Cambio de lugar de libros
Quizá fue a los 16 años que empezó mi idilio con los libros. Hasta de manera enfermiza. Uno más, cada vez, muchos más cada mes. Antes, desde la infancia a los 7 u 8, leía con avidez las revistas que compraba papá. Entre ellas, Memín Pingüin, Lágrimas y Risas. Luego ya con ingreso propio, iba comprando uno u otro. Siempre de literatura, por lo regular. Y luego diversos temas. Periodismo, política, filosofía.
Nunca había comprado, arrogante, del tipo de autoayuda. El primero, lo recuerdo bien, fue el de Dale Carnegie, "Cómo hacer amigos". Y fue por una razón de peso. No porque me faltaran amigos, amigas. Pocos, pero buenos. No. Lo compré cuando Editorial sudamericana cumplió 60 años, y para celebrarlo editó la colección de aniversario. Los autores fueron si mal no recuerdo a Borges, Huxley, GGM, Virgina Woolf, Maragarite Duras, Yourcenar, Manuel Puig, John Dos Passos. Estos libros llegaban quincenalmente a los puestos de revistas. Y yo emocionado los compraba. Hasta que llegó el "Cómo hacer amigos", de Carnegie. Y mi razón me dijo en conclusión: "si en su 60 aniversario lo edita Sudamericana, es que es bueno. Y lo compré y leí dos veces. Muy bueno.
Me fui haciendo de muchos libros, comprados y regalados. O prestados y olvidados de regresarlos. Como avaro, lo digo con pena. Pero llega el momento en que se rebasan los espacios disponibles y van reduciendo los espacios para otras cosas, hasta para que uno no pueda circular con normalidad dentro de la casa.
La venta de libros viejos ha sido otra fuente que ha nutrido mi conjunto de libros. Por lo bueno, antiguo y económico que es el precio de este tipo de libros. Por ejemplo alguna edición vieja de Cien años de soledad, de El Quijote, etc. A veces algún autor no reconocido por el poco conocimiento de uno sobre los temas en general. Por ejemplo el de Cartas, del escritor armenio William Saroyan. O el Hambre, de Knut Hamsum, escritor noruego. De este, el título me llamó la atención. Su autor vivió así, con hambre, escribía en los parques y obtuvo el premio Nobel el año de 1926.
El caso es que al no tener espacio, se van acomodando en dos hileras, la de atrás, por supuesto, oculta. Y queda allí, hasta que hay necesidad de moverlos a otro espacio, y va uno redescubriendo libros que uno tiene. Y es una maravillosa manera de tener de nuevo en la mano libros olvidados. Entre ellos de Nicanor Parra, Augusto Monterroso, cancioneros de Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat, entre otros.
Entre polvo, alguna telaraña, y la sorpresa de encontrar boletos de autobuses, pétalos de rosa, secos, algún separador especial, una fotografía dedicada y querida, y algún billete con dinero en nuevos pesos, que ya no tienen valor circulante. Suele suceder, que hasta una quincena completa, que fue guardada, y que luego se olvidó el lugar.
En la calle Miguel Lerdo, zona remodelada de Villahermosa, por las escaleras, hay tres vendedores de libros de viejo en Villahermosa, Pedro Luis, a quien acaban de publicarle un libro de cuentos; Jesús García y Rabelo a quien decimos Rabelais, que por cierto es un especialista en cine y música de rock. Con ellos he adquirido buenos libros. La sede, de los dos primeros, es afuera del Café la antigua. Rabelais, un poco más abajo de las escaleras.
La vez que en 2007 tuve la oportunidad de ir a La Habana, coincidía con la Feria Internacional del libro. Y las editoriales cubanas los tenían a la venta en pesos cubanos, que para nuestra moneda, eran casi regalados. Ejemplo: Poemas, de Dulce María Loynaz; y muchos otros, que más no podríamos trasladar por el costo del exceso de equipaje. Los libros como decir ahorita, nuevos, entre 10 y 50 pesos.
Ah, decir que la vieja "pulga" (Flea Market), de Brownsville, Texas, fue otra de mis fuentes para adquirir libros. Algunos vendedores tenían y tienen ahora libros en inglés y español. Allí compré dos de Augusto Monterroso, otro de Carlos Fuentes y una trilogía de enseñanza de la fotografía.
Ahora que tengo necesidad de trasladarlos, redescubro muchos que casi tenía olvidados, y los pongo a la mano para releerlos de nuevo. Unos de los libros escondidos en segunda fila, son los Milán Kundera: El amor está en otra parte; Los amores ridículos. Los de Augusto Monterroso: Obras completas y otros cuentos. Etcétera.
