Las paletas de Don Topacio y otros pregones

 Las paletas de Don Topacio y demás pregones

 

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Ahora con las clases a distancia, se han dado los casos singulares de que en las transmisiones se escuchen los pregones del barrio de donde está el alumno o el maestro. Está tan emocionado el que está hablando y de pronto se escucha un:  “ el gaasssss!”, con su música de identificación según los lugares del país. El muy conocido “ el panadero con el pan, con la inigualable y por lo tanto inconfundible canción de Tin Tán. En ocasiones el estudiante o el maestro con cierto bochorno, pero a final de cuentas así va la vida, entre las clases y las necesidades de venta. En Tabasco sin duda alguna un pregónque nos identifica es el de “masa, pozoooool!”, que hace referencia al material que se utiliza para hacer la bebida que precisamente se llama pozol, y que es una bebida con orígenes prehispánicos, mezcla de agua, maíz y cacao.

 

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El sábado pasado se escuchó el toque de una campana muy peculiar, la del vendedor de paletas. Y aunque fuera de un vendedor actual, ese sonido me pareció el que he escuchado de veinte años hasta hace unos dos o tres. Por no remontarme al sonido de campana que pasaba por mi casa en Matamoros. Llamé al vendedor y le compré diez paletas, unas de nance, de guanábana, de tamarindo y unas de fresa con picante. Muy sabrosas. El nance es una frutita pequeña, redonda, y el árbol correspondiente es de una altura entre los  cuatro o cinco metros hasta doce . De color amarillo a naranja en su maduración, con fuerte aroma, un poco más pequeño que una aceituna, con un hueso duro y redondo. Se come directamente o se utiliza para hacer dulce curtido, paleta o agua fresca.

El caso es que son muy sabrosas. Ayer volvió a pasar. Lo identifiqué por el mismo sonido (de hace veinteaños, y del sábado). Salí, le compré. Y le pregunté sobre el lugar donde las hacen. De Ocuiltzapotlán (poblado a 17 kilómetros de Villahermosa); “este caririto era de Don Topacio, que murió hace como tres años. Y el dueño era Don Fausto Solís, que falleció el año pasado”.

 

 

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Don Topacio tenía su nombre real: Tarquino. Pero así lo conocían y a él le gustaba su nuevo nombre: Topacio. Era el habitual vendedor que se detenía donde sabía que vivían niños. Y allí se quedaba unos tres minutos, insistiendo con el conocido sonido de campana. Hasta que los niños convencían a sus padres para que les compraran. De tal manera que se convirtió en un personaje popular, esperado cualquier día, y sin lugar a dudas, los sábados y domingos. Le comprábamos entre 10 o 20 paletas. Consumíamos al momento y otras para la semana. Luego desapareció. Y por las redes nos enteramos hace pocos años que había fallecido. Flaco, estatura mediana, ojos achinados, moreno, medio encorvado, y con unos bigotitos arriscados. Su sonrisa era breve y suave. Ahora quizá el que pasa sea su hijo, su sobrino, u otro vendedor que comparte el destino de vender paletas en la temporada de calor en Tabasco, que es de casi diez meses.

 

4.

Una de las canciones que mucho me ha gustado en este sentido es la que identifica al estado de Campeche:

Este es Campeche, señores,/ la tierra del pregonero,/se eleva tal como el sol
y se oye con los luceros.

Las levanta muy temprano/ con sus alegres palmadas/el gordito panadero
de imperial panadería,/el gordito panadero/de imperial panadería.

Pan marchanta, pan caliente,/ saramucha, pan batido/ y hojaldras a tres por veinte,/ pan dulce como los ojos/de la que es patrona mía.

Así pregona las guayas/ el Barrio Santa Lucía:/guayas dulces, guayas frescas,
acabadas de bajar,/quién me las quiere comprar.

Tan negro como su suerte,/ cansado de tanto andar,/así grita el carbonero
que está ya pa' reventar:/¡carbón marchanta, carbón!

Ahí viene el buen viejito/ con su vitrina en la mano,/regalando a los niñitos
un turrón de buen tamaño,/regalando a los niñitosun turrón de buen tamaño.

Ya me voy y no volveré a pasar/ y la niña va a llorar/si no le compra un turrón,/ ya me voy y no volveré a pasar/y la niña va a llorar
si no le compra un turrón.

