Parte 13. Mis 40 años en educacion

En mi trayecto de maestro en estos 40 años no puedo dejar de mencionar los libros. Tanto los de texto  gratuitos que llegan a la escuela elaborados la Comisión nacional correspondiente, como los que hay en las bibliotecas escolares. Ha sido normal que lleguen los libros a los alumnos. Lo cual representa una gran alegría para todos. Sus lindas portadas. Su buen diseño. Su muy buen cuidado de edición. Sus lecciones y dibujos. Para todos los niños y jóvenes los libros representan fiesta. De temas. Colores. E ideas. Y asimismo cada escuela tiene un paquete importante de libros que conforman la biblioteca escolar. Algunos docentes utilizan dichos libros. Otros no. En mis años en educación. He llegado a pocas certezas sobre este tema. Un de ellas es que en las escuelas donde no se promueve la lectura libre no está cumpliendo con su función. La lectura libre es la no obligatoria. La que no aumenta puntos. De la que no se piden trabajos, informes o resúmenes. Es libre. Pero el maestro tiene que ser motivador.
Yo cambié mi plaza de primaria a telesecundaria. En cada grupo que me toca trabajar llevo treinta libros de literatura. Y los reparto a los que quieren. Se lo llevan a su casa solo con la obligación de leer dos páginas. Si el autor fue hábil para hacerlo interesante, entonces el alumno sin que lo obliguen seguirá leyéndolo. No les exijo reportes de leído. Ni resúmenes. De vez en cuando le preguntó cómo van. No se les aumentan puntos. Ellos mismos van sintiendo el cambio en su habilidad para expresarse en público. Se aprenden poemas. Los de claman en homenajes. O en el mismo homenaje presentan un libro que ya leyeron. Auí recuerdo a Fidencio Ramos Díaz. Llegué a su comunidad El Martín, Macuspana, a dar clases en la telesecundaria. Segundo grado. Desde el primer viernes antes de la salida les hablé de los libros. Novelas y cuentos. Los llevarían a su casa. Y el lunes en la materia de Español lo regresarían si no les gustó. O se quedarían con ellos los días que fueran suficientes para leerlo. Entre los que lo regresaron el lunes estaba Fidencio. Había llevado El Perfume, de Patrick Susakind. Quizá no le había gustado. ¿No te gustó? Le pregunté. Al contrario. ¿Y por qué lo regresas? Porque ya lo leí, me responde ufano. Y realmente no le creí. A ver dime algo de la novela. Y empieza a contarme. Hasta allí. Le dije.

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