Perros
Salgo al patio y veo un perro cachorro, blanco. Mueve su cola. Me reconoce como el que le da algunos huesos de pollo de vez en cuando. Vive en una casa a una cuadra de la mía.
Mascotas, les llaman. Y hay bienquerientes de diversos animales. Cuanto más rara, más notoria la afición por las mascotas. Lo normal vienen siendo perros y gatos. Pero hay quienes tienen loros, serpientes, ratas, cocodrilos, conejos, gallinas y puercos. Hasta donde yo sé. Claro, hay mascotas más sofisticadas. Y estas las tienen en otros lugares, en grandes patios, y hasta con clima especial, veterinarios las 24 horas. Se sabe de leones, tigres, monos y panteras.
Una vez en la revista proceso de hace como 25 años vi un reportaje de una familia, de los nuevos ricos, que posaba con joyas, ropa extravagante y un león o tigre echados a su lado, sobre una alfombra hindú.
A los de este lado, los nosotros, solo perros y gatos. Y en mi caso, gatos no. Solo perros. En el transcurso de mi vida he tenido la dicha y alegría de tener varios, uno a la vez. El primero fue una pastor alemán, que me regaló mi amiga Juanny Kunnhagel en la escuela Normal. Bella cachorra. Mi desconocimiento, y falta de recursos, no permitió que viviera mucho. Quizá unos dos años. Mi madre la quiso mucho. Y más que nos decía que el alma para cruzar el río Jordán, sería ayudada en su cruce por el alma de un perro.
Inconsciente de mí, no sabía la responsabilidad que significa hacerse cargo de uno.
El orden de los que he tenido no lo registro cronológicamente. Pero sí que me he esmerado en ponerles sus nombres. Así tuve un Salinas, un Fox. También un Alí, por el mítico boxeador norteamericano, Cassius Clay, que luego mudó de nombre a Mohamad Alí. Ya sabía yo la sugerencia que se le deben poner nombres cortos, de una o dos sílabas. Así que ese se llamó Alí.
Los últimos que tuve fue a Rumba y Rambo. Nunca he comprado. Siempre han sido obsequios de personas amigas.
Hay quienes conviven con ellos dentro de la casa. Yo ocasionalmente. Una casita en el patio, con mucha limpieza, con alimentos y atención veterinaria, pero en el patio. Y creo que están en su razón y en lo correcto también quienes los hacen vivir dentro de las casas, y acostados en la misma cama.
Alí era un doberman color sepia. Majestuoso. Me lo regaló una mujer poblana de Comalcalco. Lo trasladé en una cajita de cartón, venía dormido. Cuando a mitad del camino (Comalcalco está a 48 kilometros de Villahermosa) empezó a aullar, separado de su madre y hermanos, en una caja de interior oscuro. El chofer paró el camión, y sonriente me abrió abajo el espacio para equipaje.
Alí murió de viejo en una casa familiar a donde lo regalé debido a mis constantes viajes.
El Salinas era un cruce con samolledo. También murió de viejo. Este salía a todas partes solo. Como vivo a tres cuadras de carretera federal, en las mañanas acompañaba a los vecinos hasta la carretera y en la tarde los iba a esperar para cuidarlos en su regreso. Fue muy querido entre los vecinos. Salinas una vez se desapareció. Tardó un mes. Me dije está pelón que regrese. Se lo han de haber robado. Y una tarde lo vi desde lejos que venía en carenado de regreso. Llegó a donde yo estaba sentado en el jardín. Le di comida y agua y se echó a dormir. Así por tres días. Muy cansado solo despertaba para comer y beber.
Rumba y Rambo me los regaló el escritor extinto Efraín Gutiérrez. Cruce de mastín napolitano con mamá bóxer. Bellos los cachorros y juguetones. Por las tardes jugueteaban con mis calcetines puestos. les gustaba quedaran sus colmillos atrapados. Y luego juguetones los lograban liberar. Tenían como tres meses ya cuando salí de viaje. Y encargué a una muchacha que trabaja en la casa que fuera a diario a cuidarlos y alimentarlos. Eso hizo. Cuando regresé de mi viaje a la frontera norte, uno estaba muerto y el otro moribundo. Un vecino veterinario no lo pudo salvar. Ambos murieron y llanto en la casa.
