Queremos tanto a Óscar Eligio, "El Feroz", "Pluma"

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Como un suspiro se va la vida. Nos asomamos al pasado y se nos hace que se fue muy rápido. Así sean veinte o sesenta años. De joven, inmortales, no lo percibimos. Pero así es. No hay manera de asir el tiempo. Y entonces un buen día nos tocan la marcha de retirada, y nos vamos a apacentar sueños y ovejas entre las nubes. O un poco más allá.

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Ayer, luego de un trámite, aproveché la salida para irme a tomar un café en La Cabaña, de las Américas (Villahermosa). Y mientras me servían mi café negro y pan de sal, me entretuve revisando el teléfono.  A veces quedan mensajes sin ver. Y efectivamente, en uno de ellos, de los grupos que vamos formando, leo que Óscar está grave, ya varios días en el hospital. Trombosis, leí. 

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Óscar Eligio Villanueva Gutiérrez fue hasta el último instante un fuera de serie (qué difícil es escribir esto en pasado). De los que leen y escriben. De los que sonríen con razón. De los que caminan con gallardía aún en la derrota. De los que gozan el triunfo pero no a costa de la humillación de los que pierden. De los que generosos caminan por la vida repartiendo libros, palabras de aliento. De los que organizan. De los que les da igual ir al frente o atrás en las manifestaciones. De los que se desprenden de algo para aliviar a quien precisamente ese algo les falta.

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Ayer apenas me enteré de la estocada de la trombosis, y sé que es un coágulo que se forma en el torrente sanguíneo, y se aloja en alguna parte. Solo que esa vía no puede seguir llevando ya oxígeno a donde corresponde y se requiere. Pero a Óscar lo diagnosticaron con cáncer, meses antes, mayo quizá. Y del fulminante, que en pocas semanas le fue minando el cuerpo. Mientras, su cerebro seguía al mil, con ideas más ideas, como siempre, como desde que lo conozco, desde que lo conocí.

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Estudiamos para maestros de primaria en la Normal Mainero, generación 1975-1979. Y él fue el más brillante no solo de esa generación, y no solo de la Normal, sino en general de la generación de quienes nacimos a finales de los 50s y principios de los 60s del siglo pasado en la frontera noreste. Fue no solo lector asiduo y consuetudinario, sino analítico y reflexivo. Sabía polemizar en el mejor sentido de la palabra. Era orador y declamador. Era generador de ambientes de estudio. En el balance generaba más simpatías que antipatías. Y estas últimas seguramente eran por esas envidias tontas de quienes se sienten mal por el brillo de los otros, como en la fábula del sapo y la luciérnaga. 

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A principios de julio, a través de Rocío, se le dijo que lo queríamos visitar y aceptó gustoso. Fuimos ocho. La charla fue de familia, como lo somos. No indagué, pero de los que fuimos quizá yo era el que tenía más años de no verlo. Recuerdo un encuentro venturoso y breve en Matamoros, caminando por una calle terragosa de la colonia Treviño, 1984. También estábamos juntos un diciembre cuando le diagnosticaron cáncer a la mamá de otro amigo. Recuerdo que al despedirnos le dijo "Feliz Navidad", y en nuestros códigos sabíamos que estaba diciendo "qué Navidad más cabrona y triste vas a pasar".  

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Luego me iba enterando de sus estudios de Filosofía y Letras. De sus asesorías educativas a nivel estatal en Tamaulipas. De su publicación de libro pedagógico con la prestigiosa Editorial Porrúa. De su docencia y Dirección en la Normal de Nuevo León. Y de la Dirección en la Universidad Pedagógica Nacional de Nuevo León, responsabilidad a donde lo encontró el desafío del cáncer, y ahora la traicionera muerte. Eso es de lo que supe. Seguramente hay mucho pero mucho más en su curriculum, por esa inteligencia de fuego muy vivaz, y siempre utilizada en las mejores causas.

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Con su inteligencia en llamas permanente, generadora de ideas, Óscar pudo haberse dedicado a vender sus ideas al mejor postor y hacer fortuna económica. No lo hizo. Su ruta la fue trazando a la par que sus lecturas que lo llevaron a una lucidez gigantesca. Fuw congruwnte entre el pensar, decir y el hacer. Para decirlo de esta manera: vivía en la justa medianía. La que hace lucir al hombre que descubrió pronto la importancia del vivir en la reflexión permanente, como un verdadero ser humano. La ética y la estética como brújula. La filosofía como alas para sortear el vértigo de la vida.

