Las tres muertes de Antoñito

Las tres muertes

Antonio ya había logrado matarse tres veces. No con suicidio, sino de intoxicarse con cerveza, textos de literatura y filosofía. Y tres veces lo regresaban. ¿Cómo es eso? Porque hacía su relajo en el cielo y lo mismo hacía en el infierno. Le daba, de manera desenfrenada, por platicar y sonreír con todos. Y a todos les había convencido de que como todo ser humano, tanto en el cielo como en el infierno, las almas tenían derechos y obligaciones, aunque, como buen líder, se enfocaba más en los derechos. 

En el cielo quería música con letras de amores y desamores, y que las ostias fueran de sabor variado, así como quería que hubiera vino para consagrar que no había, pero deberían de consumirlo, argumentaba, como en las santas iglesias terrenales.  

Y en el infierno que le bajaran grados al clima, que en lugar de peroles para hervir almas, fueran tinas de baño con agua tibiecita y pétalos de rosas, que los bares cerraran ocho horas para descansar, y que los table dance fueran diurnos no nocturnos. Ah y que hubiera gyms y bicicletas, para hacer ejercicio. Las almas también suben de peso, era su argumento principal. Y así por el estilo.

Usted se va al cielo, por su conducta de beato en la tierra Don Antonio, le dijo la primera vez San Pedro. "¡Qué bien!", dijo de dientes para afuera; se imaginaba como todo buen mortal entre nubes y ángelas, pero aburrido todo.  Yo me quiero ir al infierno porque dicen que allá anda Chico Ché y Rigo, con sus crisis y costa azul. Y también las organizadoras y participantes de  los concursos de belleza y las novias de los banqueros. Así que dijo un “pero”, Y San Pedro, para que no quedara dudas, "te vas al cielo, Toñito", le dijo firme, casi gritado.

Y allá se va remontando nubes y rezongando que si “qué he hecho yo para merecer esto”, se decía como queriendo cantar esa canción de Joaquín Sabina, que se acordó de él y asimismo pensó que dicho cantautor estaba en el infierno. Y para su gran sorpresa, sí para su sorpresa,  Sabina y Joan Manuel Serrat estaban en el cielo. "¡Menos mal!", así no se aburriría tanto. Y tan pronto llegar, los buscó y encontró a ambos,  los saludó pidiéndoles un autógrafo. "Aquí no hay plumas", dijo Serrat sonriendo. Pues cántenme una canción, entonces, si no es mucha molestia. “No es mucha”, fue la respuesta, contentos de que alguien, al fin, los reconociera en el cielo. Y empezaron a dúo. Ante el alboroto, los ángeles se fueron juntando, así como también  ángelas, almas y uno que otro espíritu chocarrero, sí, porque algunos de estos también van al cielo. Hasta que llegó, blandiendo espada celestial,  San Miguel arcángel a callarlos. "Dios duerme", dijo solemne y a la vez un "shtttt" mostrando la espada de acero monel.

¿Y qué hacen aquí?, Antonio les preguntó. "Pues aquí nos mandaron", respondieron los dos a coro, como si pensaran lo mismo o fueran siameses. Yo que ustedes me rebelo. Los músicos deben de ir al infierno porque dicen, no lo sé, que en el infierno es como si todo fuera vida nocturna, entre luces, fuego, rumbear y música de todos los ritmos. "Pero acá nos mandaron". "A mi también". "Qué le vamos hacer". Y así siguieron sin tiempo, como el equivalente de unos diez años, platicando. 

"Pues hay que revelarnos". "¿Pero cómo?" "Pónganle pasión al asunto para resolver y nos corran al infierno, que en anda Chabela Vargas con su Macorina, José Alfedo y Agustín Lara con sus canciones cantineras". Y así siguieron comentando entre dudas y certezas. Coincidieron que tendrían qué hacer algo para que los corrieran. "Yo levantaré la falda a las ángelas", dijo, quién más que Joaquín. "Yo cantaré una canción a dios. Y tú me compañas desafinado”, dijo Joan Manuel a Toño.

