1

Uno de los géneros literarios es el epistolar. Y son las cartas. Lo evoco con nostalgia porque era una práctica común antes del internet. Y mucho antes de las redes sociales. Ese tiempo, por supuesto, no volverá. Pero es grato recordarlo, porque el escribir cartas era una manera de mover el pensamiento en la búsqueda de las ideas en mensajes que se querían transmitir. Y por tanto, el desarrollo del pensamiento mismo. Y como es algo “retro”, y muchos de los objetos y modas han vuelto a este presente, justo y necesario es recordar para volver el escribir cartas. Como dicen los cubanos: no es fácil. Y tampoco difícil.

 

2

“Yo conocí a una gringa. Era linda de verdad. Le pregunté su nombre: ¿Cómo se llama usted?”  Es una canción que cantaban los Rockin Devil. Y ene fecto. Conocí a los 14 años una muchacha norteamericana. Ella andaba en Matamoros en las actividades de promoción religiosa. Era verano del 1974. Estuvo tres días llegando con su amplio grupo de promotores religiosos a una terraza de mi colonia, la Marys. El caso es que intercambiamos dirección y por año dos años estuvimos escribiéndonos cartas. Yo esperaba con ansia al cartero. Cuando escuchaba que pasaba tenía la esperanza que se detuviera frente a mi casa con su peculiar. Y cada mes aproximadamente se detenía. Y dejaba la carta que venía de Baton Rouge, Louisiana. Ya para esto yo tenía mi diccionario de inglés que me ayudaba a develar los mensajes. “Dear, Antonio”. Así empezaba.

 

3

Lo platicaba con una amiga de Matamoros. Vivimos tiempo de prisas. Ahora con “mail” y más con el watsap se escriben mensajes rápidos, como un café instantáneo. Y llegan al destinatario en el mismo instante que se envían. Dice un amigo que vive en Canadá, nos escribimos a veces como un pin pon, en referencia que sentimos la necesidad de contestar de inmediato. Y quizá a eso se deba que abandonamos el escribir la carta en hoja de papel. E íbamos a la oficina de correos a pedir nuestra estampilla para vía terrestre o aérea. Y luego depositarla en el buzón.

 

4

La oficina de correos existe aún. Los carteros ahora andan en motocicleta, no en bicicleta. La maleta de la correspondencia sigue siendo la misma. Solo que ahora solo distribuyen cartas de los bancos y del comercio, en las que nos anuncian de ofertas de temporada o nos avisan de las deudas.

 

5. Mi padre y madre eran muy afectos en mandar cartas, aunque no sabían leer ni escribir. Se las dictaban a mis hermanos mayores. No corregían. Iban dictando como iban pensando, y recuerdo que tenían una lógica impecable. Además de gracia para lo que iban diciendo. “Te cuento que ya nació el hijo de…” “Estaba enfermo el tío Nacho, pero ya está mejor. Lo vi el domingo en la iglesia” “Espero “venir” este próximo diciembre a visitarlos como el año pasado”. Aquí yo les interrumpía para decirles que no era “venir”, sino ir. Y se armaba la discusión. Venir porque la están leyendo en San Felipe, argumentaba mi papá. Es ir porque se está dictando y escribiendo aquí, decía yo a mis ocho o nueve años. Finalmente ellos se imponían. 

6

 Yo he sido de los cursis que escriben cartas. Y más cursi aún de los que han lanzado cartas al mar. He tenido la oportunidad de navegar mar adentro en barcos pesqueros. Digo lo anterior porque si la tira uno desde la playa, lo más seguro es que las olas las dejen en la misma área. Y lo he hecho con la esperanza que alguien en otra playa lejana la encuentre y la lea. Y que se de la extraña y rara coincidencia que la reciba a quien va destinada. O hijo o nieto de a quien estaba destinada. Suele rara vez suceder. Pero lo que sucede en la literatura también es realidad. La realidad de lo que se sueña y anhela.

 

7

Si para mi escuchar el dictado de cartas de mis padres era maravilloso y lo es ahora recordarlo, como de película, es también maravilloso leer cartas de escritores (las epístolas de escritores). Sobretodo porquees su especialidad el escribir. Entonces despliegan sus habilidades de comunicación para platicar y hacer comentarios por escrito de uno a uno. Preciosas son sus cartas amorosas. Pero también de la amistad. Aunque con los escritores siempre está la trampa filial de que ellos sabían que la posteridad las iban a leer. Entonces intencionalmente le ponían un poco más de intencionalidad en el estilo.