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No abundo sobre la reunión que tuvimos esa tarde de principios de julio. No hoy. Solo que nosotros constatamos que su lucidez seguía siendo superlativa. Nos habló entusiasta, no sin dificultad, sobre la amistad, la vida, sus amados hijo e hija, sobre cada uno de nosotros. Me preguntó "y tú qué haces, Toño?" "Jubilado y escribo de 7 a 10 de la mañana. Y leo". Le dije. Me sorprendía y causaba gusto por saber lo que estábamos haciendo ahora, en estos años. Y no se conformó con mi respuesta. Interesado siguió: "¿Y qué escribes?". Debí decirle que escribía arrebatos, tonteras, cursilerías. Y no. Le dije: "poemas en prosa y artículos diarios con temas de lo cotidiano". 

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Todos nos despedimos con sentimientos encontrados. Alegría por verlo, por escucharlo, porque nos hizo reír. Porque nos dio una breve conferencia sobre la revolución rusa. Por verlo en su ambiente vital de la reflexión, ideas, palabras, proyectos. Y la tristeza de ver los estragos que el maldito cáncer estaba haciendo con él. Y con la esperanza de que se recuperara con los tratamientos. Pero siempre hay un límite a donde llega la vida. A donde la amistad continúa leal, ahora con la memoria. Nos despedimos con un hasta siempre, con los pies en la tierra, sabiendo, sin decirlo entre los que fuimos, que podría ser la despedida final, a como lamentablemente ayer recibimos la noticia que lo fue.

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Le recordé que en 1981 me había regalado dos libros. Sonrió. Y sacó el dato de su supermemoria: "sí, Trostsky, El poeta armado y El profeta desarmado, de la trilogía de Isaac Deustcher; es lo mejor que se ha escrito sobre él", dijo sonriendo y sin vacilación. ¿Cómo no quererlo? ¿Cómo no admirarlo? "Sigue escribiendo, nunca dejes de escribir", me recomendó. Y para dejarme una tarea difícil, agregó: "Escribe una novela, en la que los personajes sean bondadosos", de eso sabes mucho.

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Ayer al enterarme de su fallecimiento:

Descansa en paz,  Óscar Eligio*


Nada reclamamos porque nada ha sido nuestro

El yo y lo nuestro siempre fue falacia

Al fin de cuentas somos solamente 

la conciencia de que nada somos.

Si apenas soplo, carne en ruta al polvo

Nada reclamemos. Nada en el fin nos llevaremos

Ni los recuerdos que se adhieran fácil al olvido

Ni los besos que fueron miel y circunstancia.

Todo irá a mezclarse nuevamente 

para volver en un retorno previsto

en este circular proceso de la vida.

Y serán otros con otros nombres

sin la memoria de su origen de eslabón

Y empezará la continuidad del sueño

en utopías que nos mueven 

Imposibles que le dan sentido cabal

a nuestra vida. He dicho nuestra.

No lo es.

*Hoy, en la ciudad de Monterrey, donde radicaba,  a las 4:15 de la tarde falleció el amigo normalista y egresado de Filosofía y Letras, Óscar Eligio Villanueva Gutierrez. Siendo nuestro compañero de generación, fue a la vez nuestro líder, guía, fraterno, solidario y generoso. Fue la mente más brillante de nuestra generación. De los imprescindibles, de los que luchan toda la vida. Vive en nosotros, en la memoria, alma y corazón de todos los que lo conocimos y tratamos. Deja una huella poderosa en sus amigos, en sus compañeros y en sus alumnos. Ni qué decir en su familia. Abrazo su alma generosa e inmortal.


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Abrazo tu alma, Óscar Eligio Villanueva Gutiérrez, a "El Feroz". Y a quien yo sin decirle a nadie, al leer los libros que me regalo en 1982, lo nombré "Pluma", a como le decían a Trostky, porque me lo imaginé igualito de activo, agitando conciencias dormidas, en lo frenético de los acontecimientos normalistas. Descansa en paz, querido Óscar.



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