A donde vayas "que haya siempre flores en tu camino"

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Leo por placer, por gusto, por curiosidad, por volar y por soñar. Por aprender a leer y luego adquirir a buen precio y aprecio el hábito de la lectura, he viajado sin gastar y he conocido muchas situaciones del pasado, que me permiten comprender el presente y visorar el futuro, a veces con esperanza, a veces con anhelada espera de que todo sea mejor.

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La mamá mira al niño llorar mientras lee. Y ese llanto le provoca hipo y tristeza. "Por qué lloras, si todo lo que estás leyendo es ficción, producto de la imaginación del autor, no es la realidad, ni lo fue". Y el niño entre sollozos le responde: "ya lo sé, pero lo que yo siento es real".

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Con las primeras lecturas de primaria conocí poemas de Esproceda, de Béquer, de Martí. Fragmentos de Alfonso Reyes, de Carlos Fuentes, Arreola, Rulfo. Y me iba dando cuenta que la palabra es utilidad y gozo. Y poco a poco me fui aficionando a su sonido, ritmo, galanura, armonía. Cómo unas junto con otras representan imágenes que jamás me imaginé que podrían crearse.

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Mención aparte y central en nuestra formación, fue escuchar arrobados e impresionados a los declamadores tanto en la secundaria, como en la escuela Normal. Su memoria prodigiosa. Sus habilidades histriónicas. Su voluntad férrea de ser los mejores. Y lograrlo. Admirables. En la secundaria, Víctor Orduña y Toño Rocha. En la Normal donde estudiamos para maestros, Gloria Luz Rodríguez, Joe Zúñiga Castillo, entre otros. Fue con ellos con quienes escuché, y qué bien que lo hacían, poemas de Leon Felipe, "No me contéis más cuentos", de Rubén Darío "Los Motivos del lobo", de Federico García Lorca La casada infiel", y de otros autores "La chacha Micaila", "¿Por qué me quité del vicio", que fueron como nuestros maestros, los declamadores, y nos dieron lección de disciplina, templanza, teatro, memorización y sobre todo: la condición del ser humano en sus distintos modos a como lo enfocaron los autores en su obra. Pasión y vida.

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Fue con las lecturas donde conocí sobre guerras, grandes matanzas por ambiciones políticas y de expansión territorial, donde el individuo no cuenta, sino imperar sobre los otros, haciendo correr ríos de sangre, dejando familias sin padre ni hermanos, muchos mutilados, y llenos de cruces los panteones, llanto  de sangre.

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Y también leí sobre lo contrario, la emoción de los romances, amores rdículos en circunstancias difíciles, que a veces, salían victoriosos, y a veces no tenían final feliz, sino lágrimas por las separaciones, tercia de relaciones, y toda las variantes que se pueden dar en las relaciones humanas. Mucho corazón, besos, abrazos, anhelos por vidas juntos, pleitos, celos, etc.

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Entre las grandes desgracias humanas que leí, y en especial la que tengo bien grabada, es sobre las grandes purgas sovieticas de medidos y finales de los años treinta, con el poderoso y sanguinario Joseph Stalin, quien enfermo de poder, y envidioso de la claridad, carisma e inteligencia de Leon Trotsky, ordenó matar a todo lo que estuviera relacionado con ese personaje, a quien desterró y finalmente logra mandar su muerte, acaecida en Coyoacán, México, en los tiempos de Lázaro Cárdenas. Fueron varias decenas de millones de asesinados soviéticos por ese afán de borrar esa forma de pensar trostkista que caló hondo en las distintas sociedades que conformaban la URSS. 

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Ahora que me estoy informando sobre la situación de Afganistan, y ando por allá mediante las alas de la lectura, a veces me entero de situaciones a favor o en contra, cuando la invasión soviética, o con el  gobierno de los talibanes, o cuando la invasión norteamericana, pero estos libros con los que inicié, refieren el día a día de los civiles, hombre y la mujer, afganos. Y los relatos en ocasiones son tan terroríficos ante la tanta sangre derramada, las humillaciones, las torturas, las lapidaciones públicas, la burka, y todo ello con los talibanes, y sin los talibanes. Agravadas, sí, con ellos, por ser ultraconservadores, pero coinciden con cierto sector de la población que asimismo coincide con ellos. Y sí, entra humo en los ojos. Me estoy documentando para escribir sobre el tema, desde la perspectiva de un lector despistado, que lo soy. 

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Lo que se conoce de manera general sobre lo que sucede en ese lejano país (tanto geográfico, como en costumbres y en general cultura), es con base a las noticias que de manera interesada y sesgada crean y difunden las agencias informativas y los medios de Estados Unidos. En ocasiones coinciden con la crueldad arraigada con los grupos poblacionales ultraconservadores de Afganistán. Y en ocasiones solo acomodan tales hechos a los talibanes, quienes se han hecho del poder nuevamente luego de la salida de las tropas estadounidenses.

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El libro que estoy leyendo ahora es: "Afganistán, La vida más allá de la batalla", del periodista Antonio Pampliega. Ya haré una sinopsis del libro, y sobretodo de hechos que impactan, y hacen que el corazón se nos apachurre. No porque esa sea la intención, sino porque mucho de lo que sucede, va más allá de los límites, y coincide tanto Pampliega, como la médico ginecóloga del libro "100 días en Kabul", en que parece que el tiempo allí se detuvo en la Edad Media.

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En fin, que dicen que lo bueno de no leer es que no te enteras lo que pasa más allá de la casa y barrio, y quizá esa sea una forma de la felicidad. Pero sin me dan a escoger, prefiero la información y la ficción, que habla sobre las debilidades del ser humano, sus contradicciones, y sus afanes heroicos por perseguir la utopía en el paso obligado de la vida, que poco a poco se acerca, como destino, a la muerte.

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Mientras tanto, a disfrutar serenos y animosos, la vida, esta, la del presente, sin dañar a otros, o mas bien, en buenas relaciones con los otros. Afortunados de lo que tenemos en este tiempo y en esta geografía donde nos tocó existir. "Y que haya flores siempre en tu camino", es una expresión bella de los afganos. En nuestro camino.


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