Monólogo: Loco

Loco

 

“Si me llaman el loco, porque el mundo es así. La verdad sí estoy loco”…Loco, sí. Sí lo estoy. Ido de la mente. No hay necesidad que me lo digan. Lo sé desde niño cuando le quería ganar a las carreras al avión que zumbaba por arriba d de mí en el camino a casa. Tan pronto lo oía venir, me preparaba. Mi madre era cómplice. Me decía “¡Sal, Antonio, que ya viene!” Y entonces yo salía raudo al camino y sin hacerle trampa al avión, esperaba que estuviera en lo alto, por sobre mi cabeza, y allá te vooooy,  raudo. Dale que dale. Y el avión me ganaba con facilidad. Y a mí me daba risa. ¿Cómo se me ocurre? Y los vecinos me preguntaban “¿qué haces?”. Y yo: “compito para ganarle al avión a las carreras”. “Tú sí que estás Loco”, me decían. Y yo no paraba de reír. Y hacía cometas y las ponía a volar y pensaba que yo andaba volando allá arriba sobre ellos. Y cuando miraba volar a las mariposas me sentía una de ellas chupando miel a la flor. Y miraba al colibrí, y me imaginaba que mi corazón estaba del mismo tamaño, y que me gustaría volar y detenerme como ellos en el aire. Un colibrí me latía adentro en lugar del corazón.

Loco sí. Me fui acostumbrando a que me dijeran así. Ido de la mente. Pensaba en que de grande regalaría chocolate y pan a los niños. ¡A toooodos los niños del mundo su chocolate con pan!, me decía. Y es que en la casa no había para chocolate con pan. Y le pedía a mi mamá chocolate, le decía que yo quería chocolate. Y mi mamá me decía que no había, que apenas algo de pan duro y agua. Y me decía yo mismo que de grande trabajaría duro para darles chocolate y pan a todos los niños del mundo. “Tú lo que es, es que estás loco -me decía mi madre-. Debería bastarte conque tuvieras chocolate y pan para ti y para mí”. “Para ti, para mí para todos los niños, mamá”, le respondía.

Y así fui a la escuela, con preocupación de mi madre. Me decían el loco los vecinos del barrio y mi madre me decía lo mismo ante cualquier cosa que yo le platicara. Me daba por mirar atentamente el caminito de las hormigas. Y hablaba con ellas. Hablaba lo mismo con las plantas que mi madre regaba. Y ella se me quedaba viendo: “tú sí que me saliste chiflado”, me decía. Y a mí me gustaba eso, que me dijera loco, porque yo no sabía lo que esa palabra significaba. La maestra de inglés me llamó aparte. Y me dijo: “tú te ríes demasiado y eso no es normal”. ¿Pero qué significa normal?, tampoco yo lo sabía. “No eres como los demás, calladito, ordenadito. Tú de pronto escuchas algo y te pones a reír e interrumpes la clase”. Y yo, que no era de maldad, que me sentía feliz. Y la maestra me dijo como consejo, así te lo digo, me dijo, que “cuando vayas a la preparatoria, trates de comportarte como todos los demás: normales, Toñito”.

Y empecé a ser más cuidadoso en la observación de cómo se comportaban todos, y la verdad que no me gustaba nada lo que hacían. A todo decían que sí. O callaban, y el que calla otorga. Memorizaban los poemas sin sentirlos para la clase de español: “Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín… La luna en el mar riela…”, y les preguntaba qué significaba “riela” y “bergantín”. Y no sabían, créanme, no sabían, solo lo repetían como loros. No vayamos muy lejos: no sabían el significado de muchas palabras del himno nacional, lo cantaban porque así lo habían aprendido, ni “acero”, “aprestad”, ni “sonoro”, “ciña”, ni “osare” y eran palabras que yo me sabía porque me gustaba aprender palabras raras en el diccionario, que mi padre se encontró en un bote de basura y me lo llevó y empezó a gustarme ver las palabras en filita de acuerdo a la letra, ordenadas como soldados, y me iba aprendiendo lo que significaban aunque muchas de esas palabras yo nunca las había escuchado. Y ese diccionario de nombre Oxford estaba nuevecito.con celofán y en la basura. Me daba risa.

 

En  escuela secundaria me gustaba una chica de cabello largo, a la que se le hacían hoyitos en las mejillas cuando reía. Era algo más alta que yo. Y cuando le dije que me gustaba y quería que fuera mi novia, me dijo: “¡tú estás loco!”. Y para mí era un halago, porque yo la verdad me sentía bien estando loco, si todos me decían así, ya estaba acostumbrado. La felicidad, para mí, estaba contenida en esa palabra, yo así lo sentía. Solo que miraba que ella andaba de novia con compañeros que traían carro y fumaban. Y yo no, no me llamaban la atención esas cosas. Ella miraba que yo a veces iba descalzo a la escuela. Solo que sea por eso que no me quisiera. Mi pantalón roto. Y cuando no había clases andaba siempre con la misma ropa… Ya en la preapratoria yo soñaba con la revolución de que todos los niños del mundo tuvieran desayuno en las mañanas, y el sueño de la paz y cosas por el estilo. Y yo quería tener novia porque todo buen revolucionario tiene como característica amor a la humanidad y era lo que yo sentía por esa chica, que era también la humanidad, y se coincidía con lo que decían en la iglesia de “ama a tu prójimo como a ti mismo”, y ella era mi prójima más cercana, se sentaba junto a mí en la clase, y yo la miraba sin que ella me mirara. Cuando no llegaba ella a clases, yo sentía sopor todo en mí.

