Tan dentro de mí conservo el vibrar de la música

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"¿Es mejor saber tocar con notas o por oído?",  le pregunté a mi maestro de música de la secundaria, Juan Pablo Puente. Su respuesta rápida fue: "por nota". Y en ese momento no supe exactamente lo que significaba. Yo me sentía importante porque de oído repetía en mandolina, como loro, algunas melodías como Las mañanitas, De colores y El baile de Zorba. Y me defendí diciéndole que José Alfredo no tocaba por nota. Y su respuesta la reitero: "Por nota, Solís, ya te lo dije, y nunca lo olvides".

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¿Dónde empezó todo conmigo en mi relación con la música? No lo sé exactamente. Solo tengo vagos recuerdos de asomarme desde los 6 o 7 años a los grupos musicales que se presentaban en vivo cerca de mi casa, bien fuera una bautizos, quinceañeras o boda. Y luego alrededor de los 10 años había un grupo que ensayaba cerca de mi casa. Era una casa de madera, con puertas y ventanas cerradas. Y a mí me gustaba asomarme por alguna rendija para ver quiénes estaban dándole duro a la batería, guitarras y bajo, que en esa edad yo ni sabía diferenciar entre instrumentos musicales parecidos, aparte de la batería, por supuesto.

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A los doce años una señora, con la que yo trabajaba (Doña Tencha), me inscribió en Bellas Artes de Matamoros, en la 7 con Hidalgo e Iturbide, para clases de guitarra, a las que llegué solamente como dos o tres veces, porque me parecía, sin saberlo bien, que el maestro instructor solo me ponía un ejercicio y se iba y regresaba al rato. Y sentí que no eran clases reales para aprender. No regresé más.

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Cuando entré a la secundaria cambió algo el panorama con respecto a la música. Llevábamos una materia de enseñanza de la música con sus historias de los orígenes, las percusiones con troncos de los hombres primitivos, y los conceptos básicos de la teoría musical, como son notas, compases, pentagrama, redondas, blancas, negras, fusas, silencios y más. Fue en secundaria donde nos daban prestados instrumentos para llevar a la casa. En mi caso llevé mandolina, aunque de vez en cuando una guitarra. Así entré a la estudiantina y al mariachi, grupos musicales que tenía la escuela, con los cuales viajé a varias partes del estado de Tamaulipas, para nuestras presentaciones.

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Lo mismo en la Normal para maestros, ingresé desde la primera semana a la rondalla, grupo imitador perfecto de la famosa de Saltillo. Este grupo nos dió prestigio personal, por las serenatas y presentaciones, como artistas, y nos ayudó para sonreír con seguridad y hacer guiños a las mujeres del grupo y de otros grupos. Las canciones que recuerdo interpretábamos Wendoline (Tan dentro de mí, conservo el calor que me hace sentir, conservo tu amor..."), Paloma querida (Por el día en que llegaste a mi vida, paloma querida me puse a brindar...); Aniversario (Yo aún te amo, todavía te extraño...), y tantas otras que hacían saltar de emoción y con el corazón palpitante en aceleración a las muchachas, nuestras compañeras en las presentaciones escolares.

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Con Raymundo Fernandez, descendiente de la familia musical matamorense de Los Hernández, sobrino de Don Nico Fernández, y amigo de la escuela Normal,  formamos un grupo de voces; los ensayos eran en La Zorra azul, de su tío, en la zona rosa de Matamoros. Y Ray nos ponía, a Cristóbal, al profe Rafael Sandoval y a mí, a practicar solfeo de un manual que llegaba a la lección 120, creo, y llegué solo a la 37, y no seguí más. Él era super músico en esa edad de 16 años, de tal manera que cuando llegaban cantantes de México a Matamoros, como Luis Miguel, Marco Antonio Muñiz y otros, buscaban músicos locales que los acompañaran, entre ellos, casi de seguro estaba, Ray. (Le mando un saludo y abrazo).

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Y siempre fue mi aspiración aprender solfeo para poder leer música en partituras y  tocarla en instrumento. pero no lo aprendí por dos cosas: una por flojera, y la otra por falta de tiempo. Se requiere mucha disciplina y práctica y más práctica. Ahora bien, al enfrentarme al piano, siempre sentí que mi mano izquierda nunca iba a poder tocar algo distinto (los bajos) a lo que le corresponde tocar a la mano derecha (acordes y melodía). Así que fui posponiendo ese largo sueño acariciado, el que por cierto siempre incluía en mis propósitos de año nuevo.

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Y esto es lo que pretendo ahora en mis 62. Ya inicié con unas lecciones en casa. Me siento como esos niños de 6-7 años, alegres y maravillados, los cuales van descubriendo las vocales y consonantes y las primeras palabras. Sí, la música es otro lenguaje. Así ando yo entre las notas y el pentagrama, convencido de sí poder. Mentalizarme a eso, porque como decía Kalimán: el que domina la mente lo domina todo. Espero mostrar mis progresos en diciembre de este año. 

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Sí me recuerdo de niño estar cerca de los músicos y ver la manera de tocar la batería, la rapidez, o estar cerca de los guitarristas, bajistas o del músico con el acordeón o el violonchelo. De este escuchaba decir que era fácil tocarlo, lo difícil, por su tamaño, era cargarlo y transportarlo. 

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Leer y escribir música ha de ser como darse la oportunidad de conocer e interpretar el mundo desde otra perspectiva. Digo, además de sentir las vibraciones armónicas en todas las células de nuestro cuerpo y hacer vibrar otros cuerpos... y almas.  Sin duda.

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