, luego de meses en su larga y penosa travesía desde Venezuela, pasando por Centroamérica y México. Los coyotes y pateros los exprimieron. Hubo hambre, sed, golpes, mordidas, encierros, desesperación. Hubo violaciones a mujeres delante de sus parejas. pero todo eso quedó atrás.

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Mire el video, esta por avanzar. Dura apenas unos segundos. Son las imágenes en movimiento que captó la cámara de ese centro de ayuda a migrantes. Los migrantes esperan el autobús. Rién a carcajada suelta. Cuentan chistes. Ya no tarda el camión. Solo que el destino tiene otra ruta. Y aparece de pronto una camioneta Land Rover, a gran velocidad. Y precisamente a la altura de ellos sube a la banqueta y pasa por sobre varios de ellos, golpeando, hiriendo, asesinando. Se oyen gritos. Se mira a algunos que se levantan y caminan, salvados, los otros no. Los otros no, porque estaba la ruta de esa camioneta en donde ellos estaban. Se termina  el video.

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"...o es ya un axioma… Es chocante que lo que más temor inspira a los hombres sea aquello que les aparta de sus costumbres. Sí, eso es lo que más los altera… ¡Pero esto ya es demasiado divagar! Mientras divago, no hago nada. Y también podría decir que no hacer nada es lo que me lleva a divagar. Hace ya un mes que tengo la costumbre de hablar conmigo mismo, de pasar días enteros echado en mi rincón, pensando… Tonterías… Porque ¿qué necesidad tengo yo de hacer 'eso'?"

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El mismo hilo une a ambos hechos. La realidad con la ficción. Brownsville con esta ciudad tropical. Sin que juzguemos uno u otro caso. Como no juzgamos tampoco a Raskolnikov en esas páginas eternas del gran Dosteievski. Solo que nos conmueve la sangre entre las páginas. Y nos conmueve la sangre real. la del maestro que fue llevado al hospital y hasta lo que se sabe es grave. Yp miré una foto que circuló. Lo miro y me miro, y miro a todos los maestros. Aunque no todos somos iguales. Imagino al chico y miro a todos los chicos que no fueron liberados en su casa por su padre y/o madre, ni por sus tíos. Y no son liberados por sus maestros en la escuela. Al contrario, son reprendidos, regañados. Y va un reporte a sus padres, y estos llegan, no llegan, hacen caso o no a las indicaciones. "Mi hijo no es capaz de hacer eso". Piensa o lo dice. Y así seguimos. Con la brújula extraviada o rota. Sin rumbo fijo. No los liderean a este tipo de alumnos y alumnas ni en sus casas ni en las escuelas, con un balón barato, ni con sonrisas, ni con un instrumento musical o una obra de teatro. Y es entonces que se quedan más tiempo en la calle, como el lobo en Los motivos ídem, en el poema de Rubén Darío.

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La literatura lo dice. Porque es lo que hemos visto.  Es lo que vieron nuestros padres y abuelos en la vida real. Luego de que el lobo fue traído al pueblo por el bueno de Francisco, el de Asís, y en ausencia de este, el lobo luego de algunos días volvió a la montaña a seguir haciendo desfiguros. Ante las quejas del gentío, volvió a la montaña Francisco a ver y cuestionar al lobo y este así le responde: "... la boca espumosa y el ojo fatal: / Hermano Francisco, no te acerques mucho... / Yo estaba tranquilo allá en el convento; / al pueblo salía, / y si algo me daban estaba contento / y manso comía. / Mas empecé a ver que en todas las casas / estaban la envidia, la saña, la ira,/ y en todos los rostros ardían las brasas/ de odio, de lujuria, de infamia y mentira./ Hermanos a hermanos hacían la guerra,/ perdían los débiles, ganaban los malos,/ hembra y macho eran como perro y perra,/  y un buen día todos me dieron de palos..." 

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Mal andamos si somos indiferentes ante los problemas de los otros. Mal andamos si nos olvidamos de los que andan sin brújula. De los que tienen la mirada triste. De los que no saben a qué se va a la escuela. Para qué se estudia. Mal si solo andamos en búsqueda del dinero fácil. De lo que no cuesta esfuerzo. Mal si el rencor, la cólera y el odio son los que dominan los actos de las personas. Mal si consideramos quenlos demás están equivocados y solo yo tengo razón. ¿Entonces no hay remedio? Sí que lo hay. 

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"...La vieja, como de costumbre, no llevaba nada en la cabeza...Como era de escasa estatura, el hacha la alcanzó en la parte anterior de la cabeza. La víctima lanzó un débil grito y perdió el equilibrio. Lo único que tuvo tiempo de hacer fue sujetarse la cabeza con las manos. En una de ellas tenía aún el paquetito. Raskolnikof le dio con todas sus fuerzas dos nuevos hachazos en el mismo sitio, y la sangre manó a borbotones, como de un recipiente que se hubiera volcado. El cuerpo de la víctima se desplomó definitivamente. Raskolnikof retrocedió para dejarlo caer. Luego se inclinó sobre la cara de la vieja. Ya no vivía. Sus ojos estaban tan abiertos, que parecían a punto de salírsele de las órbitas. Su frente y todo su rostro estaban rígidos y desfigurados por las convulsiones de la agonía..." fragmento de la novela Crímen y Castigo, de Fiodor Dostoievski.


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