 


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En Matamoros, precismanete en el callejón donde yo vivía, el 6 de la Treviño Zapata, pasaba todo tipo de vendedores con su pregón. De los que más recuerdo son los dulce de camote, el turrón, menudo (mondongo), el de hierbas medicinales y el de polvorón. Y a excepción de el de hierbas, que mi madre también salía a comprarles, y me llamaba la atención de ver tantas plantas a la venta, y que el vendedor sabía las explicaciones sobre cada una de ellos, remedios para qué eran y la forma de utilizarlos, macerados, en té, etc. Digo a excepción, porque todos los demás me maravillaban porque iba a ser una fiesta cuando mi mamá copraba dulce de turrón o camote. Una verdadera fiesta, aunque no fuera mucho lo que nos tocaba a cada quien, sí era una delicia. Se me hace agua la boca ahora que los recuerdo; con el turrón no tanto, porque era un dulce chicloso que se nos pegaba en los dientes (y oh, las caries); por eso ahora cada vez que tengo oportunidad de estar frente a una venta de dulces de camote y calabaza, los disfruto activando mi memoria de la infancia.

 

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Los pregones son parte distintiva de los barrios. Satisfacen una necesidad doble: la del vendedor, que es su trabajo, y la del comprador. Ambos se complementan. Pero esta mercancía que se lleva por calles y callejones es material. Habrá que reflexionar sobre otros pregones que refieran a satisfacer las necesidades del alma, del crecimiento espiritual. Los que son conocidos, son los de los distintos grupos religiosos. Respetuosamente. Pero sería bueno que las autoridades de cultura buscaran pregonar en los barrios actividades culturales. Porque als actividades se hacen, sin duda. Hay exposiciones, teatro, música, lecturas de obra. Pero ya dentro de un esquema preestablecido. Hay también círculos de lectura, talleres literarios. Además se suma lo que hacen muy bien los grupos independientes. Hay que seguir empujando la piedra cuesta arriba, como en el mito de Sisifo, que por castigo debe subir una piedra por una cuesta, y cuando llega a lo alto, la piedra baja de nuevo, y de nuevo hay que subirla. Así por los siglos de los siglos.

 

Y hay muchas canciones con referencias a vendedores. Otras, aprte de la de El pregonero de Campeche, es la del Lamento borincano: 

“Y alegre el jibarito va/ pensando así, diciendo así,/ cantando así por el camino:/ "Si vendo toda carga mi Dios querido,/ un traje a mi viejita voy a comprar/…

Pasa la mañana entera/ sin que nadie quiera su carga comprar/ ay, su carga comprar/

Todo, todo está desierto,/ el pueblo está muerto de necesidad, ay, de necesidad…”

Y la de El vendedor, cantada por el grupo español Mocedades:

En la plaza vacía/ nada vendía el vendedor;/ y aunque nadie compraba
no se apagaba/ nunca su voz…
Voy a poner un mercado/ entre tantos mercaderes/ para vender esperanzas/ y comprar amaneceres. 

Para vender un día/ la melodía que haré al andar/el agua de ese río
que es como un grito/ de libertad. 

¿Quién quiere vender conmigo/ la paz de un niño durmiendo,
la tarde sobre mi madre/ y el tiempo en que estoy queriendo? 

Voy a ofrecer por el aire/ las alas que no han volado,/y los labios que recuerdan/la boca que no han besado. 

Alza cada mañana/ esa campana/de tu canción,
pregonero que llevas/ mil cosas nuevas/en tu pregón
mil cosas nuevas en tu pregón. 

Vendo en una cesta el agua/ y la nieve en una hoguera/y la sombra de tu pelo/ cuando inclinas la cabeza.

 

 

 

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Cuando oigas un pregón, recuerda que allí va el alma del pueblo. Cuando veas a un vendedor en la calle, recuerda que es el pueblo en su conjunto el que está ofreciendo una mercancía. De eso se trata, de sensibilizarnos, de buscar la empatía. Y no, no sueño que haya pregoneros de textos: “¡Poemaaaas!, cuentos”. “¿Le leo un poema, marchanta, un cuento?, ¡ándele, anímese!”  Pero entonces es cuando empieza una historia. Luego la cuento.

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