Muerte en el ring (o más cornadas da el hambre)

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Miro fragmentos de la pelea. Es entre mujeres. Aún no sé quién eres ni contra quien peleas. Imagino que es contra el hambre. Contra la necesidad de unos dólares. Pero estás allí sin mirar que la muerte está ya a la caza. No te lo imaginas, Jeanette, porque tienes apenas 18 años. Apenas abriendo el botón en flor de la juventud. Tu contraria es una canadiense fuerte. Marie Pier Houle. Musculosa. Que se mueve ágil, lanzando golpes como quien le tira puñetazos a un costal, que se mueve atribulado. Pero eres tú. Y un referi que se asoma, pero no mira. Y acorralada en una esquina recibes una metralla, que apenas alcanzas a cubrir con tus antebrazos. Tus ojos se abren más cuando miras la muerte. Y es cuando se abre tu guardia varias veces. Una por el reflejo automático. Otra por la fuerza de esos puños poderosos, de esos brazos poderosos, de ese cuerpo poderoso, blanco, que tienes por sobre tí, morena, trigueña, humilde. Y ya cuando la muerte te ha tomado de la mano es cuando el referi para la pelea. Demasiado tarde. Tres días después morirías en un hospital canadiense, muy lejos de tu familia de Aguascalientes, lejos de tu pueblo donde levantas suspiros a tu paso. Caías en el infierno del  primer mundo.

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Tres días estuviste en el hospital, Jeannete . Y moriste. Nos dejaste con la estupefacción en la boca y más chiquito el corazón. Una pelea completamente desigual. Apenas habías peleado seis veces, qué importa cuántas. Y la canadiense tenía mucha más fuerza. Lo notamos en esos fragmentos de película que tienen todos los medios de tu pelea. Que seguramente empezó mucho antes. Tu novio, entrenador, no te cuidó. Te mataron como matan a cientos, miles, millones de personas. Que realizan una actividad por necesidad, porque no hay de otra, por dólares a cambio de comida, de una copa, de un goce, en una gran carpa de circo, donde se paga por ver golpear, ver morir. Y nadie tiró la toalla desde el segundo round para parar lo que evidentemente era una carnicería.

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Consternada y justificándose, dice la canadiense, "son los riesgos de nuestra profesión". Estoy de acuerdo. Solo que en ninguna parte de los reglamentos dice que podrán boxear personas noveles contra personas experimentadas, y que les sirvan de entrenamiento, o que haya la categoría costal, y que estas personas no lleven mínimo protectores. Nada, nadie justifica el crimen. Un deporte prostituido por empresarios ganones, promotores mafiosos, doctores que se hacen de la vista gorda, comisionados que firman viendo o sn ver, y dando pie para que jóvenes inexpertos caigan muertos a causa de golpes de experimentados. 

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Ya me imagino que nunca sucede al revés (que también sería un crimen) que una boxeadora  (o boxeador) experimentada, musculosa, de 30-35 años, del tercer mundo, o subdesarrollado, digamos de los países africanos, o sudamericanos, le consiguieran muchachas de 18 años de Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, Canada, o Rusia, y que sirviera de carne de cañón, y quedara hemipléjica o muerta por ese desigual combate. Seguramente que al darse 7na situación así, se haría una investigación por las conductas criminales de quienes promovieron, firmaron, autorizaron y permitieron una pelea así. Y habría suspensiones, castigos y cárcel. E inhabilitaciones para quienes permitieron y alentaron dichas conductas criminales.

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No es el caso. Siempre ha de ser al revés. Una boxeadora de un país del tercer mundo, cae abatida por los puños maduros, recios,  de una boxeadora del primer mundo. Hay varios casos así en la historia del deporte. O boxeadores. En los abusos no importa el sexo. Lo importante es conseguir uno o una que sirva en una función. En este caso la función era"internacional".  

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Tan lacerante y difícil ha de haber sido tu infancia, que la única manera de ganar algunos pesos fue en el box. Pero en ese tipo de box que le llaman profesional. En el que no hay protector para la cabeza. Porque el que paga su entrada, tiene el morbo de ver sangre. Y con protector no hay tanto espectáculo. Entonces así. Que se mueva estrepitosa la cabeza ante el impacto. Que salga el protector de los dientes. Que haya dramatismo para que el bestial público ruja. Y quiera volver para decir: "esas sí fueron buenas peleas", las sangrientas, las de las cortadas, la de los derribos con golpes alucinantes y acuciantes. Y allí está el resultado de muerte. Y no hay de otra, más que tragarse la indignación.