Por las tardes a veces me encontraba a Efraín en el café La Cabaña, el que está enfrente de la Casa los azulejos, donde él era asiduo. ¿Y cómo están los perros?, era su pregunta habitual. Ah, maravillosos, creciendo. Siempre su misma pregunta y siempre, yo, la misma respuesta. Le agregaba "muy juguetones", etcétera.
Hasta que no pude más y un día en su casa, a donde fui de visita. Tenía en la sala un cuadro de una mujer que trabajaba en una esquina, que él había pintado. A su pregunta, le dije: "te tengo que decir la verdad, no aguanto más. Murieron de cachorros, pero no me atrevía a decirte". Él se puso serio y soltó la carcajada, como adivino dijo: "de seguro has de haber salido de viaje, y dejaste al cuidado de otra persona. Estos perros solo comen de la mano de la persona con quien se encariñan, los hubieras traído acá con sus padres". Así dijo, comprensivo y didáctico el gran Efraín.
Y contó de la mamá de ellos cuando se la robaron. "Le pedí a un muchacho que vendía empanadas que por donde anduviera se fijara para localizar mi Metáfora". A los pocos días el sagaz chavalo (así hablaba Efraín) me dijo "ya sé, Don Efraín, dónde la tienen". Y me llevó a la casa, a cinco cuadras de la mía. Toqué y al muchacho que salió le dije de mi perra. Dijo que no la tenía. Entonces se me ocurrió la brillante idea de gritar su nombre: ¡metáforaaaa!. Y la perra me escuchó y empezó a ladrar. No tuvieron otro remedio que regresármela.
Y bueno, aquí le dejo. Porque los domingos le llevaba sus huesos a Naila, pero desapareció. Y esa es otra historia. Mientras, me tomo otra taza de café. Afuera hay espesa neblina
Mascotas, les llaman. Y hay bienquerientes de diversos animales. Cuanto más rara, más notoria la afición por las mascotas. Lo normal vienen siendo perros y gatos. Pero hay quienes tienen loros, serpientes, ratas, cocodrilos, conejos, gallinas y puercos. Hasta donde yo sé. Claro, hay mascotas más sofisticadas. Y estas las tienen en otros lugares, en grandes patios, y hasta con clima especial, veterinarios las 24 horas. Se sabe de leones, tigres, monos y panteras.
Una vez en la revista proceso de hace como 25 años vi un reportaje de una familia, de los nuevos ricos, que posaba con joyas, ropa extravagante y un león o tigre echados a su lado, sobre una alfombra hindú.
A los de este lado, los nosotros, solo perros y gatos. Y en mi caso, gatos no. Solo perros. En el transcurso de mi vida he tenido la dicha y alegría de tener varios, uno a la vez. El primero fue una pastor alemán, que me regaló mi amiga Juanny Kunnhagel en la escuela Normal. Bella cachorra. Mi desconocimiento, y falta de recursos, no permitió que viviera mucho. Quizá unos dos años. Mi madre la quiso mucho. Y más que nos decía que el alma para cruzar el río Jordán, sería ayudada en su cruce por el alma de un perro.
Inconsciente de mí, no sabía la responsabilidad que significa hacerse cargo de uno.
El orden de los que he tenido no lo registro cronológicamente. Pero sí que me he esmerado en ponerles sus nombres. Así tuve un Salinas, un Fox. También un Alí, por el mítico boxeador norteamericano, Cassius Clay, que luego mudó de nombre a Mohamad Alí. Ya sabía yo la sugerencia que se le deben poner nombres cortos, de una o dos sílabas. Así que ese se llamó Alí.
Los últimos que tuve fue a Rumba y Rambo. Nunca he comprado. Siempre han sido obsequios de personas amigas.
