In memoriam de Sergio Hugo Torres García, El Pato

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Esa noche era ensayo de rondalla. Y había un compañero de grupo que me tenía coraje y anunció que me iba a golpear con sus amigos de otros grupos. Yo me fui al ensayo que realizábamos entusiasmados y románticos a la salida de clases, cuyo horario era de 3 a 9 de la noche. Ya estábamos en la primera melodía cuando al final de la misma me hace señas "Sergio, El Pato", para que saliera, y me dice:  "Víctor anda diciendo que hoy te va a esperar para golpearte, mejor vente con nosotros y te acompañamos hasta donde agarres el camión para tu casa". Entonces, como me sabía el dicho: "es mejor que digan aquí corrió, que aquí murió", me despedí de mis amigos de la rondalla, aduje necesidad de imperiosa urgencia, salí, y así le hicimos. Y me salvé de la golpiza gracias a Sergio Hugo Torres García, a quien cariñosamente le decíamos El Pato.  

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Anoche me fui a dormir con la lamentable noticia confirmada de su fallecimiento en la ciudad de Reynosa, donde vivía. Me enteré casualmente por las redes, específicamente en páginas de un primo de él, donde se despide, y pone una foto de Sergio niño. Y asimismo del muro de una de sus hijas que radica en Estados Unidos. De allí esperé a que no fuera cierto, que se refirieron a otro Hugo o Sergio, hasta que confronté dichos mensajes, y al ver las fotografías, me di cuenta que no había duda, que había muerto uno de mis compañeros del grupo C, generación 75-79, de la Escuela Normal J. Guadalupe Mainero, de Matamoros, Tamaulipas.

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Me lo confirmó su hermana Argelia, de mi cariño y aprecio al igual que sus otras hermanas. "Así es, murió mi hermanito Sergio hoy en la tarde". Entonces no había vuelta atrás. Eran en referencia a él  el hilo de la información, de los mensajes de dolor de su primo e hija. Y de allí me puse a recordar varios pasajes que vivimos juntos en esos años de crecimiento personal, que fueron nuestros cuatro años en la Normal donde egresamos como maestros de escuela primaria, y luego años después

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Hasta antes de las palabras de Argelia, por el cariño que se les tiene a los Torres García, tenía la esperanza que me dijera: "No Toño, apreciado amigo, estás equivocado, mi hermanito no ha fallecido. Está vivito y coleando", a como decimos. Pero no fue así, esperaba esa negativa, aún que yo hubiera publicado mi pésame a ellas por el fallecimiento de uno de mis amigos de escuela más solidarios y alegre. 

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Teníamos nuestro lugar de reunión: el "departamento" en cuartería que rentaban Trine y Jacinto Villela. Allí por las mañanas nos reuníamos a hacer tarea. Y los fines de semana a escuchar música y tomarnos alguna cerveza cuando teníamos algo de dinero, que era muy ocasionalmente. Y digo los fines de semana cuando ellos no viajaban a sus lugares de origen. Los Villela a Río Bravo y Sergio Hugo a Reynosa.

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No recuerdo el año, pero quizá por el 2014, en los 35 años que cumplíamos de egresados, me preguntó por teléfono Sergio si iba a ir a la reunión en Matamoros, y a mi respuesta positiva, me dijo: "vente un día antes, y compra el vuelo a Reynosa, y voy por ti al aeropuerto, y te quedas en mi casa. Ya al día siguiente nos vamos a Matamoros". Y así le hice. Llegué al aeropuerto de Reynosa y allí estaba él, El Pato, junto con Trini Villela, luego de varios años de no vernos, si 20 o 30, no recuerdo. Y nos dimos un abrazo a como corresponde. De allí nos fuimos a su casa, donde tiene una palapa familiar para fiestas, y celebramos el volver vernos con unas carnitas y un six. Allí me quedé esa noche, con la hospitalidad y camaradería que les es propia a los Torres García. Y al día siguiente pasamos a Río Bravo por los Villela, y nos fuimos a Matamoros escuchando corridos de los pistoleros famosos, y recordando nuestras andanzas norteñas. 