Pero si yo estaba loco, quiere decir que los demás estaban cuerdos. Y eso me empezó a preocupar. Ya había buscado la palabra en el diccionario, que era mi arma favorita con la que yo andaba por todos lados. Y “loco” me decía mi adorado librito que  es “el que ha perdido la razón”;  “de poco juicio, disparatado e imprudente”, y más cosas por el estilo. Pero créanme, que yo me sentía muy bien. La risa era mi distintivo, aunque logré moderarme sobretodo en clase, porque estar callados a eso llaman disciplina, y a mí me gustaba preguntar, y los maestros se rascaban la cabeza. Y ponían 10 a quienes se aprendían todo de memoria. “Tienes 7”, me dijo el maestro de Lógica, “porque preguntas mucho, si prometes preguntar menos te pongo 9”, y no le prometí nada, y como que le dio coraje, de calificación me asentó un 6, y eso que nunca le dije que me daba cuenta que no sabía de la materia como todo buen maestro debe de saber, si no capaz me pone 0.

Ya no pude entrar a la universidad como era mi deseo. Mi madre no tenía dinero para hacer los trámites, y a mi promedio le faltaba un punto (esos que me quitó el ilógico maestro de lógica por no quedarme callado). Y así me quedé solo con la preparatoria. Pero seguí llegando a la biblioteca que estaba cerca de mi casa. Y la guapa maestra que la atendía me daba prestados libros para que yo me llevara a la casa. A veces no había más qué comer, solo nopales y pinole ( a mí me gustaba el pinole por eso del refrán, el que tiene más saliva traga más pinole), y eso le decía a mi madre y ella se reía, me decía que aunque tenga más saliva no podré comer más porque había que guardar para mañana, y yo le explicaba lo que significaba ese dicho. Y nos reíamos ambos. “Estás loco, Antonio”, me repetía.

Mi padre buscaba en los botes de basura. Y encontraba latas de aluminio y alambre de cobre. Pero él sabía que me gustaba leer, y todo libro o revista que encontraba me la llevaba. Así que desde niño en mi casa había libros. Y a los 12 años leí “La madre”, de Gorki; ”Hambre”, de Hamsun, y tantos otros. 

Pero yo no quiero estar cuerdo. A mi madre le dijo un doctor -yo estaba junto a ella- que me podía recetar unas pastillas para que yo no riera tanto, y fuera más tranquilo en el salón de clase. Y mi madre le dijo que no, que así estaba bien, que me gustaba dibujar y leer, que a ella le gustaba que preguntara de todo y en todas partes. Que de ser así, me preferiría siempre, y no ser callado y sumiso. Así dijo mi madre frente al cuerdo doctor que me quería medicar.

Mi madre murió una noche de frío invierno. Yo tenía 25 años, ella 50. Mi padre había salido al trabajo. Yo estaba solo. Ya despierto  esperé a que amaneciera.Y me levanté como todos los días y fui a la cocina donde ella siempre estaba haciendo atole o calentando agua para hacer café con leche. No la vi. Y fui a su cuarto. Y al verla la creí dormida Traté de despertarla. Y no hacía caso. Me di cuenta que no respiraba. Y me acordé en mis lecturas de que había que golpearle el pecho para ver si hacía reaccionar su corazón,y empecé despacito, pero no sucedió nada, siguió igual. Y yo, desesperado, le dí más golpes en el pecho, cada vez mas y más fuertes. Yo estaba muy desesperado. Ya más no supe de mí. Los vecinos dijeron que yo la había matado. Que yo la había golpeado hasta matarla. Y me llevaron a la cárcel. No pude estar ni en su velorio. Todo podía soportar, menos no despedirla en cuerpo presente y acompañarla a la misa de difunto y enterrarla y decir unas palabras. Pero no me lo permitieron. La defensa argumentó que estaba enfermo mental. El juez aceptó con teicencia. Por eso ahora estoy en este sanatorio, dicen que de locos, de enfermos mentales. Yo digo que de cuerdos.

Sí,  de cuerdos. Aquí estamos todos tranquilos, sin prisas ni envidias. Sin pleitos, sin querer tener en posesión algo, solo soñando en lo que somos: emperadores de nuestra propia vida, napoleones que dirigen la guerra contra el odio, reyes de la alegría, capitanes del barco que llamamos universo. Los locos andan por allá, haciendo desmanes, invadiendo países, administrando la usura de los bancos, desapareciendo mujeres, vendiendo cachorros de perros y droga fuera de la escuela, en los gobiernos peculando y muchas cosas más, que mejor no digo. Y ¿qué creen? Ando muy alegre porque aquí en este sanatorio han abierto un curso de filosofía para enfermos mentales. Y nosotros, ya nos hemos inscrito veinte. Los doctores y las enfermeras se ríen de nosotros, dicen que estamos locos, que por eso entramos allí. Abrieron otros cursos, como el de repostería y bebidas, y de repararaciones de planchas, radios y computadoras. Pero los locos somos más y preferimos el de filosofía. “Si me llaman el loco, por qué el mundo es así, la verdad sí estoy loco, pero loco por ti”.  

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