Causas perdidas (buenas historias para películas de amor)

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Las causas perdidas son las que abrazas aunque de antemano sabes que no hay posibilidad de triunfo. Y me refiero al triunfo total, el para siempre. Lo sabes y aún así emprendes el viaje hacia la derrota. Quienes te ven, primero tratan de disuadirte. Luego se ríen de ti, llamándote de todo. Lo menos feo es que estás loco.

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Entre muchas de ellas, una es contra el tiempo. Vienen días de ejercicio. De remedios caseros. De tomar mucha agua. Y sin duda algo al parecer se pueden retrasar los efectos. Y poco a poco la derrota se muestra inevitable. Un día amanece gris con clima frío, y hay un dolor en el alma, que es peor al de las piernas y espalda.

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Otra es la lucha contra la injusticia. Viene el tiempo de canallas. Y te levantas como si nada a encarar la situación previo análisis y reflexiones. Y a mitad del camino miras a tu alrededor. Y todo acto de injusticia es mostrado como adalid de los eventos. Pase usted, señor. Después que usted. Hasta eso, lindos modos.Y el golfo con traje nuevo y uñas de carroñero sonríe. Te asomas a las primeras planas de los periódicos. Y la noticia principal es de traición, latrocinio, fraudes o guerra.

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Es un reto adorar encarecidamente los triunfos y dirigirse de manera indefectible a las derrotas. En el amor eterno, digamos. Si todo tiene un fin. Si es tibio por lo grato y caliente por la euforia, incluyendo viajes a la nada recíprocos, vuelos a la luna, o el martirio de vivir al filo de la navaja, sea por lo que fuere, incluyendo miradas mal interpretadas, y las promesas de amor eterno. Y sin embargo lo que un día empieza, termina en un segundo por las razones que sean. Las tramas hacen más interesantes las obras de teatro. Procura que haya sexo y sangre, dicen. Pero nadie quita lo bailado. Eso que ni qué.

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Y tiene su justificación, en oda a la derrota. En el triunfo todo es fácil, ya logrado, por supuesto, ganada la batalla; hasta los dioses se acercan a ti, con el fin de congraciarse con lo terrenal. Y obsequian los laureles y guirnaldas, con lo que coronan la cabeza. Mas en la derrota, te miras solitario, caminas sin nadie a tu alrededor. Y el espíritu se fortalece, conoces el valor del amor y la amistad, como contigo aquella vez. Con sentimientos encontrados, de triunfo personal, mas el ojo rojo en el guiño, infringido por los animales de carroña. Y unidos más que nunca, hasta que poco a poco la desmemoria hace presa de los hombres.

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Causa perdida el no mentir permanente. A veces hasta la más sencilla de las respuestas, encierra una mentira que tira por la borda el cofre del tesoro espiritual. En ocasiones una mentira blanca o piadosa. Como eso de estar bien, aunque por dentro haya un limbo en el que los dados al aire están por caer en preocupaciones por lo que no ha sucedido, o los amores que ya van por años luz en la distancia del curriculum amoroso de los seres. Y se anhela volver.

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¿Me quieres? Te quiero bien lo sé. ¿Me amas? Al igual que tú. Te amo como la vaca al toro.  Te adoro como el gato al perro. Como la hormiga al metal. Como el vate al verso. "Yo te prometo, que por siempre el amor", es otro ejemplo. Otro más "te amaré hasta que la muerte nos separe". Y si están de suerte duran, mas llega el día en que se miran friamente. Por más razones convencionales que justifiquen el continuar. Pero ese continuo mirar te lleva hacia otros pasos. Solo que frena o retrasa el qué diran. Y qué difícil es volver a empezar. Digámoslo de esa manera. El triunfo es lindo, la gloria es maravillosa. Mas la muerte iguala en la derrota final.

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Y la sabiduría popular lo dice: quien ama por necesidad, pierde por obligación. Y ningunas segundas partes fueron buenas. Y uno lo interpreta a su modo, a la experiencia acumulada en la feria. Y ya en retirada recordando viejas canciones como esa de "te amaré toda la vida". Y "ya mis caricias no son buenas...". "Cuando ya no me quieras..." En fin que la vida sigue. Y sí, el triunfo, es bueno. Es como una droga que te duerme la razón y la autocrítica. El espejo miente en la juventud, como si mayo fuese eterno. La derrota es la maestra de la vida.

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Bienvenidas las causas perdidas. Abrázalas. Esas son las historias permanentes. Las que dejan huellas en la historia, y en el corazón. Las historias de amor con final no feliz son las que nutren de buenos guiones las películas que nunca jamás olvidas.




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