Miro una fotografía

1. Miro esa foto digital en la que estás. Y estás absurdamente cerca y lejos. La miro como si fuera en viaje directo al pasado para traerte al presente. Tiempo por demás que se escapa sin que nos diéramos cuenta. Y miras a la cámara cómo asomarte al futuro, sabiendo que yo la vería con el afán de sentirte en la memoria.

2. ¿Quién es me dicta la memoria? Y ella se responde, como respondiéndose a sí misma, y da detalles en la alquimia de plata antes, ahora digital. Y se traslada al presente preciso de cuando nos conocimos. Sí, tú. Que si era un parque, un salón, una explanada, una pista de baile. Qué importa si el resultado es el mismo. El destino hace balance para la paz o el desasosiego de las almas. Yo miro la fotografía.

3. Me detuve en la esquina de un cruce de calles. No sabía si iba hacia atrás o hacia adelante. Esta ciudad me recuerda algo, alguien. Del pozo de la memoria trato de encontrar los datos que completen el recuerdo. Tengo una risa muy presente que acaricia la mirada. Un gemir suave que acaricia mis oídos. Y sigo aquí parado. Una muchacha se ofrece a cruzar la calle, como adivinando que estoy paralizado ante el tráfico de carros viejos de los años 80s, como si fuera desfile de autos viejos.

4. En esta esquina se concentran saltimbanquis, payasos, acróbatas, magos. Hacen su acto en una fracción de segundos, lo que dura el paso de un color del semáforo a otro y quede aún para recorrer algunos autos en fila que esperan y ocasionalmente cooperan con una moneda para la vida. Algunos de ellos me confunden con un indigente y me la ofrecen. Yo en automático estiro la mano. Y yo solo pasaba por aquí y me detuve por el recuerdo de una fotografía. Por aquí pasamos hace ya casi siglos.

5. Recorro con la vista las fotos en un álbum de fotografías. Me detuve en una. ¿Quién es ella y él? Es una foto en blanco y negro. Sonríen ambos, jóvenes. Y se les ve el semblante de cuando tienes la sensación que la juventud es eterna. Y vienen nuevas cosas en sus vidas, teniendo como base el amor. Ella con vestido de verano, fresco, estampado. Él con vestimenta casual: jeans y playera. El cabello de ambos como movido por el viento, fijo por el tiempo. 

6. Este soy yo, me digo. Y miro a un niño de seis años. Visto de blanco y se me nota en la mirada satisfecho, pleno. Tengo una vela encendida en la mano. Y un libro de primera comunión en la otra. Fui monaguillo, me digo. ¿Soy o no soy yo? Ráfagas de viento entran a la memoria, removiendo los recuerdos. Parece que soy. Me parece que no soy. Creo reconocerme en ese niño. Me río.

7. De niño, entre los 5 y 8 años, miraba las fotografías. Había dos álbumes en la casa. Y cuando visitaba casas había fotografías en las paredes, una especie de álbum mural. Y miraba y preguntaba. ¿Y este? ¿Y esta? Y en esa edad ya me imaginaba que unos años después mi imagen en foto estaría bien en algún álbum, guardado en bodega. O en una pared. Y preguntaría alguien asimismo como yo preguntaba: ¿Y este? Me gustaría estar presente en ese momento para contestar. "Este soy yo".

8. De pronto me detengo en la esquina. Para mi sorpresa todo está detenido. Yo mismo estoy detenido. Miro las imágenes de los saltimbanquis, payasos, magos y un anciano detenido. Es como un mural de la época. Los autos detenidos por un semáforo que no cambia de color. Se mira cemento por todos lados en el piso. Los edificios de 1970, con escalinatas. Hay una luz suprema que alumbra todo como si fuera una exposición del mural. Muy dentro de mí sé que es en la vida real, lo que me sorprende es que todo está detenido, como si fuera una fotografía. ¿O yo soy el que estoy detenido? En algún momento todo va a tener el movimiento de nuevo.

9.  Todo está detenido porque es una fotografía mural. El hombre mira y le parece tan real como si él mismo estuviera dentro de la magna y monumental obra. Trata de asomarse a la firma. Mira todo el panorama que ofrece el mural. Se retira unos pasos para mirarlo mejor. Y logra encontrar una pareja que está platicando con un anciano que va a cruzar la calle. Como que le ofrecen ayudarle. Ambos son jóvenes, sonríen obsequiosos. Saben del bienestar que se siente al hacer una buena obra. Y el anciano solo mira, no piensa cruzar. Y les dice que no. Que gracias.

10. No es un mural. Es una esquina concurrida de autos, cruce de personas como en ráfaga cuando la señal peatonal les indica que pueden pasar. Suena un sonido como de pájaro y una pantalla les muestra los minutos que van quedando. Se apuran, se entrechocan. Es la vida real, aunque todo está detenido como si fuera un mural. Prisas, ansias, emociones reprimidas, sueños rotos. Y vuelvo a mirar la fotografía del niño y del viejo. Tienen cierto parecido. Como el parecido que creo encontrar en la primera foto del álbum. Cada descanso abro de nuevo el álbum. Y miro la misma fotografía. No solo el instante ha quedado en la memoria. Sino también la fotografía. 

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