Parte 7 Mis 40 años en educación

Entre los maestros tabasqueños estaba también Jorge Castillo Hernández, hombre de gran corazón, hijo de la familia Castillo Hernández, de Jalpa. Mención aparte, y recientemente fallecido. El caso es que me asignaron el grupo. Entre a platicar con ellos ya en mi trabajo. Veinticinco niños y niñas, algunos descalzos o con chanclas. More os y de ojos vivaces. Se revela an de mi acento distinto al de ellos. Un cuento. Unos ejercicios de matemáticas. Y vamos a pintar y cantar, recuerdo que les dije y ellos emocionados. Se me hizo rápido el tiempo previo al recreo. Y ya se escuchaba el sonido de la campana que anunciaba la algarabía de ellos por el descanso. Salí con sed y hambre. Mínimo una soda. Y así hice. Llamé a un niño de mi grupo y lo mandé por mi soda. Ve raudo y veloz, le dije. Y así fue. Ya pronto estaba de vuelta. Y le miró un paquete en las manos. No mi soda. Te dije soda, no galletas. No, profe, estas son las galletas soda. Y en efecto. Eran galletas soda. Ya luego le di dinero para que comprara un refresco embotellado. Así fueron los primeros días. De un aprendizaje reciproco. Si en biología yo les hablaba de ranas y sapos, ellos se reían. Ellos decían que an que estaban devanados. Yo no entendía. Y además que hablaban rápido, como metralladora. Por esos días se acercaban las elecciones para delegado sindical.

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