Quiero aclarar, tener libros, en mi caso, no siempre es sinónimo de leerlos. Pero algo es algo.
Las cosas se acumulan. Los libros se acumulan.
Nunca había comprado, arrogante, del tipo de autoayuda. El primero, lo recuerdo bien, fue el de Dale Carnegie, "Cómo hacer amigos". Y fue por una razón de peso. No porque me faltaran amigos, amigas. Pocos, pero buenos. No. Lo compré cuando Editorial sudamericana cumplió 60 años, y para celebrarlo editó la colección de aniversario. Los autores fueron si mal no recuerdo a Borges, Huxley, GGM, Virgina Woolf, Maragarite Duras, Yourcenar, Manuel Puig, John Dos Passos. Estos libros llegaban quincenalmente a los puestos de revistas. Y yo emocionado los compraba. Hasta que llegó el "Cómo hacer amigos", de Carnegie. Y mi razón me dijo en conclusión: "si en su 60 aniversario lo edita Sudamericana, es que es bueno. Y lo compré y leí dos veces. Muy bueno.
Me fui haciendo de muchos libros, comprados y regalados. O prestados y olvidados de regresarlos. Como avaro, lo digo con pena. Pero llega el momento en que se rebasan los espacios disponibles y van reduciendo los espacios para otras cosas, hasta para que uno no pueda circular con normalidad dentro de la casa.
La venta de libros viejos ha sido otra fuente que ha nutrido mi conjunto de libros. Por lo bueno, antiguo y económico que es el precio de este tipo de libros. Por ejemplo alguna edición vieja de Cien años de soledad, de El Quijote, etc. A veces algún autor no reconocido por el poco conocimiento de uno sobre los temas en general. Por ejemplo el de Cartas, del escritor armenio William Saroyan. O el Hambre, de Knut Hamsum, escritor noruego. De este, el título me llamó la atención. Su autor vivió así, con hambre, escribía en los parques y obtuvo el premio Nobel el año de 1926.
El caso es que al no tener espacio, se van acomodando en dos hileras, la de atrás, por supuesto, oculta. Y queda allí, hasta que hay necesidad de moverlos a otro espacio, y va uno redescubriendo libros que uno tiene. Y es una maravillosa manera de tener de nuevo en la mano libros olvidados. Entre ellos de Nicanor Parra, Augusto Monterroso, cancioneros de Silvio Rodríguez y Joan Manuel Serrat, entre otros.
Entre polvo, alguna telaraña, y la sorpresa de encontrar boletos de autobuses, pétalos de rosa, secos, algún separador especial, una fotografía dedicada y querida, y algún billete con dinero en nuevos pesos, que ya no tienen valor circulante. Suele suceder, que hasta una quincena completa, que fue guardada, y que luego se olvidó el lugar.
En la calle Miguel Lerdo, zona remodelada de Villahermosa, por las escaleras, hay tres vendedores de libros de viejo en Villahermosa, Pedro Luis, a quien acaban de publicarle un libro de cuentos; Jesús García y Rabelo a quien decimos Rabelais, que por cierto es un especialista en cine y música de rock. Con ellos he adquirido buenos libros. La sede, de los dos primeros, es afuera del Café la antigua. Rabelais, un poco más abajo de las escaleras.
La vez que en 2007 tuve la oportunidad de ir a La Habana, coincidía con la Feria Internacional del libro. Y las editoriales cubanas los tenían a la venta en pesos cubanos, que para nuestra moneda, eran casi regalados. Ejemplo: Poemas, de Dulce María Loynaz; y muchos otros, que más no podríamos trasladar por el costo del exceso de equipaje. Los libros como decir ahorita, nuevos, entre 10 y 50 pesos.
Ah, decir que la vieja "pulga" (Flea Market), de Brownsville, Texas, fue otra de mis fuentes para adquirir libros. Algunos vendedores tenían y tienen ahora libros en inglés y español. Allí compré dos de Augusto Monterroso, otro de Carlos Fuentes y una trilogía de enseñanza de la fotografía.
Ahora que tengo necesidad de trasladarlos, redescubro muchos que casi tenía olvidados, y los pongo a la mano para releerlos de nuevo. Unos de los libros escondidos en segunda fila, son los Milán Kundera: El amor está en otra parte; Los amores ridículos. Los de Augusto Monterroso: Obras completas y otros cuentos. Etcétera.
Quiero aclarar, tener libros, en mi caso, no siempre es sinónimo de leerlos. Pero algo es algo.
Las cosas se acumulan. Los libros se acumulan.
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