 

8

Libros famosos de cartas son Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos escrita en 1782; Cartas a un joven poeta, de Rainer María Rilke (entre 1903 y 1906, dirigidas por el autor para Franz Xaver Kapuss; Cartas marruecas de José de Cadalso; Cartas persas, de Montesquieu; Desde mi celda del romántico Bécquer; Cartas desde Dinamarca, de Isak Dinisen; Cartas escogidas, de William Faulkner; Cartas, de la poeta Emily Dickinson; cartas del verano de 1926 de Marina Tsvietaieva, Boris Pasternak y Rainer Mariá Rolke; Querido Diego, te abraza Quiela, de Elena Poniatowska, cartas de Angelina Beloff a Diego Rivera; Cartas a su madre, de Antoine De Saint-Exupery(sí, el autor de  El Principito). Y muchos libros más de cartas. De México las escritas por Don Alfonso Reyes, y las del libro Los amorosos: Cartas de Jaime Sabines Chepita.

 

9

Uno de los libros de cartas que se convirtió en uno de mis favoritos es el de William Saroyan, escritor de origen armenio nacido en Fresno, California EE. UU. El libro se llama  Cartas desde la Rue Taitbout. En este epistolario escribe Cartas a Dios, a una profesora de primaria, a un viejo vendedor de periódicos, a un tío que le influyó mucho, etc, en los que evoca y da a conocer su vida de niño y adolescente y de las viciscitudes por las que pasó para sobrevivir y convertirse en lo que fue un excelente escritor.


10

Querido amigo:

El otro día dieron la noticia de que habías muerto, en tu casa de California. Dijeron que al saber que tenías una enfermedad incurable, llamaste a tu editor para preguntarle, “y ahora, ¿qué?”. Parece que te estoy oyendo, porque eso es la vida: para cuando te quieres dar cuenta, estás preguntando y ahora, ¿qué? Toda muerte trae consigo esa eterna pregunta...

PUBLICIDAD
Ads by TeadEntonces pensé en el enfelizado momento de poder volverme a ayer; y me fui a tus libros. Ahora estoy sentado al borde de tus labios, escuchando cuanto dices. Te aseguro que al leerte es como si no hubieras muerto.

De tus muchos libros, incluidos los inolvidables El tigre de Tracy y Mi nombre es Aram, a mí el que me gana, por encima de todos, es el libro que escribiste en París, cuando ya eras un escritor consagrado. Me refiero al titulado Cartas desde la rue Taitbout. Me gusta, porque se adapta a la definición de Franz Kafka: “La forma epistolar implica descubrir una rápida vicisitud de un estado permanente, sin que la rápida vicisitud sufra las consecuencias de su rapidez; implica dar a conocer un estado permanente mediante un grito, y que la permanencia coexista con el grito”.

Sigo. A través de tus cartas he sabido cómo eres. Me interesa todo lo que dices en ellas. En esas cartas aparece tu vida entera: el origen armenio de tu familia, la pobreza de la infancia, tus incontables oficios para poder contribuir al sustento familiar; la calle (la siempre dura y, al mismo tiempo, maravillosa calle), esa universidad de donde salen los mejores escritores; en fin, tu yo entero en esas cartas...

Y es por eso que al reparar en tu juvenil oficio de vendedor de periódicos, he querido escribirte esta carta de despedida, justamente desde un periódico. Es un periódico que está lejos de California; pero las palabras viajan, viajan y se unen a los hombres, y los pueblos.

Claro que también sé que si uno pone aquí fulanito ha muerto, eso no es nada en comparación con la verdad. Tú sabes que no siempre reparamos en las gentes desaparecidas en el entretejido de la ciudad donde vivimos. Gentes cuyos rostros vemos cada día, y en un santiamén dejamos de verlos. Mientras para nosotros es un pequeño borrón en la memoria, esas desapariciones son harto dolorosas para sus familiares. Ellos viven esos días entre la pena infinita y el desgarro interior, junto a otras muchas negruras. Las palabras no pueden dar exacta cuenta de lo realmente sentido. Lo que se siente va más allá del contenido de las palabras. Cada muerte es absurda e incomprensible…

Todo este parlamento para decirte que algunos tipos como tú no deberían morir nunca, como es una lástima que las raíces de los mejores hombres no puedan ser traspasables…

Nos conformaremos con seguir escuchando el rico manantial de tu voz inconfundible.

Agradecido por todo lo que nos has dado, recibe la cordialidad inmensa de un abrazo, con un último ruego, tomado de ti mismo: “No vayas; pero si tienes que ir, saluda a todo el mundo”.

[William Saroyan nació en 1908 y murió el 18 de mayo de 1981.] 

Comentarios

Entradas populares de este blog

lecturas 20. Poemas de Carlos Pellicer Cámara

Rigo Tovar y Chico Ché

Max in memoriam