De sueños

 Sí. Soñaba. ¿Qué es lo que soñaba? Ahora lo recuerdo. En ese momento era la vida real. Una escuela con característica de abandono total. En el centro un patio y aquí un edifico de tres plantas. En el abandono todo. Sin pintura las paredes. Sin jardín. Solo hierba. Y el grupo que me asignaron era conformado apenas con unos ocho niños. En extremo delgados. Con ojos de muerte. Ropa casi desgarrada. Y sin embargo tenían ganas de aprender. Los salones daban a la calle. ¿Y qué hay en ese edificio del centro? Preguntaba yo a los niños. Ellos no sabían. O decían que no sabían. Entonces me decidí a entrar. Y subí hacia cada uno de los pisos. En habitaciones semioscuras alcanzaba a mirar personas en el abandono. No eran indigentes. Eran como personas sabias. Que habían luchado por cambios. Se les veía sucios. El pelo Sin peinar. Imagen  desaliñada. Yo caminaba entre las habitaciones con cierto miedo a que ellos se enojaran por andar viendo con curiosidad. Ellos caminaban lentos dentro de dichas habitaciones. Me miraban curiosos. Desconfiados. No estaban acostumbrados a que les vieran.  Se desprendía de ellos un olor a abandono. A desidia por la vida. La mirada extraviada. En otro cuarto vi salir a una señora de gran peso, de unos 60 años. Semidesnuda. Dijo que iba al sanitario. Y yo no sabía por qué estaba ese edificio de tres pisos dentro de una escuela. Los salones estaban Sin pintar. Adentro de dichos salones. Maestros y maestras con alumnos en su trabajo de enseñanza aprendizaje. Pero no se notaba alegría. Como que todo era pasar el día. En rutina. Y entre las imágenes vistas dentro del edificio y las aulas iba pasando la vida. Ya sin esperanza de  nada. Eso es: sin esperanza de nada. Y sin embargo había qué seguir luchando.

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