Dos caminos

1. De niño -de muy niño- yo creía en el cielo. Era en mi imaginación como un lugar grandísimo en las alturas, a donde iban los espíritus o las almas de las personas que en la vida habían sido más que buenas, rebuenas. Tanto en sus actos, como en sus pensamientos. O que al final de su vida habían tenido la oportunidad de arrepentirse. Es decir, el cielo no era solo para los buenos sino también para los arrepentidos formalmente.
2. Y si de niño creía en el cielo, entonces también creía que había un infierno, lugar en llamas eternas a donde iban tanto quienes en vida habían cometido males a los demás, y también quienes eran tomadores de licor, acudían a prostíbulos, jugaban a las cartas, mentían, no obedecían a sus padres, traicionaban, cometían adulterio y muchas otras cosas más por el estilo. Y a diferencia del cielo donde había paz, tranquilidad y armonía por siempre, en el infierno ese lugar era de llamas rostizantes.
3. Y no había para dónde hacerse. Ni modo que uno quisiera el infierno si sería de puro sufrimiento sentir las almas de manera eterna. Así que por ls dudas, de preferencia trataría la manera de vivir conforme las reglas conocidas y por conocer para merecer el cielo después de muerto. Es fácil si lo vemos de esa manera, escoger el camino a seguir. Cabe decir que yo era monaguillo. Que mi madre me llevaba a la iglesia cada vez que podía. Especifico, la católica.
4 ¿Y cuándo dejé de creer en eso? Creo que empecé a descreer desde la primaria, pero con mayor fundamento en mis tres años que estuve en secundaria. Cada una de las clases nos hablaban de algo específico. La historia nos hablaba de guerras y de luchas por el poder político. La física nos decía sobre la materia en función de sus características en el movimiento. La química en función de su composición como materia. Y así cada una. Y no escuché que en alguna materia nos hablaran de cielo e infierno. Y fui intuyendo que había dos formas de transitar: creyendo en la religión o creyendo en la ciencia.
5. Novias que tuve no fueron creyentes. O no de manera fanática. Y tampoco nos metíamos en discusiones sobre esos temas, porque además de no llegar a ninguna parte, nos conducirían a un rompimiento que de entrada no queríamos. Mejor el discurso de los besos y los abrazos, no se diga más. Y es cierto: no recuerdo alguna charla sobre si Dios existe o no. En todo caso a ese Dios lo dejábamos ser, sin molestarlo. Y con mi madre, que fue creyente hasta su muerte, tampoco nunca discutimos sobre eso. Ella respetó que nunca más la acompañara a la misa, aunque sí fui a quinceañeras, bautizos y bodas, relacionadas con amistad de los participantes.
6. No me tocó nunca en mis años de estudios (que continúo ahora con temas de filosofía), y me refiero a los de la juventud, maestros o maestras que iniciaran la clase con un rosario o con un credo. Y algún religioso que conocí como maestro y nos impartió clase, nos hablaba más sobre la pobreza, y la injusta repartición de la riqueza, la explotación del hombre por el hombre y cosas así, comprendidas estas dentro de lo que se llama "Teología de la liberación". Hasta allí, porque tampoco nos exigían militar con ellos. Pero muchos de nosotros fuimos receptivos. Aclaro ningún maestro o maestra nos habló en grupo sobre Dios, ni a favor ni en contra.
7. Tanto en mi casa de niño y joven, como en mi casa de ahora llegan personas a intentar predicar sobre un Dios específico, el de ellos. Y cuando tienen tiempo les escucho con atención y respeto, sobretodo si son voces y risas femeninas. Y cuando no, pues les digo simplemente que en otra ocasión. Y reconozco que alguna vez -quizá cuando andaba en los 25 años- me puse a discutir irreflexivamente con ellos. Ya después lo que hacía era saludarlos, cuestionarlos por qué traían niños en edad escolar, en lugar de mandarlos a la escuela. Y no, no tenían respuesta. Ni ellos ni yo decíamos argumentos ofensivos. Solo que desde dos puntos de vista distintos, no nos íbamos a poner nunca de acuerdo, porque cada uno consideraba que el otro estaba equivocado. Y en eso sí éramos irreconciliables.
8. De hecho, cada uno hemos sido formados por la sociedad donde vivimos. Como esponjas absorbimos lo de nuestro alrededor. Y en mi alrededor había una familia, un barrio marginal, una ciudad fronteriza con Estados Unidos. Y había iglesias y templos de todos los signos y expresiones, y muy cerca la escuela primaria y más cerca la secundaria. A la mano estaba la escuela pública, como una "bendición" para que yo me asomara a otros temas muy distintos en cada una de las materias. Nadie puso límite a mi aprendizaje, más que lo económico por no poder desplazarme a donde quería, geográficamente, ni estudiar lo que yo quería en esos años.  
9. En los libros supe sobre Hidalgo, Morelos, Benito Juárez, Emiliano Zapata, Ricardo y Enrique Flores Magín, Mahatma Gandhi, Marx, Lenin, Castro, Ernesto Cardenal. Quiero decir que en los libros supe de luchadores sociales, revolucionarios, déspotas, soberanos, papas, guerrilleros, curas, poetas, artistas, músicos, científicos, académicos, filósofos. Hombres y mujeres que labraron su destino sobre una ruta determinada de acuerdo a sus creencias, ciertos en su origen, inciertos en su destino. Menciono a dos más: José Revueltas, pensador social mexicano, que discrepaba con los comunistas estalinistas y a León Trotsky, ruso que fue uno de los ideólogos de la revolución rusa de 1917, y que fue perseguido y asesinado, y corrió la suerte de muchos millones de soviéticos que como él pensaban distinto al régimen del estado soviético encabezado por José Stalin, y fueron asesinados en lo que se conoce como La purga soviética entre 1936-1938. A Trostki lo asesinaron con un golpe de piolet en la cabeza, en Coyoacán, México en 1940.
10. De niño. De muy niño yo creía en el cielo y en el infierno. Los creía lugares lejos. Ahora creo que el hombre daña la naturaleza porque, vanidoso y soberbio, no se cree especie  como otras, parte extinguible de ella.

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