Hay quienes conviven con ellos dentro de la casa. Yo ocasionalmente. Una casita en el patio, con mucha limpieza, con alimentos y atención veterinaria, pero en el patio. Y creo que están en su razón y en lo correcto también quienes los hacen vivir dentro de las casas, y acostados en la misma cama.
Alí era un doberman color sepia. Majestuoso. Me lo regaló una mujer poblana de Comalcalco. Lo trasladé en una cajita de cartón, venía dormido. Cuando a mitad del camino (Comalcalco está a 48 kilometros de Villahermosa) empezó a aullar, separado de su madre y hermanos, en una caja de interior oscuro. El chofer paró el camión, y sonriente me abrió abajo el espacio para equipaje.
Alí murió de viejo en una casa familiar a donde lo regalé debido a mis constantes viajes.
El Salinas era un cruce con samolledo. También murió de viejo. Este salía a todas partes solo. Como vivo a tres cuadras de carretera federal, en las mañanas acompañaba a los vecinos hasta la carretera y en la tarde los iba a esperar para cuidarlos en su regreso. Fue muy querido entre los vecinos. Salinas una vez se desapareció. Tardó un mes. Me dije está pelón que regrese. Se lo han de haber robado. Y una tarde lo vi desde lejos que venía en carenado de regreso. Llegó a donde yo estaba sentado en el jardín. Le di comida y agua y se echó a dormir. Así por tres días. Muy cansado solo despertaba para comer y beber.
Rumba y Rambo me los regaló el escritor extinto Efraín Gutiérrez. Cruce de mastín napolitano con mamá bóxer. Bellos los cachorros y juguetones. Por las tardes jugueteaban con mis calcetines puestos. les gustaba quedaran sus colmillos atrapados. Y luego juguetones los lograban liberar. Tenían como tres meses ya cuando salí de viaje. Y encargué a una muchacha que trabaja en la casa que fuera a diario a cuidarlos y alimentarlos. Eso hizo. Cuando regresé de mi viaje a la frontera norte, uno estaba muerto y el otro moribundo. Un vecino veterinario no lo pudo salvar. Ambos murieron y llanto en la casa.
Por las tardes a veces me encontraba a Efraín en el café La Cabaña, el que está enfrente de la Casa los azulejos, donde él era asiduo. ¿Y cómo están los perros?, era su pregunta habitual. Ah, maravillosos, creciendo. Siempre su misma pregunta y siempre, yo, la misma respuesta. Le agregaba "muy juguetones", etcétera.
Hasta que no pude más y un día en su casa, a donde fui de visita. Tenía en la sala un cuadro de una mujer que trabajaba en una esquina, que él había pintado. A su pregunta, le dije: "te tengo que decir la verdad, no aguanto más. Murieron de cachorros, pero no me atrevía a decirte". Él se puso serio y soltó la carcajada, como adivino dijo: "de seguro has de haber salido de viaje, y dejaste al cuidado de otra persona. Estos perros solo comen de la mano de la persona con quien se encariñan, los hubieras traído acá con sus padres". Así dijo, comprensivo y didáctico el gran Efraín.
Y contó de la mamá de ellos cuando se la robaron. "Le pedí a un muchacho que vendía empanadas que por donde anduviera se fijara para localizar mi Metáfora". A los pocos días el sagaz chavalo (así hablaba Efraín) me dijo "ya sé, Don Efraín, dónde la tienen". Y me llevó a la casa, a cinco cuadras de la mía. Toqué y al muchacho que salió le dije de mi perra. Dijo que no la tenía. Entonces se me ocurrió la brillante idea de gritar su nombre: ¡metáforaaaa!. Y la perra me escuchó y empezó a ladrar. No tuvieron otro remedio que regresármela.
Y bueno, aquí le dejo. Porque los domingos le llevaba sus huesos a Naila, pero desapareció. Y esa es otra historia. Mientras, me tomo otra taza de café. Afuera hay espesa neblina
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