Y así le hicieron. Hubo quejas de algunas ángelas a quienes les levantaron la falda y les dijeron de piropos. San Pedro vio también y era testigo. Así que con eso ya tenía en la mira a Joaquín. Y Serrat en dueto con Toño desafinado le cantaban en serenata a Dios. Y este al despertar se enfureció tanto, porque soñaba que estaba creando otros mundos mejores luego de la prueba al crear la tierra, como cuando uno sueña húmedades o se encuentra una billetera repleta de dinero, y sin más dijo “a ese parsito se me va a la vida de vuelta. No los quiero más”. Y al enterarse Joaquín, rogó a San Pedro que también lo mandaran a él. "Ya está, mato tres pájaros de un solo tiro, dijo constipado”, mientras tomaba un té con piquete para cura.

Y allá se fueron de nada a la vida. Pero lo que realmente querían era irse al infierno, y conmorir (no convivir) con la flota bohemia de La Vargas, José Alfredo y el Flaco de oro. Así que, vivitos y coleando,  siguieron fumando y tomando mucho hasta que lograron su cometido, enfermarse de cirrosis y morirse. Y de nuevo estaban frente a San Pedro, que los reconoció al instante. Así que sin mediar absolutamente nada, los mando al averno. Mírelos la cara que pusieron, de tristeza simulada, para que San Pedro no se arrepentiera, pero por dentro sintieron júbilo como cuando se gana la medalla de oro en una competencia. Por poco sacan sus banderas nacionales y allá van corriendo hacia la entrada del infierno. 

Y era cierto. La realidad en el infieron era fiesta mundana permanente, las risotadas, las faldas muy arriba, vino adulterado por doquier y cerveza helada, y música, ay, padre mío- como de veinte o treinta  palenques juntos, peleas de gallos, toreadas, grupos musicales y solistas por doquier, lectura de malos textos literarios por todas partes. La pura vida soñada por las personas alegres sin dobles caras. Pero recordemos que era el infierno y entonces sería eternamente, lo que dicen que es bueno, como comer arroz con leche, lo disfrutas los primeros días, pero ya a los cuatro días como que no te va gustando, y al mes ya lo repulsas. Así les pasó a los personajes que nombro: Juan, Joaquín y Antonio. Se lo confiaron entre ellos luego de 100 años terrenales que en la eternidad son apenas unos cuátos minutos. “¿Y ahora qué hacemos?”, dijo uno.  “Lo mismo que hicimos en el cielo, solo que lo contrario: hacer cosas buenas pero que parezcan malas por ser en este lugar”, respondió el otro. Los tres de acuerdo.

Y así empezaron a convencer a los demás de sus derechos en el infierno. Que aire acondicionado en 20 grados, que el agua caliente para el café pero no hirviendo, que las horas de fiesta fueran acotadas para que hubiera horas de descanso, que el sexo tuviera también fines reproductivos no solo de goce. y que así como en la tierra había religiones que adoraban a Satán y Lucifer, ese ángel caído, que se creara una iglesia en Cristo, y que hubiera una iglesia para Diosito santo, que no es lo mismo. Y el equipo negociador de Satán todo aceptó, menos que el sexo fuera reproductivo y la iglesia para Dios. Eso sí que no, porque entonces sería el infierno como sucursal del cielo, y eso sí que no, dijo muy enojado el representante del Diablo mayor. Y así estuvieron amachados. Hasta que los regresaron a la vida.

Pero no conforme con eso, querían seguir alternando entre el cielo y el infierno y decidieron morir de nuevo: un tiempo en un ugar, otro tiempoen otro. Por eso se dice que son fantasmas porque ya murieron, que los reemplazan con dobles en los conciertos a Joaquín y Juan Manuel. Y que Antonio no se refleja en los espejos. Que cuando va al taller se le escucha risa de muerto, que sus palabras no suenan bien. Y que cuando sale del taller desaparece, solo lo ven llegar, pero cruzando la puerta desaparece. Eso dicen. Lo cierto es que han muerto por tercera ocasión. Solo  es que ya conocen cielo e infierno y los tres prefieren seguir por acá, en la otra vida que es esta conocida. Pero ya no les fue posible.

Llegaron ante San Pedro. Y dijo para sí: “Otra vez estos”. ¿Sus nombres? Y en decidieron despistar al santo de las llaves y dieron otros nombres. Yo Gabriel Gracia. Yo John Yoco. Yo Roberto. “Muy bien. Como nada se de ustedes, se qudan mientras en el limbo. Investigaré para ver si los mando al cielo o al infierno, según sus merecimientos. Y mientras tanto allí andan, en el limbo, con permiso de aparecerse como fantasmas en la tierra.



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