Tengo mi guitarra

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No concibo mi vida sin la música que a diario escucho. Ni tampoco la concibo sin mis intentos por aprender algo de música a diario. Me ayuda en conseguir tranquilidad. Y con la guitarra he hecho guiños que han sido correspondidos solo algunas veces.  Cinco canciones me conocen mis amigos: "Señora de Juan Fernández", de Facundo Cabral; "El Cristo de Palacagüina", de Carlos Mejía Godoy; "Mi árbol y yo", de Alberto Cortez; "Usted es la culpable"; y el muy conocido "Amor perdido, si como dicen que vives dichosa sin mí..."

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Desde que tengo uso de razón tenía muchos deseos de tener una guitarra en propiedad. En la casa había una, quién sabe de quién sería, pero solamente a escondidas rasgueaba sus cuerdas con mucho cuidado. Era cuando estaba solo. Y tenía temor de romper una de sus cuerdas.

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La secundaria donde estudié, la 2 de Matamoros, que estaba a media cuadra de mi casa, tenía muchos instrumentos musicales, entre ellas guitarra. Solo que el profe Puente, el de música, no me asignó guitarra, sino mandolina y violín. Ya había muchachos de tercero que las tocaban, así que a los de primero nos asignaron otros instrumentos. Y yo acariciaba esas guitarra a escondidas.

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Pero sí me permitía el maestro Puente que la tocara cuando no llegaba alguno de sus titulares. Y al ver que acariciaba a escondidas las guitarras, me empezó a enseñar lo básico que son algunos acordes agrupados en círculos armónicos. El de Do, el de Sol, el de La y el de Re. Y ya con esos cuando ponía alguna canción en algunos de esos círculos me mandaba por una guitarra y lo acompañaba, él con el acordeón y yo con mi deseada y curvilínea guitarra. "Si en la noche azul, oyes el eco enamorado de mi voz, escúchalo mi bien que es para ti...". "Luna, que vela, su ventana, no sé si enamorada, de mí, ella está..." "Cariño, que nació de la nada, sin querer se convierte, en sublime obsesión", son tres ejemplos de canciones en círculo armónico: Estos versos de canciones corresponden respectivamente a "Mi plegaria", "Celos de luna" y "Cariño".

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Cuando entré a la Normal, coincidió que también el maestro Puente era el maestro de música y que estaba dándonos clases cuando entró Alberto Ortega a invitar a los alumnos de primero a ingresar a la rondalla. La escuela tenía una super rondalla, semejante en calidad interpretativa a la de Saltillo. Y lo mejor: tenía guitarras que prestaban a los integrantes, como yo, que no tenían. Así que Ortega entró a invitar y el maestro Puente me señaló y dijo: "pues ya aquí tienes uno: "El Borrado" Calvillo será uno, porque sabe tocar guitarra". Yo me sentí soñado y orgulloso y sentí que todos los del grupo voltearon a verme. No nos conocíamos, porque apenas teníamos como tres días de haber entrado. Y así entré a la mejor rondalla del Norte en esos momentos.

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Hijo de dueño de una tortillería, Chuy Rojas, compañero de grupo en la secundaria, tenía una guitarra eléctrica roja. Y yo hice el intento de tener la mía. Fui a la casa Whitman, en Brownsville, tienda que vendía de muchas cosas, entre ellas instrumentos musicales, y tenía el plan de separado, donde das un enganche y vas dando abonos hasta que terminas y te la entregan. No antes, ni por error nunca antes. Seleccioné una, dí el enganche, y quizá uno o dos pagos, y para mi dolor no pude pagarle y perdí lo invertido.

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Pero yo no tenía guitarra propia. La primera que tuve fue ya siendo maestro de escuela. en mi segundo año de estar en Tabasco fui a Mérida en un fin de semana largo, y compré una. Ni tan cara ni tan barata. Punto medio. Yo feliz, feliz, con mi curvilínea guitarra yucateca. Solo que no me duró mucho el gusto. La di prestada para una serenata. Y me la regresaron quebrada del brazo. Quizá venía pegada cuando nueva, de esa parte. Y ni modo. A apechugar. Y me quedé sin guitarra de nuevo.

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Luego ya en mi camino he ido teniendo otras hasta acumular varias. Las he comprado en casas de empeño, tanto aquí como en Brownsville, Texas. Solo una compré nueva aquí en Villahermosa, una modesta Yamaha T40 electroacústica, que suena de maravilla.

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Si, la guitarra me ha acompañado como dice la canción de Juan Gabriel, "a donde sea, para darle serenata a la chica que más me quiera", o a alguna que uno quiere que nos quiera. Con voz de chisguete, como dejó escrito Chava Flores, me he aventado unas canciones de alegría, de nostalgia, de despecho, de protesta social, y algunas cómicas o sarcásticas. De estas, "que la chancla que yo tiro, no la vuelvo a levantar". O alguna otra de Chava Flores: "A qué le tiras cuando sueñas mexicano..."

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Parece que alardeo al decir que me sé de memoria la letra e más de 120 canciones. De ellas varias las aprendí en la clase de música, que nos impartía el profe Puente en la secundaria y Normal. Otras las aprendí en la rondalla con Alberto Ortega y Cristóbal Maldonado. Y otras más las he ido aprendiendo en el transcurso de mi vida. Como por ejemplo al llegar a Tabasco dí a conocer a mis amigos "Mi Matamoros querido" y "El cuerudo tamaulipeco", tradicional de mi entidad de nacimiento. Y aprendí la de "Mercado de Villahermosa". Esta última para sorpresa de mis amigos tabasqueños que no se la sabían: "Mercado de Villahermosa, con olor a pan de huevo, a queso y a requesón, tamalito de maíz nuevo, chanchamito y chicharrón..." 

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Sería bueno que todos los padres de familia lo intentaran. Que cada hijo tuviera la oportunidad de tocar un instrumento. No para que sean músicos, sino para que su pensamiento se desarrolle con alegría. Y si son músicos profesionales, qué bueno. La escuela pública, en su mayoría, no puede ofrecer esa oportunidad (de manera empírica mi escuela secundaria sí me dio esa oportunidad), entonces la familia tiene que buscar esa posibilidad en las casas de cultura, con un vecino que sepa y quiera trascender enseñando, etc.

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Parafraseando a Gabriel garcía Márquez, que decía que todo fuera distinto si los soldados llevaran un libro entre su mochila, todo sería distinto. Lo mismo con la música. La sociedad fuera distinta si cada persona supera algo de música, de tal manera que cuando le quejaran las prisas, y el estrés les aceche, baste con tomar en su casa un instrumento y tocar unas dos o tres melodías, para que la cura o prevención sea de manera inmediata y, lo más importante, gratuita. 


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