Mona

1. Estábamos entonces hablando sobre los dos tiempos. Este que manejamos sobre cumpleaños, navidades, mes, semana, hora, calendario escolar. El que medimos con un reloj de pulsera, teléfono o pared. Y el otro, el tiempo sin límite ni medida, el llamado tiempo ontológico. Ambos los utilizamos. Pasamos (de hecho) de uno a otro sin darnos cuenta. Y casi nadie sabe la diferencia. Mona sí.

2. El tiempo ontológico, es el que fluye y no puede concebirse de otra manera, sobretodo no se mide. Para este no hay pasado ni futuro, solo presente. Y aunque te asomes al espejo, mires radiante tu cara sin fijarte en el detalle de las arrugas, del pelo blanco, lo absolutamente es que no tiene medida, ni manera de medirlo, pero tampoco necesidad. Eso hacía Mona.

3. Mona vivía en este tiempo, el ontológica. Para ella no había límites marcados, ni puntualidad de entrada o de salida. Su espejo era tan solo un objeto para reverenciarse ella misma, si la sonrisa se le veía bien, si la mirada estaba en el lugar exacto. Y bien se reconocía, murmurando su nombre, el propio. Lo pronunciaba letra por letra o todo junto. Sentía escuchar campanillas de cristal: M-o-n-a.

4. El nombre quizá se les haga extraño, como referirnos a la hembra del mono, aquel primero que ya siendo vertical no olvidaba sus ritos animales, el que evolucionaba en el tiempo sideral hacia un mejor comportamiento, sensible, sentimental, solidario. Pero de vez en cuando le salía lo animal. Pero no es en esa relación instintiva, sino mucho más allá, de el hombre en el tiempo, al que me refiero. Un enlace de almas que podían estar en silencio por horas o jugando a las palabras en secuencia, por familia, de tres, cuatro, cinco, letras, animales solamente, o nombres de plantas, y era entonces el tiempo ontológico, que medido bien podría comprender diez horas, veinte años, como si tal cosa. Y todo ello sucediera una tarde. O se sentaba junto a un hormiguero y contaba las hormigas y hablaba con ellas.

5. "¿Le limpio el vidrio patrona?" Mona asentía con la cabeza. El joven se montaba sobre el cofre para poder alcanzar mejor y echarle el agua sucia con jabón y luego pasarle una especie de escurridor manual, hasta que parecía de nuevo como limpio, con una transparencia tal que podías ver mejor el futuro o el pasado. Pero Mona prefería estar instalada en el tiempo sin medida. Tomaba unas monedas y las entregaba. Y parecía que había alejado a una mosca o a un rey, del mismo modo. Jaque al Rey, decía riendo. Y uno no sabía por qué. Estaba loca, sí.

6. "¿Le limpio el vidrio, patrón o le filosofo?" "mejor limpia el vidrio, que el chiste ya lo sé", le digo y ríe. Cuando les he dicho que no, que son siempre los mismos, aunque sean distinto, se enojan. Y golpean con la franela mojada y sucia alguna parte del carro y se alejan, luego de un "no" entre tantos otros. Y en otras ocasiones los llamo para que ensucien el limpio cristal, que parece ser lo mismo. Un interactuar. A veces siento que yo soy el otro, el que se ofrece a limpiar el vidrio.

7. El tiempo medible nos enferma. Para él tenemos el pasado al que recurrimos de manera constante. Sean lecciones o recordemos con nostalgia algunos parajes donde fuimos felices, plenos. Recordamos a papá, a mamá, a alguna tía, un amigo o amiga que ya murió, que anda libre en otros confines. O sacamos de la cartera una fotografía que nos remite a momentos cúspide, explosiones de volcanes, partos de montaña, espinita clavada, etc. O pensamos en el futuro engañoso, de incertidumbre sin saber si volveremos a vivir en otra galaxia, si llegaremos a la cama, al trabajo, si encontraremos cajón para estacionar al carro, si nos despediremos de nuestro amigo enfermo antes de que parta.

8. ¿Te ha pasado que sueñes con muertos queridos, sean padres, abuelos, tío(a)s? Sí, me ha pasado. ¿Y a qué crees que se deba? No lo sé. Intuyo que los quisimos mucho, que andan de visita, nos alientan en sueños y nos abrazan y besan. No hay dolor más grande que la muerte de un ser querido. ¿Cuál será más fuerte? pregunto, entre todos los amores en sus variantes que uno tiene. Precisamente lo pregunto, dice Mona, porque esos dolores suceden solo en el tiempo que medimos. En el tiempo ontológico no. Estamos para seguir siendo, solo de otro modo. Y por tanto no hay dolor, duelo, apegos, ni minucia o bagatela dolorosa alguna.

9. La otra vez estaba en la parada de los autobuses. Y cada uno tenía el nombre de sus rutas, a veces identificados con colonias o sitios emblemáticas. Por un momento, con el juego de la imaginación, pensé que podían ser otros nombres, como Ruta Felicidad, Valle de los lamentos, Las angustias, La dicha, La Soledad; El amor bienaventurado, Playa nudista, El Paraíso. Y empecé a reír como loco. Luego volví a la realidad: Mercado, Palacio de hierro, Gaviotas, Las Turcas, Hueso de puerco, Salsipuedes, La Cruz. Se lo conté a Mona y no paraba de reír.

10. Mona es un alma vieja. Nos conocimos hace un poco más de dos mil años. Andaba ya en otros tiempos. Y brincaba del tiempo medible al no medible. Algunos les llaman reencarnaciones, lo cual es una tontería. Asimismo le llaman lunática, porque anda y escribe como loca, sonríe mucho. Bruja la llaman, igual. pero ella es muy normal. Dice que recuerda todas las vidas que ha vivida, y al detalle, pero no las escribe porque serían muchos libros. Lo que sí es que sonríe mucho. Y eso es un distintivo que se agradece.

11. Mona pertenece tiempo. Pero sigue siendo la misma en el tiempo medible de ayer y mañana. Es reencarnación viva y permanente. 


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