Coleccionista de corazones

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Yo sí. No todas las personas son de manías. A mi de pronto me da por coleccionar objetos. Piedritas no. Un tiempo fue de carritos. Y ai me tiene buscando nuevos autos en miniatura. Una vez salieron en los puestos de revista taxis de todo el mundo. Y entonces salió el taxi Driver de Nueva York. Otros de Nueva Delhi, de Pakistán, de Cuba, de Sudáfrica. Y cada uno con sus características especiales que yo los miraba reunidos y me sentía rico, no por lo que valían -por supuesto-, sino por poder tener ese conjunto de imágenes recreadas en miniatura.

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En otro momento fueron relojes de bolsillo. Les llamaban ferrocarrileros, porque en esos tiempos de auge del ferrocarril, se dice que los maquinistas y garroteros tenían uno igualito, que sacaban a la menor provocación. Creo que alcancé a tener unos ocho, con grabados distintos en su cara del frente. Y yo me sentía diferente a los demás mientras muchos de mis compañeros traían relojes chinos de pulsera, y otros, muy pocos los Seiko y Orient, que eran muy comunes, yo salía con mi reloj de bolsillo, y Eda semana traía uno distinto.

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Otros claro, tienen colección de autos de verdad, antiguos o nuevos. Los he visto en grandes estacionamientos. Me maravillan. Pero no es mi idea, y aunque lo fuera. Dar clases en escuela pública o privada no permiten esos detalles costosos. Me basta con lo que yo logro coleccionar. Cosas pequeñas. Imágenes de otros tiempos y otras geografías. Que por allá son lo cotidiano. Y en el caso de los habaneros, los ven todos los días ya sin tanto mérito, en el caso de los autos y en el de los taxis, "almendrones", les llaman.

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Otras fueron las plumas. Lo mismo, de las colecciones que salen en los puestos de revistas. Cada quince días una pluma nueva, de esas que algunos les llaman "pluma fuente", que por dentro llevan un cartucho de tinta, y que se ven muy lindas, y sirven un poco, pero luego andan chorreando, de tal manera que me dejaban en ridículo, sea al escribir, sea al traer la camisa manchada. Pero eso sí, ya sin tinta dentro lucen bien en el bolsillo de la camisa. Luego al autografiar un libro o servilleta donde escribimos algo, y te pide la mesera del café que la firmes, saco una vic del bolsillo del pantalón, de las que "no saben fallar".

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De guitarras llegué a tener diez, entre eléctricas y acústicas. Luego las he ido vendiendo baratas para quedarme con unas tres. Claro son de las económicas. No me alcanza para una Taylor o Takamine. Apenas quizá una Yamaha, cuando mucho. O Ibañez, y hasta allí. Pero bueno, eso de tocar una guitarra un día, al día siguiente otra, como que me da una sensación de alegría y paz. Que realmente no me lo explico. Tengo también una armónica a la que a veces le saco alguna melodía, como "Martinillo, martillo, dónde estás".

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Ya he comentado que en la secundaria aprendí un poco de música (muy poco es verde) que me permite distraer mis malos pensamientos y darles una patada, y logro atraer paz y salud emocional. Pues algo de lo que aprendí en secundaria fue con la mandolina, que es un instrumento de cuerda de cuatro cuerdas dobles para un total de ocho con su afinación sol, re, la mi. Me atrajo este instrumento cuando vi y escuché en la televisión al griego Mikis Teodorakis tocar El baile de Zorba (búsquenlo en YouTube). Al día siguiente se lo comenté a mi maestro de música y me dio prestada una mandolina y me dio las primeras clases, que la primera es hacer vibrar las dobles cuerdas.

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Hace como cuatro años vi una mandolina Fender electroacústica en buen precio. Ni tardo ni perezoso, la compré como autoregalo de cumpleaños o de Reyes. Y ai me tienes afinándola en el carro en los altos del semáforo rumbo a mi casa. Y tan pronto al llegar no me despegué de ella hasta dos horas después ya para dormir. Y la soñé dando yo un concierto también de "Martinillo". No duró mucho el gusto. Como a la semana  amaneció quebrado su brazo. Mi compadre Hilario la llevó a pegar, y cuando me la devolvió, me dijo "no es nada" y agregó que el arreglo estaba "garantizado de por vida". Pero de mandolinas no tengo colección, no se espanten.

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Me maravilla quienes coleccionan en su mente monólogos de teatro, o diálogos de diversos personajes. Lo mismo quienes viajan para tener colecciones de imágenes en su mente de varias partes del mundo y de paso colección de recuerditos, como Antonella. Otros van a diversas playas del país y de otros países y se traen conchitas de mar. Otros coleccionan cuentas en el banco con dinero digital que hacen efectivo en cajeros automáticos. Otros monedas antiguas, de la etapa de la colonia, de los Césares, dólares de plata, monedas del centenario, ranchos, casas, perros, etc.  

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Yo si acaso, aparte de las guitarras y los autos pequeñitos de diez centímetros de largo, tengo una colección pequeña de libros. Entre mis tesoros están los siete libros que publicó la Real Academia de la Lengua española con obras de Cortázar, Borges, Neruda, Cervantes, Rubén Darío, García Márquez, Vargas Llosa y Gabriela Mistral. Vienen con pasta gruesa, con estudios introductorios, prefacios y epílogos. Y mi sueño final es leerlos todos ellos, y con eso me bastaría en la vida. 

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Otros coleccionan recuerdos de corazones, otros miradas alucinantes, otros más, caricias y roces pedernales calcinantes. Yo colecciono canciones, respiros y suspiros.

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