Enamórate

Enamórate de la piedra. Ella no te engaña. Y te refresca la memoria si te das en la cabeza con ella. No la lances al enemigo. La piedra no merece tal humillación. Ni ese honor tus enemigos. Hazlo piruetas en la imaginación. Da la vuelta al estallido interno.
Enamórate del vacío. Justo es el espacio a donde vamos todos. Te lanzas desde lo alto de la montaña. Y planeas por sobre los árboles. Y al final eres atraído por la nada. Todo desaparece, la luz, las sombras, el hastío.
Del silencio enamórate. No hay mayor placer que darle el espacio al silencio. El parloteo incesante de los demás ofende. Lastima. Hace llagas en la conciencia. El silencio es el triunfo absoluto sobre los egos que ignoran lo efímero. El silencio concilia todo. Une todo sin imágenes ni palabras.
Enamórate de los sueños. La realidad se pierde en el laberinto de la razón. Y es en los sueños donde somos amos y señores del destino. El mejor libro. El mejor café. La mirada mejor. Los sueños son parte de la ceremonia real donde confluyen las aspiraciones de infinito. Las utopías están en nuestras manos, nuestro lado, en nuestro interior.
Enamórate del tiempo. Tampoco engaña. Has caminado con él en paralelo durante años. Y más temprano que tarde te deja abandonado a tu suerte. Te despoja de la mirada. De la carne. De la palabra.
Enamórate de la tierra. Ella te empujó hacia la vida. Y ella te espera con los brazos abiertos. No hay otra ruta. Volver al lugar de la residencia permanente. Es el destino.
Nada somos sin el enamoramiento. De lo simple, de lo sencillo, de lo rústico.
Alba, río, hoja seca, chispa, café, rosa, labios, jacaranda.
La vida es tan solo muerte en movimiento.

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