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Siendo normalistas, los 14 de febrero, día de los novios, los 10 de mayo, día de las madres y los 15 de mayo, de los maestros, Sergio nos acompañaba a dar serenata. Siempre con la alegría y ánimo, y al terminar nuestras serenatas en Matamoros, nos íbamos a Reynosa en la madrugada a darle serenata a una o dos personas que él quería (su madre había fallecido muchos años antes).

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En Tabasco Sergio Hugo trabajó un año. Quizá por Balancán o Tenosique. Mi memoria ya falla. Pero lo suficiente para hacer amigos. de tal manera que sobretodo en los primeros años de que regresó a su Reynosa querida, hizo algunos viajes a Tabasco. En ese año 1980 que andaba trabajando por acá hicimos el viaje de Matamoros a Tabasco en un Mustang Mach II, que yo le había comprado a Héctor Ledezma, un vecino mío. Y en esa ocasión viajamos los Villela, Sergio y yo. Este que escribe apenas sabía manejar cuando mucho a 50 kilómetros por hora, sobre todo en rectas, y acordémonos que en esos años de principios de los años 80, las carreteras eran solo de dos carriles, el de ida y vuelta y peor en las curvas. Así que me dejaron manejar unos cuantos minutos en el tramo de Matamoros-Tampico, y de allí ellos ya no lo soltaron: "Si solo manejas tú, vamos a llegar n una semana", dijo Sergio. Y era verdad.

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Sergio formó parte de los locos que nos fuimos en "raid" de Matamoros a la Ciudad de México; y de regreso agarramos el camino largo de México-Veracruz-Tampico. En un tramo rumbo de ese viaje íbamos Sergio, Lupe Paz, Jacinto y yo arriba de las naranjas en una camioneta de tres toneladas; Trini con el chofer en la cabina. Y en un tramo de curvas, que íbamos comiendo naranjas, nos dimos cuenta que de pronto, luego de una curva, en contra venía un autobús de pasaje, y la camioneta donde íbamos, estaba rebasando casi al llegar a esa curva. De tal manera que ambos choferes pararon quedando de frente separados apenas unos ¡cinco centímetros! Las llantas en su fricción con el asfalto soltaron mucho humo. Y nosotros vimos la muerte de cerca, que sin creer en Dios, un servidor, todos pedimos el milagro de no chocar.

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Pasamos esa apenas por cinco centímetros. Fuimos a la playa de Ciudad Madero a quemarnos un poco y comer mariscos. En las noches caminábamos por las tranquilas calles de esa ciudad de Tampico con las manos en los bolsillos, platicando y componiendo el mundo. Y luego para ganar dinero nos íbamos a tocar corridos en las cantinas de la zona roja de esa populosa ciudad. Yo tocaba la guitarra y cantaba, Jacinto hacía la segunda. Trine hablaba de mesa en mesa, les decía que éramos estudiantes y etcétera, y ya nos contrataban y a veces nos invitaban lo mismo una cerveza solamente " porque son estudiantes".  Sergio era nuestro tesorero y ya en medianoche en el hotel nos rendía cuentas. Luego pasamos a Ciudad Victoria, a donde pasamos a visitar a su abuelita. Y lo mismo cantamos en los camiones. Ya teníamos cada quien nuestra comisión: el del verbo era Trini. El tesorero, Sergio. Y El gordo y yo a cantar, todos desafinados, pero alegres, aventureros, entusiastas, conociendo el mundo. 

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Nos hablábamos de vez en cuando por teléfono. Nos saludábamos. Y me platicaba de las actividades de Morena en Reynosa. Intercambiábamos opinión. Fue él el que me dio la noticia del fallecimiento de Jacinto Villela, El Gordo, un sábado o viernes de mañana. "Ha muerto El Gordo, Toño. Ya empezamos a irnos de uno en uno los amigos", me dijo, apesadumbrado. Y me quedé helado sabiendo que efectivamente el destino de los seres vivos es la muerte. En junio pasado estuve de paso en Reynosa. Debí de hablarle para saludarlo y de ser posible vernos, y reír como siempre. No lo hice. Así es la vida.

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A su esposa e hijos, a Eva Martha, a Argelia,  a Alma Iliana, a sus nietos, sus familiares y amigos, mi sentido pésame. Y sea este texto mi modesto homenaje a Sergio Hugo Torres García, amigo del alma, a quien le llamábamos de sobrenombre El Pato.


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