¿De dónde son los cantantes?

 La música es una piel, pero no del cuerpo, sino del alma. Nos acompaña desde la tierna infancia. O quizá desde el vientre de nuestra madre. Y nos sigue acompañando durante todas nuestras etapas de la vida, como un bálsamo para las inquietudes, dolores y los males, y como elixir en nuestros buenos momentos. El conjunto de esas melodías es lo que llamo nuestro soundrtrack de la película de nuestra vida. 

 

Cuando se mete el recuerdo hondo en nuestra vida, sea una tarde de lluvia y pan, o esos días luminosos o de borrasca, nos metemos a recorrer partes de nuestra vida, y asimismo van desfilando una a una, las canciones que nos acompañaron en esa época. Un suspiro, una lágrima, una sonrisa o un dolor en el pecho, dan cuenta de ello. Sorbemos lento la copa de vino, el café o el té. Y van desfilando las notas musicales.

Si tenemos un viejo reproductor de discos, ese que hace un movimiento giratorio para hacer sonar la melodía con la fricción de una aguja y el acetato, entonces podemos recrear casi una escena de película. Una parte del gion tendrá especificada esa escena. Y un artista de la lente estará buscando los ángulos que permitan captar la nostalgia a plenitud.

Pero los reproductores modernos están en todas partes ahora, y son minúsculos en el caso de la usb, o sin cuerpo físico visible en la computadora, solo con imágenes de una plataforma, o directamente en youtube. Y allí sí el universo de la música.

En los primeros meses de nuestra (la de los maestros) llegada a Tabasco, e imagino que a cualquier estado, uno de los aditamentos que nos acompañaba era una “grabadora” que era precisamente radiograbadora de casset. Entre más grande era más impactante. A diario, pero especialmente los fines de semana, nos alegraba con su reproducción entre primitiva y moderna con la música de nuestros afectos para cada momento. Al principio música tradicional de nuestros pueblos. A la mitad música romántica. Y al final música de corridos. La nostalgia a flor de piel. Se nos erizaba la piel, o como dicen se ponía la carne de gallina con algunas canciones o específicamente con algunos versos.

Yo a los 20 años ya escuchaba a Joan Manuel Serrat y Pablo Milanés. Pero no por eso dejaba de cantar las canciones de mi pueblo. En la rondalla de la Normal interpretábamos canciones de la rondalla de Saltillo. Y empezamos a escuchar las de Chico Ché y Los Bárbaros. Yo tenía mi cancionero de los Beatles, que por algún motivo me lo rompían mis compañeros. Y yo sin inmutarme me compraba otro. “Hey Jude, dont make is bad. Take a sad song,…etc.”

Hay tres canciones distintivas con las que yo llegué a Tabasco. Cristo de Palacagüina, de Carlos Mejía Godoy;  Mi árbol y yo, de Alberto Cortez; y Señora de Juan Fernández, de Facundo Cabral. Claro, me sabía otras, como Usted, Amor perdido, etc. Pero con esas tres me fui identificando con mis compañeros maestros en la bohemis. Porque luego que las escucharon por primera vez, en las siguientes tardes de convivio me las pedían.

Pero se me ocurrió la idea de aprenderme algunas de Tabasco, una de ellas fue Mercado de Villahermosa, que ninguno de los maestros tabasqueños que convivía con nosotros se la sabía. Y se quedaban extrañados que el tamaulipeco sí. Y ya entrados en alegría y nostalgia yo cantaba El Cuerudo tamaulipeco, que es como un himno para los de esa entidad, y Ella, Caminos de Guanajuato, clásicas de Don José Alfredo Jiménez.

Este mes sin duda alguna es un deber aprendernos y cantar Luna de octubre, de Don José Angel Michel, jaliscience. Sobretodo quienes somos llamados lunáticos. Aunque los que nacimos en noviembre  vemos la luna llena casi igual o hasta mejor en su esplendor. Pero esta no ha tenido al compositor que le corresponde. Y una de las mejores mientras tanto y por años es la canción que le canta a la de octubre. 

Ahora con las plataformas de música (que raro suena decirlo de este modo) uno se puede dar el lujo de escoger entre millones de canciones y miles de artistas o grupos. Antier por alguna razón busqué y encontré a Carlos Mejía Godoy, sí, el cantautor de Cristo de Palacagüina. Me puse nostálgico no solo por esa canción, sino por muchas otras que escribió y canta: Clodomiro El Ñajo; Son tus perjúmenes, mujer; Himno a Carlos Fonseca (curiosamente compuesto por Daniel Ortega -tema para mí por escribir); Quincho Barrilete (con la que compitió y ganó el Festival OTI en 1977, siendo el intérprete Eduardo Guayo González).

 He soñado despierto con mi funeral, aunque no hay que apresurarse, que salvado el Covid de premura cremación sin velorio, quisiera que pusieran unas bocinas que reprodujeran durante las 24 horas del velorio con horas música intercambiando en un mix a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Luis Eduardo Auté, Los Panchos, Marco Antonio Vázquez y Muñiz, el susodicho Carlos Mejía, Alberto Cortez, Manolo Muñoz y tantos otros. Y entre las canciones específicas las tres que he comentado anteriormente, más el Cuerudo tamaulipeco, Mi Matamoros querido y Viva matamoros, Vamos a Tabasco y Luna de octubre. 

Ahora que reabrieron la radio indígena Xeenac de Nacajuca, o radio chontal, recuerdo que la escuchaba en esas grabadoras modernísimas de 1980, con una programación musical suculenta. Se escuchaba música tradicional de los estados, música latinoamericana y de la Nueva trova cubana. También a veces en ese mismo aparato de radio lográbamos sintonizar estaciones de Cuba, y nos deleitábamos con la vieja trova Ibrahim Ferrer, Omara Portuondo (la verdaderamente diva, y vigente aún hoy), el Trío Matamoros “Mamá yo quiero saber, de dónde son los cantantes, que los quiero conocer… 

Comentarios

Entradas populares de este blog

lecturas 20. Poemas de Carlos Pellicer Cámara

Rigo Tovar y Chico Ché

Max in memoriam