De los amigos: Manlio (1)

Anoche recibí una llamada que me dio mucha alegría. De Iquinuapa, Jalpa de Méndez, Tabasco. Alegre, el maestro Manlio Edgar Uc Ché me habló para desearme feliz navidad. Cuídate, agregó. 
Recuerdo que decía: "la grandeza del hombre se mide de la cabeza al cielo". De baja estatura. Yucateco. Festivo. A Manlio lo conocí en 1979. Él ya director de escuela. Yo incipiente maestro. De manera natural formé parte de ese grupo sindical opositor a la línea Jonguitud (luego Elva) que él comandaba. Era mi inicio en el magisterio. Yo tenía 19 años 11 meses. Tardaron para pagarnos algo así como un año. Entonces algunos colegas ya establecidos nos sufragaban algunos gastos. Sobretodo en las invitaciones a comer y en los días de quincenas. Mis bolsillos andaban siempre vacíos hasta para lo mínimo. Así era. Por eso de manera natural, sin dudarlo, yo formé parte con ellos, por lealtad, ideología y agradecimiento. Y en las reuniones del grupo que formábamos, planilla de las derrotas, sobresalía yo no por otras cosas, más que por la juventud. Fueron batallas de aprendizaje. La primera elección la perdimos por un voto. Y siempre festivos, todos. Aunque las derrotas duelen. Marcan.  Las siguientes las seguimos perdiendo con la frente en alto. El resultado por uno, por diez. Alguien que no llegó. Alguno que se enfermó.  Recuerdo bien cuando una vez Manlio me dio un consejo: "nunca faltes a tu trabajo, llega puntual y entrega siempre los documentos que te pidan. Nunca dejes de leer. Y si haces eso nunca -óyelo bien- nunca tendrás problemas laborales." 
No los he tenido, a la fecha. Más al contrario.

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