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Algunas muertes solo entre 2018 y 2019: Patrick Day, de 27 años, murió cuatro días después de ser noqueado en Chicago. Cristhian Daghio, de boxeo tailandés, en 2018, por los golpes cayó en coma en el ring, y murió días después. Máxim Dadasev, boxeador ruso, estaba recibiendo una golpiza en un ring de Maryland, cuando en el round 11 el entrenador tiró la toalla en señal de parar la pelea. Pero desde rounds antes Dadasev pedía a su entrenador que tirara la toalla, y este no le hizo caso. Hugo Santillán, boxeador argentino murió en la misma semana que el ruso anterior, luego de una pelea se desmayó en el ring mientras anunciaban el resultado. Y así podríamos seguir detallando muchos más casos. Todos ellos debido a los golpes en la cabeza y en consecuencia daños en el cerebro.

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La historia del boxeo tiene tantos lados oscuros. Tan es así que el del deporte olímpico, para no peder rating de audiencia, desde hace algunos pocos años quitó los protectores de cabeza que aseguraban que los golpes no fueran tan impactantes y dañinos. Y en el profesional no pocas muertes, mucho daño a la salud, mucha trampa de peleas arregladas. Y muchas más peleas desiguales. La ventaja del boxeo amateur es que gana el que más se defiende, no el que más golpea. Al contrario que en el boxeo "profesional".

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El box como trabajo es entendible. El boxeador es un obrero del ring. Y hay muchos trabajos que son bajo riesgo del propio trabajador. Quizá le pagan más. Y ejemplos hay muchos, como el contratarse en el ejército de país en guerra; el de buzo comercial y muchos otros. Pero el boxeo tiene su particularidad que es enfrentarse a golpes a un oponente. Y debe ser entre otras cosas: que ambos boxeadores tengan un peso similar, y que la experiencia entre ambos asimismo no sea muy distante, tanto en peleas, como en los resultados de las mismas. Porque no ha de ser igual aunque tengan 20 peleas profesionales cada uno, mientras uno haya ganado la mayoría y el otro haya perdido la mayoría.

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Hay casos ominosos en el peso, cuando el de uno de ellos sobrepasa lo que sería permitido en la división, pero el que pesa más, para no bajar dicho peso en un término de pocos días, paga en económico al que pesa menos. Por eso es que vemos peleas donde evidentemente uno es más pesado que el otro, pero antes hubo un acuerdo económico para hacer esto posible. Es práctica común, me dicen.

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Y ante esto unas palabras del Miguel Ortega, abogado portorriqueño especialista en este tipo de demandas en defensa de púgiles que han sido abusados en sus derechos como trabajadores del ring: "es responsabilidad de las autoridades de los organismos asegurarse que si bien las personas tienen el libre albedrío de contratarse y ganar la vida como quieran, tienen que hacerlo dentro de un entorno seguro y eso implica que debe haber un peso saludable, que tiene que pelear en categorías que puedan hacer el peso y que una vez haya un patrón marcado de derrotas seguidas, tienen que entrar las suspensiones automáticas".

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Y precisamente este es el caso. Seis peleas de Janette Zacarías, con cuatro derrotas por nocauts y dos triunfos. Caso contrario de la canadiense: Cinco peleas con cuatro triunfos por nocauts en su curriculum. Aparte, una larga trayectoria como amateur en sus 32 años. Y Jannete apenas 18 años, sin trayectoria amateur.

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En una sociedad justa, de oportunidades, ella debía estar estudiando, apenas terminando preparatoria, y practicando el boxeo como deporte, amateur, por supuesto, pensando en unos juegos deportivos del ciclo olímpico, con todos los protectores posibles, y la sonrisa de estar cumpliendo sus sueños. Y cine con amigas o novio. Pero su boxeo era por necesidad, como la mayoría de boxeadores y boxeadoras. 


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